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La salud es un derecho, no un negocio
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La salud es un derecho, no un negocio

Con la pandemia fue evidente el deterioro del sistema de salud en México tanto en el Seguro Social y el ISSSTE como en la Secretaría de Salud, que es la encargada de las clínicas y centros que existen en las comunidades y que no pertenecen a ninguno de los 2 regímenes de salud obrero-patronales. Esto implicó revelar que existían más de 300 edificios destinados a ser hospital desde los tiempos de Calderón y Peña Nieto, y que sólo fueron inaugurados con el puro cascarón, pero que dentro no había ni equipo para la atención de primer nivel (mucho menos para especialidades); que carecían de medicamentos (desde el cura-todo paracetamol, hasta las mezclas oncológicas); que no había ni instrumental porque lo vendían junto con los medicamentos y de ahí “completaban sus salarios” los encargados de almacén y farmacia, y que, por supuesto, el personal que debía estar adscrito a esos centros de salud, o no existe o no alcanza para la atención mínima.

Esta no fue una noticia que se diera recién en esta semana,  porque en las primeras conferencias en que el Doctor López-Gatell tomó la dirección de la información acerca del problema mundial que se estaba gestando, y sobre la necesidad de poner al tiro al sistema de salud por la cantidad de personas que en México presentaban un grado de comorbilidad que comprometiera su salud, como a final de cuentas ocurrió, también se informó que no existían suficientes camas en los hospitales regionales o los de especialidades médicas del sistema IMSS e ISSSTE; que hacían falta salas de terapia intensiva y aparatos de respiración mecánica, pero sobre todo se hizo hincapié en la precaria plantilla médica en materia de especialidades -en este caso particular los que tuvieran que ver con terapia intensiva y las relacionadas a la respiración-, y se hizo necesario que se ayudara al sistema público con convenios de asistencia de parte de los prestadores de servicios médicos de la iniciativa privada, que pudieran facilitar sus instalaciones para la atención de las otras enfermedades no relacionadas al covid, porque como es lógico, la gente siguió necesitando atención médica por situaciones como diabetes, cardiacas, partos, accidentes y un largo etcétera.

Cuando estas declaraciones fueron hechas al principio de la pandemia, los indignados de hoy no reconocieron que estas carencias transexenales fueron producidas por ese espíritu chatarrizador que impulsó el neoliberalismo, queriendo que todas las funciones y obligaciones del Estado estuvieran en condiciones de miseria tales, que les permitiera “reconocer” su ineficacia e incapacidad para operarlas, y permitir así la proliferación de servicios médicos de alta gama, e inclusive de nivel previo al primero, que sería equivalente a la sala de urgencias, en donde las personas, sin seguridad social de ningún tipo, nos vimos obligadas entre la adquisición de un seguro de gastos médicos que pudiera hacer frente a cualquier eventualidad, aunque en la vida real los seguros de gastos médicos son más una monserga que una garantía de salud; o bien, acudir al cubículo adyacente a las farmacias donde un doctor, del que no sabemos sus referencias, determina una consulta de menos de 15 minutos y sin un historial médico previo más que la información que tú mismo proporcionas, qué tipo de medicina necesitas para el malestar que te aqueja, y te informa que en la farmacia de junto podrás suplir tu receta completa.

Mientras tanto, el sistema de salud en México se fue desmoronando porque, si lo vemos como un algodón de azúcar, es muy esponjoso y enorme por fuera, pero en el interior es solamente aire. El sistema de salud mexicano le funcionaba más o menos, a algunas personas; para la mayoría estaban las otras opciones que incluían desde la pastillita recetada por el médico de farmacia, la pelea con el seguro de gastos médicos por no haberse enfermado de las enfermedades que dicho documento señala, o tener que vender los bienes para remediar los males, porque acceder a un hospital en donde una persona deba ser operada o peor, internada en terapia intensiva, implica en ir pensando en tostonear el automóvil, contratar una hipoteca o de plano, venderle el alma al diablo.

De hecho, en la página de la Procuraduría Federal del Consumidor, del Gobierno de México, con el título  Transparencia en costos de hospitales, de 4 de junio de 2021, es posible leer que, con base en los datos del periódico El Financiero, en la etapa más difícil de covid en México, los costos por servicios de salud aumentaron desde un 40% y los hospitalarios entre 100 y 200 por ciento, y hubo casos documentados de personas que pagaron más de $4,000,000, por un tratamiento de 14 días en observación a distancia, 18 en terapia intensiva y 17 en piso. Lo que resulta en un doble infarto masivo posterior a la recepción de la cuenta, porque una deuda así no la paga cualquiera, de no ser hijo de Slim…

En estos tiempos, la salud sí tiene precio, y es impagable para la inmensa mayoría de personas de un país como México, que además se reporta como una comunidad enferma de padecimientos causados por una pésima alimentación, producida a su vez por esa laxitud con que el Gobierno federal de administraciones anteriores, permitió la proliferación de productos de bajo contenido alimenticio pero con altos niveles, calóricos, de azúcares, grasas; tabaco, alcohol y no propuso medios de prevención sino pura medicina curativa.

Esta epidemia que fue en todo diferente a otro tipo de padecimientos, pues no atacó principalmente a los menores de edad, que siempre se tienen como el sector más vulnerable, sino que en esta ocasión el bicho se enfocó en atacar a las personas de mayor edad o con condiciones de salud más precarias, y por ello, quienes padecían diabetes y sus relacionados como insuficiencia renal; o personas con problemas respiratorios como el EPOC, fueron las primeras víctimas. Prueba de ello es que, es hasta estas fechas que se empiezan a aplicar las vacunas para los niños menores de 12 años ya que fue el sector que menos contagios sufrió, y de menor gravedad y mortalidad en términos reales.

Estamos atravesando lo que parece la parte final de la pandemia, y bien podremos estar empezando hacer una revisión de lo bueno lo malo, lo feo y lo peor que nos dejó. Lo bueno es que se pudo demostrar que la carencia del sector salud no era de este sexenio; que era posible reemplazar a los carteles farmacéuticos por un método de compra y distribución asegurada por mecanismos internacionales de la ONU en alianza con las Fuerzas Armadas mexicanas; que el ingenio de científicos e innovadores mexicanos es capaz de producir excelentes herramientas de salud como fue el caso de los respiradores Gätsi y Ehécatl desarrollados por CONACYT; que bajo la organización del secretario de salud Jorge Alcocer y los doctores encargados de las diferentes áreas que atendieron esta pandemia, se pudo tener un buen manejo en el sistema hospitalario público y subrogado; que se pudo hacer la adquisición de todas las vacunas para la protección de la población mexicana, sin tener que endeudarnos por décadas y que tenemos un Gobierno responsable que no dejó de hacer sus funciones ni se resguardó a esperar que las cosas tomaran su nivel para seguir trabajando.

Lo malo, es que México hubiera tenido semejante cantidad de personas enfermas con comorbilidades que pudieron haber sido evitadas de haber tenido una alimentación más saludable, y por tanto que la cantidad de personas fallecidas fuera importante. Lo feo, es que al tratarse de una pandemia, no hubo un solo país que prácticamente se hubiera podido salvar de este padecimiento.

Lo peor, es que la oposición en esos días, se dedicó a publicar el número de contagios y decesos, pero no a reconocer que todos ellos fueron resultado directo de una pésima gestión en materia de salud por décadas y quisieron achacar todos los males al manejo de la pandemia a los funcionarios, ¡pero si las personas ya estaban enfermas de todo, desde antes! Entonces, no les pareció tan malo que llegara una primera ola de ayuda humanitaria de parte del gobierno cubano, que ignorantemente llaman dictadura cubana, cuando el mayor enojo de los médicos mexicanos era que los estaban mandando a trabajar a zonas de riesgo, con solo la primera dosis de la vacuna.

Ah, pero ahora que se anuncia que al menos 500 médicos cubanos, de excelente calidad humanitaria y probada pericia científica, vendrán a cubrir las innegables vacantes que tienen años de requerir personal médico en extensas zonas, alejadas de las capitales, salen como si tuvieran la verdad en las manos, exigiendo que primero se contrate a los expertos mexicanos antes que a los cubanos, están de risa loca. Ellos saben que si esas plazas no están ocupadas es porque ellos las han despreciado, ¿la razón? los centros de salud están lejos de los lugares nice, no tienen internet, no hay Starbucks y seguro, los amigos están a horas de distancia para las parties del finde…

Nunca falta el que se hace “herue” y dice que sabe lo que es ayudar desinteresadamente, porque cuando hizo su servicio social, fue a esos lugares feúchos y lejanos, y sin recibir un peso… ajá, como si el servicio social fuera un acto de verdadero altruismo. Es un requisito sine-qua-non para poder titularte y si te toca ir al fin del mundo, vas. Es evidente que se tiran para ser víctimas, porque suponen que la bata es el escudo en el que pueden justificar que ellos han sufrido en clínicas paupérrimas y que ya con eso coparon su cuota mínima (o máxima, según el nivel de drama asociado), y por eso merecen abundancia, con televisora de confianza donde hacer presentaciones, plaza en hospital de ciudad bonita, segura y bien pagada, para poder combinar con consulta privada y finde con amigos, además de escuela bien para sus peques y centros comerciales para poder adquirir lo último en moda y no, así no es.

Se enojan cuando les reiteran que en el momento en que lo deseen, las plazas para ser contratados se les otorgaran, previo cotejo de sus especialidades, como se ha publicado reiteradamente en la página del Gobierno de México, desde noviembre de 2019. Hay miles de plazas sin ocupar.

Paradójicamente, hay miles de doctores que no pueden ejercer una plaza porque, mayormente no les gusta el lugar donde se les ofrece y en segundo lugar, porque son especialistas en materias que no son compatibles con lo que se requiere y por lógica, un genetista o un cirujano plástico, no va a ir a un pueblito a hacerse pato, ¿vedá?, porque urgen cardiólogos, geriatras, neumólogos, traumatólogos, radiólogos, anestesiólogos, cirujanos, ginecólogos, oftalmólogos y dentistas, digamos que es como el equipo básico…

Las necesidades están ahí, desde siempre, pero por desgracia, el neoliberalismo transformó el derecho a la salud en capacidad para pagar por ella y, en sentido inverso, inculcó en los médicos que el hecho de haber estudiado ya les permite desligarse de esa obligación que adquiere quien se hace profesionista de una labor que hace la diferencia entre la vida y la muerte, con el simple ánimo del lucro.

@cevalloslaura

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