Zapata, los derechos laborales y el egoísmo del capitalista
Por: Miguel Alejandro Rivera
@MiguelAleRivera
El 10 de abril de 1919, fue asesinado Emiliano Zapata, uno de los personajes más importantes en la historia de México. No fue gobernador, no fue político, no fue empresario, no fue presidente ni legislador; Zapata se vuelve inmortal por su espíritu revolucionario; mientras en Rusia apenas se fortalecía el proyecto socialista, en México, el Atila del Sur, tenía un pensamiento que se sintetiza en las palabras “tierra y libertad”; en paralelo a los movimientos de Lenin y los bolcheviques, el nacido en Anenecuilco, Morelos, era prácticamente un comunista que tenía sus esperanzas en el modelo comunitario del ejido mexicano.
El pensamiento zapatista dignifica la fuerza e importancia de los campesinos y trabajadores; el espíritu de dicha corriente revolucionaria pondera el beneficio colectivo en contra del enriquecimiento personal que podrían llegar a tener los hacendados o terratenientes. El 102 aniversario luctuoso de Emiliano Zapata, nos recordó con tristeza la enorme lucha que en este Siglo XXI aún enarbolan campesinos, obreros y trabajadores mexicanos para conquistar sus derechos.
A la llegada del gobierno en turno, presidido por Andrés Manuel López Obrador, uno de los temas que se ha discutido en el Legislativo e incluso desde el Ejecutivo con reuniones entre autoridades y empresarios, ha sido el del outsourcing o subcontratación, figura que se busca eliminar o si acaso modificar, debido a que no garantiza los mínimos derechos que merece un trabajador.
Estas son discusiones urgentes porque la seguridad social, las prestaciones y en general la vida digna dependen de la apertura de los empresarios para con los trabajadores; sin embargo, parece que los dueños de los medios de producción, precisamente con figuras como la subcontratación, buscan caminar hacia lo contrario: “yo ya tengo mucho, pero quiero más a costa de que tú como empleado tengas menos”.
Ahora que la pandemia por el Covid-19 causó una importante pérdida de empleos, se volvió tema de la agenda pública la cifra de trabajadores que cuentan con registros en el Instituto Mexicano del Seguro Social (IMSS) y en el Instituto de Seguridad y Servicios Sociales para los Trabajadores del Estado (ISSSTE), la cual en suma ronda aproximadamente unas 33 millones de personas, en un país con casi 128 millones de mexicanos.
Pero estamos tan acostumbrados a la informalidad, a las chambitas temporales, a los acuerdos de palabra que miramos como una utopía ese México en el que la relación obrero-patronal sea justa, equilibrada e incluso humana. En 2009, Felipe Calderón, entonces presidente de México, dejó sin trabajo a 44 mil personas pertenecientes a la empresa Luz y Fuerza del Centro, muchas agremiadas al Sindicato Mexicano de Electricistas (SME); el punto triste de esta situación, si es que sólo hay uno, fue la alegría de un sector social que dijo: “Qué bueno que ya desaparecieron a ese sindicato, se la pasaban heredando plazas, tenían un montón de vacaciones, buenos aguinaldos, hasta les prestaban para que se compraran coche…”, en fin, un montón de luchas laborales que como grupo habían conquistado y que, por envidia, se les criticaban, en lugar de que todos persiguiesen las mismas condiciones.
En su libro “Elogio a la Anarquía”, James C. Scott, catedrático de la Universidad de Yale, explica que la relación capitalista entre obrero-patrón no es mala de origen: que alguien ponga la inversión monetaria para emprender y el otro la mano de obra para trabajar es hasta cierto punto un círculo virtuoso, siempre y cuando se cumpla con la equidad, la justicia y otros tantos principios sociales.
Hoy el capitalismo nos ha carcomido tanto el espíritu y el pensamiento, que incluso siendo de las clases medias o bajas, nos ponemos del lado de las empresas o del poder, por ejemplo, como en el caso de Luz y Fuerza; miramos mal la colectividad porque en el capitalismo neoliberal el pensamiento preponderante es el egoísta, donde si yo gano, si yo me beneficio, si yo acumulo todo está bien, incluso a costa de que otros se encuentren en situaciones precarias. Karl Marx planteaba la diferencia entre trabajo y fuerza de trabajo, siendo el primero resultado del segundo, por lo que el patrón no sólo debía pagarte tu producción, sino también tus horas de sueño, tu comida, en general todo lo que te mantenía vivo para realizar el empleo para el que eras contratado: ¡en estos tiempos cualquier empresario se infartaría si se le sugiere una idea de estas magnitudes!
“La tierra es de quien la trabaja”, proclamó Emiliano Zapata en 1911, luego de que se sintiera traicionado por Francisco I. Madero, quien no respetó los acuerdos del Plan de San Luis; en tanto, estos días que recordamos tanto al Caudillo del Sur, vale la pena no sólo recuperar sus palabras, sino también seguir su lucha, en congruencia con los valores progresistas y de izquierda que durante décadas han acogido al movimiento zapatista.