Por: Melvin Cantarell Gamboa
Los antiguos griegos tenían una palabra para referirse a la afirmación de sí mismo y al orgullo de pertenecer a una causa claramente social: thymos. Que puede traducirse como un carácter inclinado a crearse una consciencia.
Las personas con este tipo de carácter se distinguen por mostrar fuerza y vigor para guerrear por lo justo hasta la victoria con un sentido humano de altruismo, solidaridad, moralidad, honor, rectitud y honestidad; al mismo tiempo que les proporciona una robusta consciencia de su misión.
Los ciudadanos mexicanos hemos desarrollado algo parecido al thymos en las dos últimas elecciones. ¿Qué hacer para madurar esta tendencia? Ejercitarnos en la práctica de una política libertaria y una subjetividad soberana.
La política es (y siempre lo ha sido) la técnica de someter al individuo para convertirlo en sujeto destruyendo su individualidad y todas las políticas de los partidos en el país han hecho del ciudadano alguien sujetado a sus intereses; este es el obstáculo que debemos derribar para abrir el camino a una subjetividad libre.
Ahora bien ¿Son los partidos la única salida para que la ciudadanía escape del malestar social y a la ley de la insatisfacción frente a nuestra realidad? ¿Ha resuelto problemas el que la ciudadanía delegue su poder en un solo partido o en un hombre?
Los partidos que hemos conocido a lo largo de la historia política de México han tratado al ciudadano como se hace con las ovejas: ejercen sobre él un poder de tipo pastoral. El pastor domina el arte de conducir, dirige, encausa, guía hacia un fin que no es precisamente para el bien de los borregos sino el del ovejero. A través de un partido, los políticos buscan controlar a los ciudadanos prescribiendo, llevando de la mano, manipulando porque saben que no van a encontrar resistencia y el afectado se va a dejar gobernar. ¿Qué buscan con esto los políticos?
Identidades, partidismos, ganado electoral que no piense, que no reflexione; ingenuos que todo lo vean desde la perspectiva de un partido. Dice Nietzsche: “¿Qué buscas? ¿Quieres multiplicarte, centuplicarte? ¿Buscas prosélitos? Busca ceros” (El crepúsculo de los ídolos. Editores mexicanos unidos. 1982). Esto es lo que buscan los políticos: ceros; pero su estrategia es todavía más perversa de lo que imaginamos. Vuelvo a citar a Nietzsche: “¿No te da vergüenza?
¿Quieres entrar en un sistema en que es forzoso convertirse en rueda de la máquina, so pena de ser aplastado? ¿En un sistema donde cada uno es lo que hacen de él sus superiores, en que la investigación de conexiones forma parte de los deberes naturales, en que nadie se ofende cuando se le llama la atención sobre un hombre advirtiéndole que le puede ser útil, donde no se avergüenza hacer visitas para solicitar la intersección de alguien, donde no se comprende que con la sumisión deliberada a tales costumbres queda el hombre convertido en un vaso vulgar del que los demás pueden servirse como les parezca y romperlo si les place, sin dar importancia a la cosa? Es como si se dijera: no han de faltar gentes de mi clase, haced de mí el uso que os parezca” (Aurora. Editores mexicanos unidos. 1981.
Es necesario precisar que la política no se refiere exclusivamente a un ámbito social, a una práctica específica de ejercerla, sino a personas; de ahí que no debamos ponernos en manos de nadie, mucho menos de esa secta denominada “políticos” ni ceder a la presión del sistema que todo lo reduce a la reproducción de lo mismo.
¿Qué hacer? Construirse una subjetividad soberana, libre y hacer de lo político algo diferente. Empezar con la demolición del pastoreo. En la Ilustración se echó mano de la razón ante la incapacidad de los hombres de valerse de su propio entendimiento.
El filósofo alemán Inmanuel Kant (Qué es la Ilustración. FCE) llamó a la ineptitud para valerse de sí mismo minoría de edad, de la cual los hombres debían de salir, pues la causa de ello no radica en un defecto del intelecto, sino en una falta de decisión y coraje para valerse de él. Así como antes dejaron los individuos en otros (jefes espirituales o políticos) la dirección de su acción propia, para su liberación basta con hacer uso de su facultad de razonar y de pensar para dar a nuestro entendimiento un uso autónomo.
Nosotros los mexicanos no sólo hemos renunciado a la razón, sino que nos hemos dejado llevar por una generalidad de verdad que equivale a una incomprensión de la propia realidad, porque somos duros de cabeza, de convicciones e ideas acorazadas, lo que nos incapacita para razonar, para la autorreflexión y para argumentar; por eso vivimos una falsa vida política que se agota en adjetivos, denuestos, insultos, agravios, vituperios, confrontaciones y odios. Ese es nuestro verdadero rostro.
Escribe Carlos Marx en “La ideología alemana” (Ediciones Pueblos Unidos. 1968) “Hasta ahora los hombres se han formado siempre ideas falsas acerca de sí mismos, acerca de lo que son o debieran ser”, los frutos de su cabeza han acabado por imponer ideas, pensamientos, conceptos, ilusiones de la consciencia” que terminan imponiéndose desplazando a la realidad. Esto lo vivimos a diario pues esas creencias se sintetizan en el discurso dominante.
Ahora bien, si la sociedad y la cultura imponen una marca indeleble a través de mitos, religiones, creencias, teorías difíciles de eliminar; y la familia, la escuela, la universidad se encargan de internalizar esos ideales, entonces, la emancipación tendrá que consistir en desmontar esas programaciones.
Los pastores, mejor dicho, las clases dominantes, el cura, el líder, el jefe, etc. necesitan de perros ovejeros (los intelectuales orgánicos, los líderes de opinión, etc.); si caemos en su juego, nosotros los ciudadanos comunes, tendremos que conformarnos con la respuesta que recibió “Jacques el fatalista” cuando preguntó a su amo: “porque a la gente pobre sin tener pan para ellos tenían perro? Su amo le respondió que todo hombre quiere mandar a otro; y al hallarse el pobre en la sociedad debajo de la clase de los últimos ciudadanos mandados por todas las demás clases aquellos tomaban a un animal para mandar también en alguien. (Denis Diderot. Jaques el fatalista. Backlist. 2012).
Si los ciudadanos pobres, los obreros, los campesinos, los empleados y, en general los que viven de su trabajo supieran que en las democracias la única fuente de poder es el voto, si comprendieran la potencia decisoria que tiene su sufragio se inclinarían por la construcción de una subjetividad autónoma, independiente, libre y soberana, de esa manera, superarían esa falsa conciencia que les han inculcado sus ovejeros para asumir el control total de sus propias decisiones.