Por Miguel Angel Lizama
@Migueliz8
“Mi coronel, dice mi general que el joven tiene pie plano”, dijo el ordenanza al médico entregándole una cartilla del Servicio Militar. Sin chistar, el doctor estampó todos los sellos y firmas para liberar la cartilla que requería un joven, a fin de sacar su pasaporte y cumplir la gira comprometida por un famoso grupo de rock, popular en todo el país.
La anécdota, de primera mano, ilustra la transmisión vertical característica de la formación y disciplina castrense y explica en parte la actuación de la fuerza armada en los tiempos del PRI y el PAN, y en el actual gobierno de Andrés Manuel López Obrador, con una diferencia abismal más que evidente y relevante: Ya no hay Estado Mayor Presidencial.
Durante décadas sólo la nata de la élite militar mexicana –el Estado Mayor Presidencial (EMP)– se permitía la comunicación transversal fuera de su ámbito estricto de actuación, lo que originó, en muchos casos, conjuras, asonadas, traiciones y derramamiento de sangre. Eso explica que poderes fácticos hayan logrado influenciar las Fuerzas Armadas a través de generales de alta graduación cercanos al poder presidencial o con mando en importantes regiones del país. Se dedicaban más a intercambiar chismes y grillas, que a labores militares. Era la élite, ocupada sólo en distraer su ocio, creando chismes, armando intrigas, como todas las élites ociosas.
Desde siempre, los embajadores de Estados Unidos han tenido el acceso más asiduo a esa élite militar, capacitada o pulida en las instalaciones militares, navales y aéreas del vecino país, por lo que era fácil comprometerla en planes o estrategias inducidas desde Washington. La Decena Trágica y los asesinatos del Presidente Francisco I. Madero y el Vicepresidente Pino Suárez son gran ejemplo de esto.
Igual de fácil le resultaba a la jerarquía católica aprovechar el conservadurismo militar, lógico en la mentalidad condicionada para sólo obedecer sin razonar, a fin de propiciar alzamientos contra la autoridad civil y sus disposiciones que consideraran atentatorias contra la Iglesia, como sucedió con la Guerra Cristera.
Asimismo, la transversalidad de la cúpula militar del EMP estuvo en el origen de las matanzas del 2 de octubre del 68 y 10 de junio del 71 para supuestamente enfrentar “la amenaza comunista”, fantasma de la Guerra Fría que asustaba a toda la esfera oficial, particularmente en su cúpula. El libro “PARTE DE GUERRA, Tlatelolco 1968”, de Julio Scherer y Carlos Monsiváis, da cuenta –con base en las memorias del General Marcelino García Barragán, secretario de la Defensa en el gobierno de Gustavo Díaz Ordaz– de las intrigas del entonces Jefe del EMP, Luis Gutiérrez Oropeza, alentando el anticomunismo diazordacista, nacido en su extremo conservadurismo poblano.
En el EMP estuvo el diseño estratégico, táctico y operativo de la matanza de Tlatelolco (donde el ejército regular sólo sirvió de parapeto de los verdaderos responsables) como deja ver el general García Barragán, quien tuvo que apechugar
por su férrea obediencia al Presidente de la República. (No debe perderse la lectura de este libro explicativo del drama que enlutó al país, ante el festejo de las cúpulas políticas, empresariales y mediáticas).
Igualmente, sólo mediante la intervención del EMP se explica el despliegue (excesivo) de fuerza que ordenó Salinas de Gortari contra quien hizo “enemigo” de su usurpación, para cobrarse la afrenta de que el sindicato petrolero apoyara al hijo del Presidente Cárdenas, expropiador del petróleo. Ese ajuste de cuentas (se le conoció como “Quinazo”) para lograr una imposible legitimidad, deshizo el poder de “La Quina” Hernández Galicia, que parecía dique a las pretensiones entreguistas del petróleo de la tecnocracia neoliberal.
También el EMP transmitió al Ejército regular la orden de otro usurpador, Felipe Calderón, para salir a la calle con el pretexto de una absurda “guerra al narcotráfico”. La verdad subyacente en esa orden fue el infundado temor calderonista de que los enojados seguidores de Andrés Manuel López Obrador se cobraran el evidente fraude electoral cometido, sacándolo de la silla presidencial donde lo instaló Vicente Fox a la mala.
Por eso contra toda lógica militar, que obliga a estudiar al enemigo y su terreno de operaciones, trazar una estrategia y preparar vías de suministros y despliegue de fuerzas, y pese a la molestia de los mandos castrenses, se cumplió la torpe orden de Calderón con todas las consecuencias ya conocidas.
Hoy que ya no hay EMP, se dificulta la libre transversalidad en la cúpula militar y la influencia facciosa de fuerzas con objetivos poco mexicanos, para regresar a la férrea verticalidad en las órdenes militares emanadas desde la superioridad establecida por la Constitución que corresponde, como en los países más desarrollados, a un civil nombrado Presidente Constitucional, electo por el voto popular.
El voto masivo del 1 de julio de 2018 para Andrés Manuel López Obrador y su Movimiento de Regeneración Nacional (MORENA), impuso una traba inesperada a los conspiradores más reaccionarios, acostumbrados a manejar con su dinero los hilos del poder, aun por encima de quien supuestamente está en la cúspide del mismo, y que antes los obedecía sumisamente, como fue evidente en los gobiernos de Vicente Fox, el usurpador Felipe Calderón y el títere televisivo Enrique Peña Nieto.
A diferencia de los llamados gorilatos en Centro y Sudamérica, tan dóciles a las embajadas gringas y las cúpulas empresariales desestabilizadoras, en México se les movió todo el tablero y en vez de divertidas damas chinas con sus caniquitas, les apareció un complejo ajedrez difícil de entender por su elementalidad, y sólo gritan su frustración en sus medios de propaganda (no de información).
En una jugada maestra sugerida por un conocedor de las entrañas castrenses, Andrés Manuel desechó las propuestas de reemplazo, según tradición militar, del general que dejaba el mando, y nombró como titular del Ejército a un general no contaminado por la corrupción imperante, pues no participaba en los chismes ni conjuras jerárquicas transversales del EMP, al estar enfocado en el mando vertical de sus tropas. AMLO hizo valer su condición de Jefe Nato de las Fuerzas Armadas que le da la Constitución de la República, para desarmar parte de la viciada estructura neoliberal.
Un nuevo aire llegó al Ejército, Marina y Fuerza Aérea mexicanos, ya sin el yugo de las diversas Secciones del EMP ni de los Guardias Presidenciales que volvieron todos a sus cuadros de origen y a su mando constitucional.
La pérdida del EMP desconcertó los afanes de los conspiradores por hallar nuevas vías para imponer sus visiones y condiciones, en suplencia de la fuerza armada siempre afín, y siguen probando de todo, desde groseras mentiras evidentes en medios convencionales de difusión –que callan avances y esfuerzos del nuevo gobierno–, hasta notas negativas y vengativas de calificadoras extranjeras de inversiones, pasando por un poder judicial corrupto, armado por quienes agraviaron mucho a la gente de México y ésta les cobró la afrenta a fuerza de votos.
México hoy es distinto, aunque los reaccionarios se rehúsan a reconocerlo y, mucho menos, aceptarlo.