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Y se enojaron los “fifís”… Muera el clasismo
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Y se enojaron los “fifís”… Muera el clasismo

Textos y Contextos

Por: Miguel Alejandro Rivera
@MiguelAleRivera
“¡Muera la corrupción! ¡Muera el clasismo! ¡Muera el racismo!”, gritó el presidente Andrés Manuel López Obrador desde Palacio Nacional el pasado 15 de septiembre, y claro, porque no puede estar quieta, la oposición saltó ante lo que pudiéramos pensar, es indiscutible.

Hay en la política partidos conocidos como catch all, esos que ponen en la mesa temas que no deberíamos poner en duda, y con ello, tratan de obtener los votos de indecisos que dicen: “Bueno, votemos por cuidar el medio ambiente, impulsar el deporte, respetar a todas las personas sin importar su origen”. Son esas propuestas que no se comprometen con una ideología. Entonces uno creería que condenar el racismo, el clasismo y la corrupción es algo así, moral más que ideológico, ético más que político, pero no, al parecer esto no funciona a así en México.

Se han hecho vitales algunas opiniones de personas que aseguran, el presidente “inventó” la palabra “fifí”, cuando en realidad la retoma de cuando fue usada “para caracterizar a quienes se opusieron al presidente Madero. Los fifís fueron los que quemaron la casa de los Madero. Los fifís fueron los que hicieron una celebración en las calles cuando asesinaron atrozmente a Gustavo Madero. Había una prenda que apoyaba esas posturas. Entonces, ¿qué son los fifís? Pues son fantoches, conservadores, sabelotodo, hipócritas, doble cara… pero además, si es prensa fifí y si es conservadora, y si hace cuestionamientos sin ton ni son, tienen derecho, es garantizar el derecho a disentir”, como lo explicó alguna vez el propio presidente en una de sus conferencias matutinas.

Entonces, esos que acusan de que desde Palacio Nacional se ha dividido a la sociedad, personajes como Fernando Belaunzarán, Sergio Sarmiento, se han literalmente puesto la camiseta que dice “Call me fifí”, y han subido fotos felices a sus redes sociales, para reafirmar que, en efecto, existe el clasismo y el racismo encumbrado en nuestra sociedad.

La clase alta reafirma su necesidad de superioridad y ahora, para estar un paso al frente, acuñan el término de “clasismo inverso”, es decir, “me discriminan por mis privilegios, por mis comodidades, porque lo puedo tener todo debido a mis ventajas económicas, por mi familia que está bien posicionada o simplemente por mi apariencia, más adecuada ante los estándares occidentales”.

Es increíble lo mucho que necesitamos en nuestra sociedad el tener consciencia de clase, saber definir a qué grupo de personas pertenecemos en materia de sistema económico, pues es el que nos impusieron, para entonces actuar en consecuencia de lo que nos define.

Nos han enseñado que ser proletariado es malo, cuando en realidad simplemente describe a las personas que no tienen medios de producción, por ejemplo empresas propias, y viven de un salario, como lo somos la mayoría de los mexicanos. Comprendiendo esto, podemos entender por qué no puede aplicarse el concepto de “clasismo inverso”. Las clases bajas, bajo la estructura del sistema actual, no pueden imponerle condiciones a las clases altas. Puede que se les diga fifís, pero eso no tiene ninguna implicación real más que la de etiquetar una condición en lo discursivo, hasta ahí. Sin embargo, las clases altas sí pueden imponerle a los demás condiciones laborales, situaciones sectarias, en general discriminación.

Nunca a alguien con auto último modelo, ropa de marca, tarjetas de crédito se le negará el acceso a ciertos lugares o eventos como sí le puede suceder a una persona cuyos ingresos no le permitan aparentar el tener un status determinado. Jamás es la burla aquel o aquella que cuenta con los objetos necesarios para demostrar que cuenta con ingresos suficiente para mantener un buen nivel de vida; por el contrario, ¿no se han burlado incluso del mismo presidente por traer, en algunas ocasiones, los zapatos sucios?

Es de un cinismo tremendo que la burguesía salga a quejarse porque alguien sugiere que “muera el clasismo”, ¿entonces quieren que perdure, necesitan sus privilegios de vuelta, por qué les molesta tanto la idea de igualdad? Hablemos con la verdad: ¿es el miedo a quién limpiará sus pisos, quién lavará sus autos, quién les llevará la comida a la mesa?

Volvemos al absurdo de días pasados, donde algunos mexicanos sufrieron con lágrimas en los ojos la muerte de la reina Isabel II, un personaje que representa costumbres tan retrógradas para las sociedades de América Latina, África y Asia, que sólo se entiende la empatía de algunos para con su causa a partir de su admiración y aspiracionismo por ser, algún día, tan privilegiados como una monarquía: así son esos que se enorgullecen de ser fifís.

Ante esto, es hasta satisfactorio ver cómo en tiempos de viralidad e hiperexposición el ahora rey, Carlos III, resultó ser un señor berrinchudo, caprichoso, quisquilloso y engreído que, precisamente, encumbra en sus actitudes el espíritu del clasismo que muchos, queremos que muera, tal como lo gritaron miles de personas el pasado 15 de septiembre.

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