En memoria de Enrique Cisneros Luján “El llanero solitito”
Enrique Cisneros Luján fue un artista con más de 50 años de trayectoria en el teatro, que se presenta con la misma calidad y dinamismo en grandes foros y escenarios, que en pequeños auditorios y lugares improvisados.
El llanero solitito”, como se le conoció popularmente, se ha mantenido independiente durante toda su carrera y ha perseguido la convicción de llevar el arte, la poesía y la actuación a cuanto espacio popular sea posible, por ello ha alentado y promovido diversos proyectos de teatro en las calles e impulsado el Centro Libre de Experimentación Teatral y Artística de la UNAM (CLETA), una organización cultural que fomenta el arte, la propaganda alternativa, la promoción de la cultura, la pedagogía crítica y la agroecología.
En homenaje a Enrique Cisnero Luján reproducimos sus palabras al cumplir sus 70 años
A diferencia de aquellos que quieren ocultarlo o que se sienten agobiados por el paso del tiempo, grito a los 4 vientos: tengo setenta años y ya veo una lucecita al final del túnel de la vida. Voy a su encuentro, aunque no sé cuánto pueda durar eso. Esto sucede así porque cuando volteo para atrás hacia mi mundo de recuerdos, están apiñonados, son muchos y la mayoría de ellos plenos, agradables, llenos de victorias.
No es fácil poder decir esto en un mundo tan adverso, donde el yo se ha comido al nosotros, donde a las nuevas generaciones el sistema les ha enseñado que es normal que el “tener” haya devorado su “ser”, convirtiéndolos de “seres humanos” en “teneres humanos”.
Quizá mi acierto, que no necesariamente debe de ser el acierto de otros, es que desde siempre he visto la manera de renunciar al tener, de no desear lo superfluo sino lo estricto; de no permitir que mi felicidad se supedite en tener un auto, o tener una casa o un tener un título de nobleza, que actualmente son títulos de “reconocimiento” que los poderosos nos dan, donde nos certifican que valemos.
Al principio, sin saberlo, el renunciar a una vida que se sustenta en el “tener”, me ha permitido vivir un mundo diferente donde la gente se valora por lo que es y no por lo que tiene. Por ello mi tiempo, mis recuerdos, han sido para sembrar y cosechar e inclusive, para sentirse satisfecho al ver que otros cosechan, aunque no siempre sea yo el que reciba una retribución justa por lo sembrado.
Esto me ha permitido que mis “teneres” sean de otro nivel, al tener muchos amigos y amigas, muchos amores, miles de hijos incluyendo los 7 consanguíneos, tener conocimientos, aunque no sean certificados por mis enemigos. Esto me ha permitido salir del mundo de la banalidad y ser creativo en función de mi necesidad y de las necesidades de los otros, de las necesidades del nosotros.
No puede ser de otra manera, quien se pierde en el tener de la sociedad de consumo, no le queda tiempo, ni ganas, de buscar otras formas. Será la vanidad, la presunción, lo que rija su vida y cuando se acerque al final y se pregunta ¿para qué? lo más que le quedará es dar limosnas y/o heredar sus bienes materiales acumulados.
Yo he heredado y compartido en vida, poemas, actuaciones, palabras, gestos, conocimientos que se quedan en la mente y el corazón de muchos, incluyendo a numerosos que no conozco ni sus nombres y muchas veces ni sus caras.
Cuando la sociedad toda vaya regresando a escudriñar en estas formas, otro futuro nos va a cobijar. Esas formas, muchas veces antiguas en que nos dolía el dolor de los demás (valga la redundancia) y que estos no eran momentos excepcionales como sucede actualmente, por ejemplo con los que son solidarios con las víctimas de un temblor, sino que además de los momentos críticos excepcionales, el ser humano hacía de la solidaridad un sentimiento cotidiano, porque nos comportábamos asiduamente solidarios en nuestros actos diarios ya que sentíamos “al otro” como parte del nosotros.
Pero para que esto se dé necesitamos vivir en sociedades que lo permitan y lo fomenten. En la actualidad la mayoría de las prácticas humanas son adversas a esto: aún muchos los que se dicen revolucionarios, se preocupan por “su futuro”, por su imagen, no pueden ver en otros a sus hijos, solo son suyos los consanguíneos a quienes van a preparar para heredarles, si es que logran tener algo para dejarles.
Fuente: La izquierda diario