La migración forzada es una de las tragedias más lamentables de la humanidad, porque se da por hambre, por amenazas contra la vida de las personas, por destrucción de las guerras, o por razones que derivan de la completa falta de interés de los que viven bien a costa de los que viven mal.
Los países ricos y poderosos que saquean a otros, que lo son precisamente a raíz de ese saqueo, simplemente no están interesados en resolver el problema, aunque en su ceguera egocéntrica se hayan llenado de migrantes que huyen de sus lugares de residencia porque no les queda de otra.
La ONU y los demás organismos internacionales, viven ensimismados en su permanente inutilidad que los ha convertido en un accesorio oneroso e innecesario para la mayoría de las naciones del planeta, cuando no actúan abiertamente como avales de agresiones demenciales, en contra de países que no están de acuerdo con unos cuantos de ellos que dominan los consejos de estas organizaciones de ornato.
Esta tragedia mundial se ha agudizado brutalmente a partir del secuestro del mundo por parte de la globalización neoliberal, que está a punto de terminar con la guerra en Ucrania, pero durante más de 40 años el número de personas que no tenía otra opción más que la de migrar se sus hogares, creció en millones.
En tres áreas críticas de Asia, Norte de África y Norteamérica, el problema creció en forma desproporcionada e incontrolable, inundando países con gente que venía buscando trabajar y poder sobrevivir de alguna forma más o menos digna.
Sólo en la zona de América del Norte, específicamente en la frontera entre los Estados Unidos y México, el número de mexicanos que la cruzó hacia el Norte, sin tomar en cuenta otras nacionalidades, fue mayor a 15 millones entre 1988 y 2018, sumándose a los otros 11 millones que habían cruzado antes, que ya habían logrado hacer una vida en aquel país, mejor de la que podrían haber tenido en el suyo, con los gobiernos neoliberales corruptos, saqueadores y asesinos que tuvimos aquí durante todo ese período.
En todos estos 40 años, los países han recibido a los migrantes que no han podido detener del otro lado de sus fronteras, lo cual han hecho de las formas más inhumanas posibles, sin siquiera reflexionar para tratar de entender las causas que obligan a estas personas a salir de sus hogares, a correr todos los riesgos posibles, incluso a muchos de ellos a perder hasta la vida en el intento.
Y así cada semana tenemos que enterarnos de alguna nueva tragedia digna de ser contada en las historias del infierno, sufrida por personas cuyo único propósito era acceder a una vida medianamente digna.
Vemos migrantes mexicanos, centroamericanos y caribeños, morir asfixiados en cajas de trailers después de haber sufrido un calvario para llegar a encontrar ese destino aterrador; vemos africanos masacrados por las fuerzas policiacas dirigidas desde el pestilente gobierno español, por intentar saltar una valla para llegar a Melilla y atrocidades similares en todo el mundo, sin que nadie más que el gobierno de México, esté preocupado por ayudar a sus países de origen a resolver las causas de esta migración, invirtiendo millones de dólares en programas sociales productivos que los mantengan con mejores condiciones en su tierra.
A partir de las múltiples solicitudes del gobierno mexicano, tiene 4 años el gobierno estadounidense prometiendo invertir lo necesario para terminar con el problema de raíz sin que esto suceda, pero ya mandaron armas a Ucrania por una cantidad equivalente a 10 veces la que se requiere para detener la migración de México y Centroamérica hacia su territorio. Habrá que preguntarse qué otros intereses los motivan para no querer terminar con el sufrimiento de tanta gente.
Como dijo el escritor colombiano Jorge González Moore: “La indiferencia es el apoyo silencioso a favor de la injusticia”.