China es el principal productor de bienes en el planeta. Tiene una población cercana a los 1,400 millones de habitantes, de los cuales en 2021, no hay ni uno solo viviendo en pobreza extrema; en 4 décadas han sacado de la pobreza a más de 850 millones de personas y 500 millones de ellas conforman su clase media. Para el año 2049 han planeado que todos sus habitantes tengan un nivel de vida similar al que tienen los de Italia o España.
Durante los últimos 38 años han crecido cada año en promedio a un ritmo de 10%, con una inflación de 3% anual y una deuda menor al 50% de su Producto Interno Bruto. El 80% de este PIB es generado por la iniciativa privada, que además es dueña del 90% de las empresas que operan en ese país.
Por el tamaño de su Producto Interno Bruto se ha colocado como la segunda economía del mundo y como la primera en intercambio comercial. Es el país con más reservas internacionales en el planeta y el principal acreedor de la deuda de los Estados Unidos; el día que decidan cambiarla por otra moneda, el dólar se va a desplomar como nunca lo ha hecho en su historia.
Es sorprendente revisar estas cifras y pensar que sólo hace 70 años China era un país rural y atrasado en tecnología, con la enorme mayoría de su población viviendo en una pobreza extrema que sólo alcanzaba a generar un Producto Interno Bruto de 40 dólares por habitante.
Lo importante del ejemplo de China, es entender que haber transitado de la situación que tenía en 1950 a la que tiene hoy, no ha sido producto de la casualidad o de algún milagro, o de la mente brillante de algún abuelo de Videgaray que hubiera decidido venderlos al extranjero. Es producto básicamente de 3 factores.
China comenzó a crecer en forma muy importante después de haberse deshecho de un modelo extranjero de desarrollo que estuvo intentando adaptar a su país; abandonó el esquema ruso y adoptó uno basado en su cultura, sus propias necesidades y su lógica patriota.
En segundo lugar diseñó un plan a largo plazo para llevarse a cabo en décadas y lo puso en ejecución. En el camino muchas cosas les salieron mal, pero no abandonaron ni sus objetivos ni su plan maestro, sino que fueron ajustando sus estrategias en función de los resultados que iban obteniendo.
No hubo borrones y cuentas nuevas cada 6 años como las vivimos en México durante esos mismos 70 años. El único plan de largo plazo que no perdió sus objetivos en nuestro país fue el modelo neoliberal que se orientaba exactamente en sentido contrario al del modelo chino. Su objetivo era la entrega de las riquezas del país al extranjero y por fortuna sufrió un corte de tajo a partir del 2019 que les impidió terminar de lograrlo.
El tercer factor fundamental fue que la estrategia general del plan de China, incluía que las actividades estratégicas del país, como son la gestión de la energía, el gas, el petróleo, las telecomunicaciones, la salud, la educación y la seguridad entre otros, fuera conservada por el estado y no se privatizara como lo hicimos aquí.
A partir de la rectoría del estado en la gestión de todas las actividades estratégicas, se fueron abriendo al mundo y privatizaron los sectores en los que la iniciativa privada hoy genera el 80% del producto interno bruto de su país.
Estas son tres lecciones que a los mexicanos nos conviene tomar en cuenta para continuar con nuestro desarrollo futuro, a fin de que podamos ir convirtiéndonos gradualmente en una potencia mundial:
1.- No copiar modelos del extranjero tratando de adaptarlos a nuestra realidad, sino desarrollar el nuestro basado en nuestra cultura, necesidades y lógica patriota
2.- Establecer objetivos y estrategias generales de largo plazo que no puedan cambiarse en el corto
3.- Recuperar y mantener la rectoría del estado en la gestión de las actividades estratégicas para el país, aprovechando la apertura comercial con la que ya contamos.
Como dijo el filósofo romano Séneca: “Largo es el camino de la enseñanza por medio de teorías; breve y eficaz por medio de ejemplos”.