Las cartas sobre la mesa por Laura Cevallos
@cevalloslaura
Cuando veas las barbas de tu vecino cortar, pon las tuyas a remojar.
Cuando se dice que al ver las barbas de tu vecino cortar pongas las tuyas a remojar, no significa que empieces a parecer de un miedo por algo que no está siquiera pasando, simplemente que debes estar alerta porque las señales se pueden convertir en tendencia y pueden tener resultados parecidos a pesar de las profundas diferencias que existan entre aquellos elementos que les dan origen.
Y me refiero precisamente a este intento de golpe de estado que sucedió, incluso antes de la propia votación en segunda vuelta, en la que Luiz Inácio Lula da Silva ganó la presidencia en Brasil: 70 días antes de la toma de posesión, es decir cuando estaba todavía en proceso la elección presidencial, por grupos abiertamente bolsonaristas, opuestos por completo a la presidencia de Lula, ergo, la presidencia del pueblo.
Exigían que la autoridad electoral no permitiera que la izquierda ganara, es decir, querían que se cometieran todos aquellos actos que le significaran una derrota a la izquierda y, sin embargo a pesar de ser el grupo en el poder y del dinero invertido, perdieron, porque la fuerza popular fue más grande y poderosa y logró reposicionar a Lula quién fue eliminado de la contienda presidencial y del poder por varios meses a raíz de falsas acusaciones del enriquecimiento ilícito en el proceso denominado Lava Jato por el que también la expresidenta Dilma Rousseff fue destituida y se le intentó encarcelar.
Una de las exigencias de este grupo era que Lula debía volver a la cárcel y no al Palacio de Gobierno porque, como ya sabemos, el prejuicio con el que siempre tratan a los líderes populares es su incapacidad para acceder al poder por su procedencia. En el caso Lula, un hombre con estudios muy breves, proveniente del sindicalismo minero pero con una gran autoridad moral y un profundo conocimiento de las necesidades del pueblo de Brasil, llegó por primera vez a la presidencia y logró cambios profundos y radicales en la política y la sociedad carioca, lo que despertó entre sus compatriotas más acomodados, ese coraje que da tener que compartir con los jodidos de siempre el poder, y la equidad en el reparto de las riquezas, la transparencia las cuentas públicas y todas aquellas molestias que conllevan la pérdida de la hegemonía en el quehacer político y económico, de una patada.
El cuento con el que lograron encarcelar a Lula se desmoronó por sus propios méritos: el enriquecimiento jamás se pudo probar, ni se desdibujó el amor del pueblo por un líder democráticamente electo, como ellos pretendían. Para esta tercera campaña presidencial, si bien no arrasó cómo habríamos supuesto, logró no sólo pasar de la primera ronda, sino ganar en la segunda vuelta electoral y fue en ese momento en que el poder de Bolsonaro peligró y promovió la idea de oponerse con todo para retener el poder que encabezaba como Presidente de Brasil.
A pesar de ese dinero y las artimañas políticas también respaldadas por grupos del exterior, “los ultras al estilo Trump” lograron centrarse en una parte importante de la población y son ellos quienes se apostaron durante esos 70 días en las afueras del complejo de gobierno a donde se asientan los 3 poderes federales y que tomaron por asalto las oficinas del poder judicial, legislativo y particularmente del poder ejecutivo destruyendo obras de arte de los artistas locales así como regalos hechos por otros países despreciando profundamente la cultura y demostrando que, para la derecha, no hay apego ni respeto a las cosas que son importantes para el pueblo.
Esta toma violenta se asemeja demasiado a la que intentaron para la toma de posesión el actual Presidente Biden, y quién ganó ante su opositor Donald Trump en unas elecciones que, hasta la fecha, siguen adoleciendo de contundencia en la legitimidad y es que para los trumpistas, Biden no es el presidente, a pesar de que los colegios electorales lo dieron por triunfador. Lo que diferenció a aquélla de esta toma violenta, fue la reacción del poder, porque en Estados Unidos no había un Presidente que hiciera cargo y es que anímicamente, Donald Trump se sentía fuera de su zona de confort: le habían avisado que había perdido y a pesar de alegar lo contrario, su actitud demostraba que sí estaba derrotado y Biden aún no era mandatario en el poder. En este caso, el Presidente Bolsonaro perdió y aunque alegaba un triunfo se fue a Florida para tener un refugio anímico y el Presidente Lula tomo el control en su papel de Presidente y efectuó todos los actos necesarios para frenar una escalada en la violencia que pudiera culminar con una toma de facto del gobierno.
Ahora, ¿por qué hay que empezar a remojar las barbas? porque los discursos provocan o miedo o esperanza y en México durante años hemos sido bombardeados por los conservadores, a través de los medios de comunicación, para que creamos que Andrés Manuel López Obrador era (y es) un peligro para México. A millones de personas se les quedó esa cantaleta y a pesar de estarse haciendo cosas de manera totalmente diferente, con resultados probados en un cambio favorable para la patria y para los mexicanos, esos millones que se dejaron convencer por este cuento insisten en que hay que frenar al Presidente.
Tenemos ejemplos de quienes le suplican en inglés al Presidente Biden y al Primer Ministro Trudeau que sean quienes apoyen a la derecha conservadora mexicana para destituir y eventualmente, repetir como ocurrió con Lula, el encarcelamiento del mandatario mexicano porque siguen insistiendo en que el Presidente López Obrador está destruyendo la economía mexicana y está polarizando a la patria y tantos cuentos que nos sabemos de memoria por ser mentira, pero que en el ánimo de esos millones sí representan un peligro real. Debemos desterrar por siempre la falsa idea de que lo conservador sirve para mantener bien las cosas.
Se aproxima inexorablemente el cambio gobierno para 2024.
Si bien todavía estamos en una fase muy prematura, incluso previa a las fechas legalmente establecidas, ya estamos padeciendo en carne propia el bombardeo de descalificaciones desde los grupos de oposición conservadores hacia quienes eventualmente se convertirán en los candidatos a tomar el mando de este país para 2024. Este cambio, tristemente, también está sacando lo peor dentro del propio movimiento porque no se conforman con la idea de que hay muchas y muy buenas opciones para suceder al Presidente y siguen insistiendo en que solamente la persona que ellos han decidido que será candidato o candidata al gobierno tiene las cualidades para continuar con la cuarta transformación, mientras que los propios compañeros este mismo movimiento, son más malos que la carne de cuche.
Para este 2024 la única receta debe de ser mantenernos unidos, como un solo cuerpo con pensamiento unificado, pero sin caer en la mentira de que todos debemos pensar igual. Sí que debemos cuidar el movimiento para evitar esta vuelta en U, como resultado de las descalificaciones y que sean tantas que logren romper la cohesión que debe prevalecer en el movimiento de la 4T.
No nos podemos dar el lujo de frenar el movimiento de la cuarta transformación para que retorne y con más virulencia, una derecha conservadora que desde luego, nos arrebataría todos los logros en la progresión de los derechos humanos y la visibilización de las causas de los menos atendidos por gobiernos previos.
Está en nuestras manos tomar en cuenta que, para consolidar esta cuarta transformación lo primordial es la unidad y el respeto para quienes conforman este movimiento que durante años ha ido moldeando el Presidente López Obrador.