Estaba leyendo [einmal ist keinmal] “lo que ocurre una sola vez, es como si no hubiera ocurrido nunca”
¿Cuántas veces tienen que ocurrir las cosas para que realmente sucedan? O cuantas veces ocurren y sin embargo es como si no hubieran existido nunca.
La vida está hecha de recuerdos, de pequeñas historias que se entrelazan con el tiempo. Situaciones que van formando nuestra realidad y de las que la mayor parte del tiempo, ni siquiera somos conscientes.
Me acababa de mudar a otra ciudad, fue una decisión que tomé dos años atrás y que fui planeando con mucho cuidado. Con mis ahorros compré un terreno que tenía una vista maravillosa del valle. Conseguí varios libros de diseño de interiores y comencé a imaginar cómo sería mi nueva casa. Después contraté a un arquitecto para que la construyera, disfrutando cada etapa del proceso.
Cuando estuvo lista, fui amueblándola, quería que todo fuera nuevo, elegí cuidadosamente cada uno de los objetos para decorarla. Hasta que llegó el día que estaba totalmente lista para ocuparla.
Contraté una pequeña mudanza y me lancé emocionada a mi nueva aventura. Ese día la carretera me pareció especialmente hermosa. La noche anterior había caído un aguacero y el sol iluminaba como el pradial del calendario de la Revolución Francesa en aquélla época del año.
Esa misma tarde, mientras desempacaba, recorría pedazos de mi pasado. Había revisado durante horas un montón de fotos y documentos que traía entre las cajas de mi existencia.
Durante varios días me dediqué a acomodar mis libros, a colgar los cuadros, busqué con cuidado el lugar perfecto para cada uno de mis sencillos adornos; cada objeto tenía una historia que contar y merecía un escenario adecuado para hacerlo. Cuando quedé satisfecha de mi obra, me propuse experimentar la sensación que me producía cada una de las habitaciones, escogiendo mis favoritas.
Un día no mucho tiempo después de mi llegada, me levanté temprano y decidí tomar un baño para refrescarme. Cerré los ojos bajo el chorro del agua, mientras me perdía en los recuerdos de mi infancia que evoqué con el olor del jabón Maja.
Como fui hija única, pasaba mucho tiempo sola, leyendo libros delicadamente ilustrados con coloridas imágenes, armando rompecabezas, o recorriendo las calles en mi bicicleta azul cielo. Generalmente mis juegos siempre estaban plagados de aventuras fantásticas en donde yo era la principal protagonista, historias inventadas por mi incansable imaginación de niña. Las paredes de mi habitación lucían siempre tapizada con mis dibujos llenos de personajes infantiles.
Salí de la regadera enrollada en la toalla más grande que encontré, miré por la ventana el frondoso tabachín que extendía sus ramas tupidas de flores naranjas sobre mi terraza.
Recordé aquel día que nos fotografiaron apenas a dos semanas de haberme instalado, me sentía parte de aquel ramillete de bugambilias y azáleas, te abrazaba mirando a lo lejos mi vida pasada y futura, recordando el impasse de tiempo entre el ayer que acababa de vivir y el mañana que ya estaba presente.
Me vinieron a la memoria tus palabras en una de esas cartas que nos escribíamos a diario y que todas las noches esperaba emocionada: “Ya ves, estás a punto de darle vuelta a la hoja, ya casi la pones sobre la páginas del lado izquierdo del libro; mañana va a caer suavemente ahí y se va a convertir, como por arte de magia, en pasado. Después poco a poco vas a ir escribiendo la página que sigue; hazlo despacio, con cuidado, pero con entusiasmo y alegría.”
Efectivamente estaba escrito, ahora además me había dado por apuntar historias, que iba tejiendo con pasajes de mi vida. Era la forma de comunicar algo muy íntimo y muy simple, manteniéndolo resguardado y protegido, como un poema o una carta, esas formas de escritura distante que no son tan directas como el teléfono, pero que a pesar de todo, no terminan con el “clic” y el zumbido pesado en la oreja.
Todo lo que se plasma en un papel se puede releer. Y cada vez que lo haces esa lectura te hablará de cosas distintas, el tiempo cambia los significados; a veces aparecerá entre las líneas un ser humano que te conmoverá, otras tal veces lo sentirás ridículo, en ocasiones solo te sonará indiferente. Eso es lo que somos, pequeños fragmentos de tiempo que vamos escribiendo en nuestra historia.
El correo, ahora electrónico es una manera de encuentro, para buscarte y conocerte, para saber de ti, de tus emociones y de tus realidades más profundas. Para que me explaye y nuestro diálogo no sea de sordos y nuestra relación no sea un espejismo. Porque las palabras dichas de frente solo ocurren una vez, se van deslavando paulatinamente hasta desparecer con el tiempo y parece que nunca sucedieron.
Por eso guardo tus cartas y tu guardas las mías y las releo cuando te extraño, te siento presente, puedo volver a vivir la misma sensación que me provocaron cuando las leí la primera vez. Te atraigo hacia mi, aunque no te tenga, me quedo con parte de tu esencia.
Descolgué mi vestido carmín, metí la cabeza levantando los brazos para que la seda se deslizara suavemente por mi cuerpo, esa sensación fresca pero delicada me hacía sentirme acariciada. Era un juego, aunque en ese momento estaba sola, sabía que no me iba a quedar así, tenía frente a mi varias posibilidades. Rechazaba la palabra “tranquila”, no quería detenerme, aunque me causaba un poco de angustia ese futuro tan cercano. Habían sido días difíciles, pero los iba resolver como quien se propone, desde la soledad, enviar una carta amorosa entregándose a su respuesta, pero si esta no llega no sería mi única oportunidad.
Ahora me miro en el espejo y aunque me conozco no me reconozco, hablo y mi voz se pierde por rumbos infinitos, la dejo ir y sin imaginarlo siquiera, un día la reconoceré junto a mi rostro y descubriré tal vez, como me dijiste, a quien era antes de ser quien soy, antes de llamarme como me llamo. Encontraré primero a la niña olvidada en mis recuerdos, que iba en el jardín de niños, que interrumpía a la maestra para cambiarle los cuentos inventando su propio final, que desde entonces decía lo que quería, pero ahora con más conciencia del resultado de mis acciones y mis deseos.
Tal vez pueda mirarme más atrás de esta vida, desde mi origen mas profundo, descubriendo mi verdadera naturaleza, siendo mas genuina. Sólo tengo que avanzar con pasos firmes, cautelosos, dándome el tiempo necesario para configurar poco a poco mi nueva realidad.