Condenamos severamente el atentado sufrido por Omar García Harfuch, jefe de la policía capitalina, lamentamos la pérdida de vidas humana en el evento y deseamos la pronta recuperación de la salud de los heridos.
Aunque no podemos afirmar que dicho atentado tenga motivaciones políticas directas, si podemos asegurar que es consecuencia de una serie de decisiones de diversos actores políticos.
El combate con inteligencia de los gobiernos federal y de la Ciudad de México limita el acceso a cierto grupo poblacional que por necesidad veían en el camino del crimen organizado la única posibilidad de supervivencia; la estrategia de la cuarta transformación también despoja a las bandas delictivas de su capacidad económica gracias al gran desempeño de la Unidad de Inteligencia Financiera comandada por Santiago Nieto.
Pero en el otro extremo tenemos a políticos como Diego Sinhue, gobernador de Guanajuato, que se niega a asistir a las reuniones de seguridad y se opone a la intervención de la Guardia Nacional cuando su estado está en llamas y ésas decisiones sólo empoderan a los cárteles del crimen organizado. O como Enrique Alfaro, quien ha sido señalado por la periodista investigadora Anabel Hernández como aliado de un grupo delictivo específico y que sus políticas de seguridad parecen confirmarlo. Con su lenguaje abusivo, violento y confrontacional empodera a delincuentes, haciéndoles creer que existe un vacío de poder donde no lo hay. Otros que directa o indirectamente provocan con sus acciones el crecimiento de los cárteles son los gobernadores de Chihuahua, Javier Corral; de Tamaulipas, Francisco García Cabeza de Vaca; de Michoacán, Silvano Aureoles.
Mención aparte merece Felipe Calderón, cuyo gran amigo y quizá cómplice Genaro García Luna se encuentra acusado formalmente de conspiración para el tráfico de cocaína por el gobierno de los Estados Unidos de Norteamérica, lo cual el ex presidente asegura desconocer.
El evidente conocimiento y la probable participación de Calderón en el operativo “Rápido y Furioso” ejecutado por las autoridades norteamericanas armaron a los cárteles con los gruesos calibres utilizados en el atentado al Secretario de Seguridad Ciudadana de la Ciudad de México y su torpe e infructuosa “lucha” contra el narcotráfico provocó la arrogancia y temeridad de los grupos delincuenciales, llevándonos a una espiral de violencia que apenas ahora se está logrando contener.
La enorme miseria y desprecio por el pueblo de México exhibida por los ya bien conocidos palangristas como Sergio Sarmiento, Carlos Loret, Héctor de Mauleón y otros no hace sino atizar el fuego de la artera violencia y sólo abona a su propia ignominia.
Esperemos que se confirme que este atentado fue perpetrado a consecuencia de la desesperación del crimen organizado al ver su capacidad operativa severamente mermada, y no como parte de la estrategia de calentamiento de las calles que la teoría del golpe blando indica, pues ello implicaría que la autonombrada oposición ha decidido quitarse los guantes.