Marión Estévez
@marionnest
En la actualidad el encierro, que limita el sensorio, nos transporta a un espacio mental donde priva la tristeza, el hastío, la desesperanza y en casos más graves una depresión reactiva debido al duelo que estamos tramitando por actividades que realizábamos y disfrutábamos en soledad o acompañados tales como hacer deporte, abrazar a nuestros sobrinos o nietos, ir a restaurantes o al cine, o viajar.
Actividades que llevábamos a cabo con regularidad o cuando nos daba la gana y de las que ahora, por nuestro bien y el ajeno, debemos abstenernos representan para la psique una pérdida de lo que solíamos ser antes de la amenaza constante de enfermedad-muerte; de lo que teníamos y tememos no recuperar; de las partes de todos tamaños que conforman nuestro YO que en adelante se sentirá como un rompecabezas al que le faltan piezas para funcionar como antes pero no descansará hasta recuperarlas tal cual o por medio de alguna sublimación.
Cada pérdida conlleva un duelo, un proceso natural para recuperar la homeóstasis que involucra mente y cuerpo; mientras la psique busca restituir lo perdido el organismo sufre síntomas como complemento somático, por lo que puede experimentar nauseas (rechazo), insomnio (ansiedad), mucha o poca hambre (vínculo con objetos tempranos rescatadores), falta de concentración (evasión de la realidad), por mencionar algunos; ambos recorrerán el camino hasta llegar a la aceptación, según Elisabeth kübler-Ross o a la añoranza, de acuerdo con Sigmund Freud, quien también dijo que si no se logra una resolución estaremos ante un duelo patológico conocido como melancolía.
En el caso de la cuarentena por la pandemia del COVID-19, la gente espera que dichas pérdidas no sean irreversibles, que cuando termine podamos salir de nuevo a las calles a respirar el aire de nuestra ciudad o comunidad, a visitar a nuestros seres queridos, a convivir con nuestros amigos, a hacer deporte, a trabajar y sentirnos productivos nuevamente, a reactivar el sensorio que nos salve de la regresión a lo inanimado, de la muerte en vida que estamos viviendo.
En su lucha por no morir o enloquecer, la mente ha tenido que volcarse hacia actividades menos motrices pero que la mantienen ocupada, tales como trabajar en línea; entrar en las redes sociales para informarse y opinar; hacer y compartir memes; ver videos; organizar reuniones con la familia o colegas a manera de subrogación de una cotidianidad anterior, cuando era feliz y no lo sabía; cuando tenía lo que necesitaba para sentirse bien; cuando un beso en la mejilla la insertaba en la sociedad; cuando enseñar frente a un grupo, manejar un taxi o esperar en el tráfico era parte de una historia que podía acabar en cualquier momento menos en el aislamiento.
Las pérdidas no se superan, se integran a nuestra vida, es decir, cada pedazo de nuestro YO que se va con lo perdido, será una falta que movilice la mente; como el juguete aquel de números donde faltaba un cuadrito justamente para que los otros pudieran moverse; y por tanto una pieza que aunque ausente seguirá formando parte de nuestro rompecabezas personal.