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Calderón, un legado de muerte y corrupción
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Calderón, un legado de muerte y corrupción

Mientras la 4ª transformación de México avanza orientando todo su esfuerzo en construir una sociedad de bienestar y sentar las bases para que ésta permanezca en el tiempo, los protagonistas del desastre ocasionado durante 40 años, todavía aparecen en la escena pública como zombis plañideros e irrelevantes, llorando su desgracia, reclamando su desaparición gradual y advirtiendo que veremos cosas peores si no los regresamos a la vida.

Entre los más activos se nos aparecen todos los días Vicente Fox y Felipe Calderón como fantasmas difuminados, que profieren lamentos e imprecaciones escandalosas en contra de todo lo bueno que le sucede a nuestro país, uno con singular incoherencia y el otro con manifestaciones de odio profundo y desesperado, disfrazados de un sarcasmo que lo subraya, mientras escurre veneno de sus comentarios.

Desde el panteón de la infamia han desempolvado hasta a Zedillo, que había hecho bien en transitar por el mundo de los difuntos políticos en silencio, disfrutando desde la tumba de los privilegios mal habidos que su prolífica actividad criminal le había conferido, apareciendo en un foro donde algún desorientado lo invitó a hablar de economía, una materia que nunca dominó en vida.

Desde ese mismo escenario, al que por cierto, con muy poca delicadeza omitieron invitar a Fox, se materializó entre llamas la imagen macabra del Carnicero de Morelia, quien en otro despropósito de la realidad, fue convidado para hablar de democracia y también economía, en un ejercicio donde los más incompetentes son exhibidos, para tocar temas en los que demostraron ser los más ignorantes.

Mientras Calderón daba clases de democracia y sensatez, se desplegaban detrás de él, en una pantalla imaginaria proyectada desde la consciencia colectiva, las imágenes de su colusión con Fox y Claudio X urdiendo el fraude por medio del cual se robaron las elecciones de 2006, para quedarse con la presidencia de la república en contra de la voluntad de los electores, como él mismo lo confesó acuñando la inolvidable frase literaria, “haiga sido como haiga sido” y que el mismo Fox ratificó aludiendo a los dados cargados a favor de este personaje oscuro y pequeñito, ahogado en traumas y complejos.

Mientras hablaba pomposamente, seguían proyectándose las escenas de su guerra contra el narco, entre llamas y sangre con cientos de miles de personas ejecutadas, enterradas en fosas clandestinas, con el subtítulo de “daños colaterales”, mientras García Luna y él jugaban Gotcha en los jardines de Los Pinos, vitoreados por Cárdenas Palomino.

Así continuábamos viendo cómo iba endeudando a PEMEX y a CFE, mientras disminuía su producción y le entregaba concesiones a Iberdrola y Repsol y al fondo se plasmaba una barda donde debió construírse una refinería, al tiempo que su voz disonante retumbaba elocuente con consejos de cómo deberíamos estar haciendo las cosas en la actualidad.

En la pantalla se podían observar los cargamentos con miles de armas de alto poder que fluían desde los Estados Unidos, compradas entre él y Medina Mora, siendo entregadas a los narcos, para que el Cartel de Sinaloa pudiera superar a sus rivales a cambio de droga que García Luna y sus lugartenientes traficaban hacia el país del norte.

En el marco de su perorata vacía pero entusiasta e imparable, la pantalla mostraba sus carcajadas estridentes, celebrando con el Saco de Pus y Margarita Zavala la destrucción de la Compañía de Luz, mientras los padres de la Guardería ABC lloraban con los cuerpos inertes de sus bebes en los brazos.

Así terminaba Felipe Calderón su impecable exposición en el foro de Madrid, entre aplausos entusiastas de Vargas Llosa, Claudio X, Zedillo, Aznar y miles de simpatizantes de su inmaculada imagen de líder absoluto de lo que queda de la derecha fascista, que va diluyéndose en nuestra realidad, y de la que solo quedarán heridas abiertas y recuerdos dolorosos, cada vez que alguno de estos personajes predique desde el púlpito del inferno.

Como dijo el escritor británico Ken Follet: “La tragedia es una herramienta para que los vivos logremos adquirir sabiduría”.

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