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¡Dejad que los locos salgan!
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¡Dejad que los locos salgan!

¡Dejad que los locos salgan!
A propósito del día mundial de la salud mental

Saúl Sánchez López
@Martillazo

Muéstrame a un hombre cuerdo y lo curaré por ti.
Carl Jung

La cordura es el a priori de la civilización por excelencia. Y no me refiero a la Razón, fundamento filosófico del pensamiento occidental, sino al pensamiento racional que empleamos en el día a día; algo que damos por hecho como parte de la normalidad cotidiana. Sin importar la situación de que se trate y a pesar de las diferencias personales, asumimos que siempre podemos comunicarnos con el otro, razonar con él y llegar a algún tipo de arreglo, ya sea sobre cuestiones domésticas, laborales o hasta políticas. Por ello, resulta increíble que en pleno siglo XXI -con todos los avances de los que nos jactamos- sigamos debatiendo sobre formas humanas y dignas de atender a quienes padecen de un trastorno mental.

En México, recientemente se publicó la reforma a la ley general de salud en materia de salud mental y adicciones, la cual establece, entre otras cosas, la necesidad de llevar a cabo campañas de información, prevención y promoción de la salud mental, así como la obligación del estado de implementar un conjunto de políticas sociales orientadas a grupos vulnerables; pero lo más relevante, sin duda, es el giro en el modelo de atención, pasando de un enfoque psiquiátrico asilar a otro comunitario.

Los “locos” han sido desde siempre un problema para el sistema social y político. Otrora satanizados como seres endemoniados, luego etiquetados como enfermos incurables, parece que la humanidad no ha encontrado mejor remedio que su exclusión, recluyéndoles a los confines más recónditos, donde no puedan distraer a nadie de sus sacrosantas actividades. El manicomio es un no-lugar, como dijera Augé, donde se les esconde, se les aísla, se les contiene… no tienen realmente una vida, pero tampoco se les deja morir. Un absurdo limbo terrenal.
En contraste, la máxima del nuevo modelo comunitario es clara: “dejad que los locos salgan”.

La idea es cortar de tajo esa maldita costumbre de internar por la fuerza a las personas con discapacidad psicosocial, refundiéndolas en hospitales psiquiátricos donde se les brutaliza, humilla y somete a “tratamientos” inhumanos en contra de su voluntad, para, en cambio, atender su salud mental mediante una red de instituciones, organizaciones y actores diversos, incluyendo familiares y grupos de pares, al tiempo que se transforman los hospitales psiquiátricos en generales. Una iniciativa completamente en línea, hay que decirlo, tanto con las recomendaciones de organismos internacionales de derechos humanos, como con las demandas de asociaciones de sobrevivientes de la psiquiatría.

Es esta, justamente, la propuesta que ha generado mayor escozor, sobre todo en sectores vinculados a la oposición, quienes -a juzgar por diversos pronunciamientos- ya están imaginándose la peor de las películas de horror jamás creada, con una horda de asesinos seriales persiguiendo a la gente, machete en mano. Una imagen profundamente enraizada en el imaginario social que asocia trastorno mental y peligro inminente.

Sin ánimo de darle crédito a semejante visión, que es más fruto de la ignorancia y los prejuicios que de la evidencia empírica, es cierto que la atención comunitaria a la salud mental será problemática y enfrentará toda clase de resistencias y desafíos. El hecho es que muchas personas han utilizado hasta ahora los hospitales psiquiátricos y similares como último recurso para resolver problemas familiares de cuidado, vivienda e ingresos, al no poder lidiar con un ser querido que padece una enfermedad mental. Lo cierto es que, como sociedad, todavía no sabemos cómo integrar y convivir con aquellos que a nuestros ojos han perdido la razón.

Quizá, haría falta que como especie dedicáramos menos esfuerzos y recursos en caprichos tecnológicos sin sentido, como mandar autos de lujo al espacio o diseñar robots jardineros, y nos concentráramos en lo verdaderamente esencial: construir una vida humana y digna para todas y todos por igual, que incluya de una vez por todas la diversidad mental. Ya va siendo hora de que seamos una sociedad menos racional y más razonable.

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