Entre otras cosas el estilo de gobierno de Donald Trump y el desarrollo del proceso electoral en el que perdió la reelección, hicieron mucho más evidente de lo que ya era el comportamiento esquizofrénico de los gobiernos estadounidenses, que así como dicen una cosa, dicen otra que es completamente incongruente con la que dijeron o hicieron primero.
Un país que se pronuncia por la libertad, cuando sus políticas censuran opiniones que consideran contrarias a lo que predican, e incluso están dispuestos a encarcelar de por vida a quien se atreve a difundirla; que habla de democracia, cuando hace todo lo posible por vulnerar los procesos democráticos en países cuyas políticas amenazan con no plegarse a su voluntad.
Que promete oportunidades cuando hace todo lo necesario para evitar regularizar la migración hacia su territorio, impidiendo la entrada de personas por medio de la fuerza y recibiendo a aquellos que logran hacerlo para explotarlos, maltratarlos y deportarlos en cuanto creen que pueden prescindir de ellos.
Un estado que ofrece un mundo mejor, cuando en lugar de invertir en países cuyas condiciones de vida para sus habitantes los obligan a salir a buscar trabajo en los Estados Unidos, prefiere hacerlo en enviar armas a otras naciones para que se maten unos a otros y dejen así el mercado libre.
Califican de terroristas a narcotraficantes que lo único que hacen es surtir las drogas que ellos consumen, pero no lo hacen con los cientos de ciudadanos estadounidenses que cada año asesinan a personas indefensas en escuelas, centros comerciales, estadios, bares y desfiles dentro de su propio territorio utilizando armas de alto poder, que el gobierno permite que se vendan en supermercados, como si fueran dulces.
Desconocen gobiernos como el de Venezuela, que fueron elegidos en forma legítima mediante procesos electorales democráticos, por no acceder a sus caprichos, nombrando y reconociendo como presidente legítimo a un personaje impresentable, como si por esa simple razón una realidad inexistente tomara forma, para después, cuando tienen necesidad de negociar algo urgente con ese país, como la compra de petróleo por ejemplo, acuden al gobierno que desconocieron, olvidándose que el que reconocen sigue ahí deambulando en el limbo mítico de la política que le crearon.
Obligan a países que consideran como sus aliados, a llevar a cabo la autodestrucción económica, haciendo que se involucren en un conflicto bélico irracional, presionándolos para que manden cantidades ingentes de armamento a fin de intentar destruir a los rusos, para luego a media guerra, son capaces de pedirle encarecidamente al “enemigo”, léase Rusia, mientras lo tratan de destruir, que les permita acceder a los granos de la producción agrícola que tiene disponible para evitar el hambre generalizada.
Y para refrendar su orientación de vanguardia en defensa de las libertades, la Suprema Corte decreta un regreso de 50 años en la legislación del aborto, cancelando su despenalización en la ley federal; mientras se solicita la extradición de Julian Assange para encerrarlo de por vida y se autoriza la portación de armas de alto poder en espacios públicos en el estado de Nueva York.
Por si después de revisar todo esto, existe alguna duda sobre la desorientación hilarante en la que viven los gringos en tiempo y espacio, Elon Musk, el magnate dueño de la empresa Tesla fabricante de autos eléctricos, urge al mundo occidental a incrementar su capacidad de refinación de petróleo, al tiempo que una jueza de Texas, condena al cártel de Juárez a pagar una suma multimillonaria a la familia LeBarón por la masacre perpetrada en Bavispe; solamente falta que notifiquen el fallo en el domicilio fiscal del cártel para que le cobren.
Como dijo el novelista italiano Alessandro Baricco: “Hacía tiempo que ya no temía la penetración del absurdo en la geometría del sentido común”.