Por: Rafael Redondo
@redondo_rafa
Ayer, el Papa Francisco hizo esta declaración: “Estar debidamente informado, ser ayudado a comprender situaciones basadas en datos científicos y no en noticias falsas, es un derecho humano” e instó a los medios a no distorsionar la información.
Ayer también, aparece Loret de Mola hablando de una supuesta vida de pashá de uno de los hijos del Presidente López Obrador en Houston. Infoabe menciona dos propiedades: una casa con un valor en pesos mexicanos de 20 millones 800 mil pesos, y otra propiedad de 7.6 millones, también en pesos mexicanos. No sabemos si esas casas en realidad son propiedad de José Ramón López Beltrán, porque no presentó las escrituras. Tampoco sabemos el origen del dinero con que se pagaron, porque tampoco presentó ningún documento.
Lo que sí sabemos, es que un millón de dólares es el precio de una casa de clase media en Houston y la otra, de poco más de 300 mil dólares, tampoco es una residencia donde viviría algún millonario estadounidense o algún magnate petrolero de Dubai.
Siento pena por quienes se deslumbraron con esos precios, porque es evidente que jamás han visitado los Estados Unidos, por eso no saben las características del nivel de vida de la clase media norteamericana.
Otro personaje que ya se consolida como parte de los periodistas carentes de metodología y ética es Carmen Aristegui, quien también se mostró impresionada con una casa en Houston de un millón de dólares, pero tampoco mostró ningún documento que demuestre algún acto de corrupción. No sé dónde viva Aristegui, pero lo cierto, es que no vive en Las Lomas de Chapultepec, donde el valor de una casa puede superar y por mucho, el millón de dólares. Tampoco sé dónde pase sus vacaciones, pero no creo que muy lejos de Caleta, en Acapulco, porque en Estados Unidos, evidentemente no.
Infodemia, falta de rigor metodológico, periodismo amarillista, que, de acuerdo a la declaración del Papa, atenta contra los Derechos Humanos. Pero el Papa hizo la declaración, refiriéndose al tema de la pandemia, que no sólo atenta contra los Derechos Humanos, sino contra el Derecho a la Vida. La salud, ha representado para los medios una fuente inagotable de ingresos a costa de vidas humanas, cuando anteponen sus ingresos, distorsionan la información, sin importarles que una información distorsionada, pone en riesgo la vida de una o muchas personas. Para un católico debería significar avaricia a costa de la vida humana. O sea, avaricia a la máxima potencia.
Y en este contexto de Fake News pero que van más allá del chisme, y que ponen en riesgo la vida de personas, aparece otra “periodista” mexicana: Azucena Uresti. Esta señora o señorita, invita cínicamente a unirse a la demanda contra Gatell. Esta mujer, creo que no tiene claro el papel de los medios de comunicación en el entorno de esta epidemia (pero se dice periodista): aunque la directriz de la política de salud la tiene el Gobierno de México, la difusión de la información, es responsabilidad de los medios. Es una responsabilidad compartida. Por tanto, ella cabría también en esa demanda.
Uresti tampoco tiene claro el oficio de periodista: forense de la información. Nada más. Ese es el límite.
En el currículum de esta mujer no existe experiencia alguna en temas médicos, bueno, ni siquiera en Primeros Auxilios; por tanto, su labor debe limitarse a revisión exhaustiva de la información proveniente de la comunidad científica internacional, de la OMS especialmente; pero, también de las publicaciones periódicas que siguen apareciendo en revistas científicas especializadas. Es decir, de información que es avalada por personas expertas en el oficio en cuestión. Un periodista está (o debería estar) impedido para romper esos límites, usurpando funciones y entrometerse terrenos donde su experiencia, no alcanza.
La comunidad científica internacional, no incluye a personajes a los que Uresti avala como especialistas en un tema que ella misma, está muy lejos de comprender, como una dentista. Tampoco es función de un periodista, hacer cuestionamientos sobre temas que están fuera de su campo de acción y que tampoco acaba de comprender, como insistir en la vacunación a menores, mientras la OMS coloca a los menores como individuos con riesgo muy bajo de desarrollar enfermedad grave y frente a la carencia de vacunas en el mundo, la OMS crea una tabla de prioridades donde los menores, están en el rango más bajo. Uresti, no es parte del grupo de asesores de la OMS y dudo que algún día lo sea. Tampoco está en las atribuciones de un periodista colocarse en la posición de policía del cubrebocas, porque ella tampoco entiende la utilidad y funcionamiento de un cubrebocas. Tampoco un periodista puede insistir en pruebas-pruebas, porque ni las pruebas nacen como hongos, ni esta mujer sabe las particularidades a tomar en cuenta, al aplicar una prueba. Esta mujer tampoco tiene experiencia en Administración Pública, como para lanzarse a juzgar una política de salud con tantas aristas que deben ser evaluadas. Como ejemplo, los conflictos sociales en Europa por la aplicación de restricciones muy severas y la exigencia de un certificado de vacunación para poder desplazarse. A un periodista con su experiencia y habilidades, le queda muy grande atreverse a realizar juicios en este rubro. Esta mujer, no sabe cómo se está llevando a cabo la producción, necesidades del mercado y distribución de vacunas en el mundo, porque nunca he hecho una negociación de productos biológicos en medio de un entorno pandémico. Nunca ha colocado un respirador, no es capaz de describir la función de las proteínas en la existencia de los virus y por tanto, tampoco cómo actúa un ARNm e incluso, tiene problemas en la interpretación gráficas.
Mientras Gatell se ha apegado a las pautas de la OMS, Uresti invita a demandarlo. Uresti tampoco leyó la Hoja de Ruta recientemente publicada por el SAGE de la OMS, ni realizó un comparativo entre la política de salud implementada por México y el documento del SAGE, que, para el oficio periodístico, es (o debería ser) una obligación. Tampoco se ha dado cuenta de los problemas sociales en Europa y Estados Unidos, resultado también de la epidemia, y que afortunadamente no hemos tenido en México; sin duda, un éxito de la política de salud mexicana. En su espacio de noticias, está asumiendo facultades que no le corresponden y con ello, poniendo en riesgo a su audiencia.
Es evidente que ni la ética ni el método juegan un papel de importancia en la vida profesional de estos tres personajes. Pero mientras la justicia divina se hace presente, hoy cierro con una pregunta:
Como ciudadanos, ¿podemos demandar a un periodista quien, por su irresponsabilidad profesional, pone en peligro la vida humana, difundiendo información falsa o distorsionada? Así como se puede acusar de negligencia a un médico, supongo que algo similar podría suceder contra un periodista, insisto, en el contexto de la situación de salud inédita por la que el mundo está atravesando. Ojalá algún abogado que lea este artículo nos asesore, porque en el contexto de la pandemia y de la infodemia, esta información resultaría muy útil.