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Odio hablar del odio…
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Odio hablar del odio…

Todos tenemos un poco de científicos. De hecho, la ciencia es el resultado de una forma de analizar el entorno connatural a la mente humana. Quizás por ello, mi mente, contagiada de las fantasías que el prianismo diariamente difunde, no exentas del más curioso futurismo, me ha dictado un experimento, difícil de poner en práctica, pero de resultados más que predecibles.

Tome usted treinta prianistas (admito que son cada día más escasos, pero es posible encontrarlos) divídalos en tres grupos y aderécelos con un “influencer” cada uno. Introduzca a cada grupo en un salón de proyección sin contacto con los demás. Ahora, proyecte en una enorme pantalla un video editado del presidente AMLO. El primer grupo verá cómo -por ejemplo- Obrador defiende a los migrantes; el segundo, en cambio, lo escuchará atacarlos; el tercero, por su parte, será testigo de cómo busca una propuesta conciliadora. Aclaro que podrían ser cuatro, cinco o más grupos diversificando los mensajes editados para cada salón de proyección extra. Terminado el mensaje, se le permitirá a cada uno de esos prianistas y sus honorables influencers, tuitear rápido lo primero que le venga a la mente. Léanse los tuits y se verá que los treinta y tres (o cuarenta y cuatro, o cincuenta y cinco, como queda dicho) se burlan airadamente de la colosal estupidez que, dicen, han escuchado, y que, sin remedio, nos conducirá al final de la civilización, al caos y al Apocalipsis. El tema de los videos podría ser ese o cualquier otro de su gusto, no cambiará el resultado.
Queda fuera de toda duda que eso es exactamente lo que ocurrirá, pero ¿Por qué es tan predecible? Bueno, la respuesta es sencilla y dura: por odio.

El odio inoculado, es uno de los grandes males de nuestra sociedad; engendra a la misoginia, la homofobia, el racismo, el clasismo, la xenofobia, etcétera. Es esencialmente irracional. No depende, de ninguna manera, del análisis de las palabras, actos, gestos u obras de aquel contra quien está dirigido. Se le juzga a priori por ser quien es. De ahí el término “prejuicio”. Ya está clasificado de antemano.

Por supuesto, aquellos en el poder, en el real poder en nuestro país, sintiendo amenazados sus intereses, fustigan a sus legiones a manifestar ese odio. Eso casi lo encuentro lógico. Lo que no resulta tan lógico, es que, aquellos afectados por el abuso de esos poderosos, compren ese odio. Muchos sicólogos sociales, sociólogos y hasta politólogos han lidiado con esta clase de manifestaciones. Se han creado membretes, algunos más dudosos que otros, como el “síndrome de Estocolmo”. Más polémico, pero más exacto, es que este virus se inocula desde la más tierna infancia, por medio de ceremonias cívicas, estructuras verticales como las religiosas y a través de medios electrónicos que reemplazaron a otros ya caídos en desuso.

Diariamente, y esto se ha vuelto costumbre, se difunden espectaculares mentiras que, de inmediato, son adoptadas por una masa acrítica cuya capacidad parece limitada a leer titulares y tuits. En horas, máximo días, es desmontada la mentira, surgen disculpas (si bien nos va), aclaraciones, precisiones y…vuelve la burra al trigo con la siguiente mentira, pero de este tema hablaremos otro día. El asunto es que, esas mentiras sirven para avivar e intentar extender el odio. O profundizarlo.

No puedo evitar comentarles que hay formas muy perversas de sumarse a esos poderes que diseminan el odio: La sumisión cómplice sin dignidad. Llámenle traición. Traición a sus pares. Recuerden que Dante colocaba a los traidores en el último círculo del infierno.

Un ejemplo de cómo ocurre esto, sería el personaje del mayordomo de la película Django de Tarantino. Si no la han visto, entonces googleen “Quisling”. Un sujeto que, por ganar el favor de Hitler, traicionó al pueblo noruego. Terminó mal.

Y digo esto, porque en medio de estas discusiones sobre le tema del discurso del odio, sobresale un títere. Digo un títere, otros le llaman expresidente, porque es alguien que, con tal de sentirse entre los poderosos, no ha escatimado esfuerzos en traicionar a sus pares y vender su dignidad. Siempre respondiendo a los intereses de aquellos que admira: los verdaderamente poderosos. Un títere cuya pequeñez lo llevó a inventar épicas epidemias, o sentirse general de cinco estrellas, aunque hasta unos cohetes de feria lo hacen saltar. Un sujeto motivado por el rencor, el odio, y de odio y por odio habla. Un sujeto que levanta sospechas sobre un inmoderado uso del alcohol.
Y no se requiere ser científico para darse cuenta de que solo el odio irracional lo mueve a él y a sus huestes.

@HectorAtarrabia

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