Por: Saúl Sánchez
¿Quiénes son estos personajes que aparecen todo el tiempo en la radio, en la televisión, en el periódico, diciéndonos qué pensar, qué creer, lo que está bien o mal en el país, sin que nadie, absolutamente nadie de nosotros les haya pedido jamás su opinión?
Ciertamente no son periodistas; el periodista es el profesional que busca la noticia y la transmite. Tampoco académicos; el académico es un investigador experto en generar conocimiento. Mucho menos intelectuales; el intelectual dedica su vida a la reflexión crítica. En cambio, este singular personaje, conocido como “líder de opinión”, no comunica hechos, no investiga la realidad ni se toma la molestia de tan siquiera pensar antes de expresarse. No; es más un pariente lejano de los sofistas griegos, aquellos expertos en el manejo de la doxa.
Mercenarios de análisis y posturas, cuyo trabajo no consiste sino en impresionar y hacer sentir al público lo que sea su voluntad…o la de sus jefes.
Prestidigitadores de imágenes y datos, estos “expertos” pueden tener estudios, experiencia o hasta un cierto prestigio, pero cuando se trata de opinar, dejan estos atributos atrás para concentrarse en la divulgación de prejuicios. Siendo su meta nada más que el reciclaje de ideas y posiciones preconcebidas, a fin de enraizarlas en el imaginario social y coadyuvar así a perpetuar el estatus quo. En este sentido, se trata de actores eminentemente reaccionarios.
A diferencia de los verdaderos expertos -quienes raramente son conocidos por el público general-, el líder de opinión obtiene su autoridad únicamente en función de su carisma o, mejor dicho, de su carácter comercial, propiamente mediático. Esto es, su capacidad de interesar a la gente en conocer su opinión, no porque ésta valga la pena o sea confiable, sino básicamente por morbo. Su poder de atracción reside ante todo en decirle a su público lo que quiere oír y a sus adversarios lo que no quieren oír. Polarizante y sensacionalista por excelencia, si no lo aman y no lo odian, no sirve.
De cualquier modo, no necesita ganarse a su audiencia; acostumbrado a que la gente le vea, le escuche o le lea, por el simple hecho de salir en los medios. Al menos hasta ahora. Desafortunadamente para él, el auge de las redes sociales ha traído consigo la emergencia de innumerables medios de comunicación, alternativos y contraculturales, quienes rápidamente están erosionando el oligopolio mediático, junto con sus narrativas políticas, económicas y sociales, que hasta hace poco mantenían la ilusión de un pensamiento único.
A diferencia de los anteriores, los nuevos líderes de opinión no tienen garantizada su presencia en los medios, pues los medios mismos son precarios. Ambos deben ganarse el favor del público con el sudor de su frente, a fin de seguir vigentes, por lo que su éxito depende enteramente de sus propios recursos no materiales, su autenticidad, su originalidad, su credibilidad, etc. Esta es la razón por la que estos líderes de opinión emergentes no son ni se creen dueños de la verdad, antes bien, asumen un rol abiertamente parcial en la discusión y se posicionan claramente en el espectro ideológico, sin mayor presunción que la de expresar un punto de vista personal. Esto es, justamente, lo que les convierte, en el sentido más franco de la expresión, en verdaderos líderes de opinión.