Por: @HectorAtarrabia
He sido fanático de los vicios y virtudes que contaminan las historias que veo en el teatro o el cine o la literatura, incluso me fascino con eso con mayor fervor que con la obra misma. Es muy curioso ver las historias de los personajes dominadas por virtudes que en la vida diaria están tan diluidas. La lealtad, sin embargo, podría ser de las más comunes, y, por lo mismo, de las más pisoteadas. Su contraparte es, sin duda, el más popular de los vicios, en teatro y en la vida real; la traición.
Lo agradable de ver en teatro lo mismo vicios que virtudes, es que son tan concretos y precisos que casi son tangibles, mientras que en la vida real son tan difusos y subjetivos que se vuelven tan inasibles como la percepción personal de cada sujeto. En general supongo que eso es el valor de la abstracción. Las abstracciones de los comportamientos modélicos reciben el sonoro nombre de virtudes, pero ni siquiera combinan entre sí.
Tomemos la lealtad, ¿podría una persona ser sincera y honesta? ¿Confiaríamos en que se apegara a la verdad? Porque una persona cien por ciento leal no puede apegarse siempre a la verdad, so pena de ser desleal, y una persona totalmente sincera, no puede jurar ningún tipo de lealtad, pues el riesgo de tener que mentir estaría latente a cada paso.
Además, aquella que es leal, para ser de verdad leal, no podría serlo a una sola persona ¿cierto? Dos personas de virtud absoluta como esas, una leal, la otra incapaz de mentir, estarían en seria competencia por la confianza; en una podrías confiar sabiendo que te sería leal aun a costa de la verdad, en la otra podrías confiar, sabiendo que te diría la verdad siempre, pero no podrías confiarle todo pues tus secretos estarían expuestos.
En la vida real, por suerte, no hay tales personas, las hay, muy simpáticas, que son capaces de honrar la verdad casi siempre, y de ser leales en casi todas las circunstancias. Casi y casi. En fin, pues, que las virtudes no combinan unas con otras está clarísimo, por lo que una persona virtuosa es más que un ideal; es un oxímoron. Una persona confiable, tendría una buena dosis de ambas virtudes, o “valores”, como algunos se empeñan en llamarlas, bien equilibradas, pero justo el pequeño porcentaje de ambas del que careciera le impediría, en una situación particular, ser una persona “virtuosa”.
Pero ¿es esto una fatalidad inescapable? No. Parece ser una importante forma de evaluar tanto educación como una sociedad sana. Me explico; cuando hablamos del problema de la educación en México, la gente imagina que se habla de instrucción académica. Pero esa presenta problemas de inequidad en el acceso a recibirla. En cambio, el problema educativo es mucho más profundo. Unos padres que frente a un problema o un deseo acuden a sus influencias, le están dando pésima educación a sus hijos. Los que abundan en comportamientos clasistas y racistas en casa, también. Los que son abusivos, desapegados o prepotentes, más. Esto viene a cuento porque una sociedad sana tiene individuos con buena educación, incluyente y respetuosa y apegada a las normas y reglas. Nuestras clases acomodadas son instruidas en el arte de pasarse por el arco del triunfo reglas, normas y leyes.
Para conseguir salirse con la suya cuentan con una pésima idea de “lealtad” que se debiera llamar “complicidad”. Familia, amigos, compañeros de escuela se convierten en un entorno de lealtad frente a todo. Y se considera una virtud. Conforme caen en conductas que saben inapropiadas, antisociales o, de plano, criminales, se solidarizan a través de esa mal entendida lealtad. La honestidad pasa a segundo plano. La verdad no importa. A pesar de que, entre ambas, si hay que escoger, es más importante la segunda.
La verdad, la honestidad, permite que una sociedad madure y tenga leyes buenas para todos, la lealtad florece si el entorno elimina desigualdades, abusos, mentiras y corrupción. La lealtad, sin sustrato ético y moral, se convierte en “pactos” vergonzantes. El patriarcal, por ejemplo; el código de los políticos; el “pacto de caballeros” del futbol, las sociedades secretas, las pandillas, cárteles, cámaras industriales y otras monadas en las que se valora la lealtad. En donde se detesta la honestidad.
Pero, a nivel de dirigencia, sea familiar, de grupo, gremio y, sobre todo, de gobierno, tales pactos no pueden existir porque se contaminan de corrupción, abuso de poder y otras terribles alimañas. No se puede ser leal a los amigos si se es leal a la Nación. No si ambas esferas chocan. Eso es la raíz de la corrupción. Se puede ser leal a los amigos si, y sólo si, los amigos son leales a la verdad y a la nación. Si son honestos.
Porque no es traición a un amigo no respaldarlo si el traicionó a la nación, si faltó a la honestidad, si quebró la ley. Y mantenerse leal a él es una enorme deslealtad al pueblo que paga tu salario, que confía en ti. Imposible entender esto si nunca maduraste de la etapa de la secundaria ni tuviste un claro ejemplo de honestidad o reflexionaste con madurez y responsabilidad sobre esto.
Hace muchos años me impresionó una película: “Excalibur” se llamaba. Parecía una simple puesta en cinta del mito del rey Arturo, pero reflexionaba sobre el asunto de cómo, aceptar encarnar a la nación, implica la renuncia de tu ego y tus deseos por los superiores de la colectividad. Aplica en casa. Y aplica si eres senador de la República, desde luego.