El domingo 4 de junio se llevaron a cabo dos procesos para elegir gobernadores en los Estados de México y Coahuila que nos presentaron escenarios completamente distintos.
En el Estado de México se integraron una alianza entre Morena, PT y Partido Verde, así como una coalición entre el PRI, PAN, PRD y Nueva Alianza, con ambas uniones realizando campañas serias e intensas, utilizando estrategias distintas pero unificadas.
El trabajo intensivo de campo que implicó una absoluta cercanía con la gente realizado por Morena y su candidata Delfina Gómez, apoyándose fundamentalmente en recoger las necesidades de los mexiquenses para armar un programa de gobierno, además de una organización poderosa impulsada por su partido, logró que más de la mitad de los votantes sufragaran a su favor.
Así recibió 3.3 millones de votos que correspondieron al 53% de los 6.2 millones de mexiquenses quienes salieron a votar, dejando a la candidata del PRI, PAN, PRD y Nueva Alianza con el 44% de la votación emitida y terminando con 94 años y 23 gobiernos ininterrumpidos del PRI en ese Estado, destruyendo también la falacia de que al Grupo Atlacomulco, formado por los políticos viejos del PRI, no se le podía ganar en su propio territorio.
De pasada descabezó al dinosaurio priista que desde 2018 no había ganado ninguno de los procesos electorales en los que participó, salvo el de Durango, donde se tuvo que unir al PAN para no perderlo y que ahora tiene que gobernar en coalición con ellos, pero cuya derrota en el Estado de México no solamente era impensable, sino incosteable porque se les termina la última caja chica de buen tamaño como para poder financiar todas las trapacerías que su estructura nacional está acostumbrada a operar y pierden su propia casa, su refugio y su fortaleza.
La lección en el Estado de México es la que representa la unidad. Morena hizo una encuesta en la que los mexiquenses eligieron a la maestra Delfina y los otros dos precandidatos, Horacio Duarte e Higinio Martínez cerraron filas de inmediato con ella, la apoyaron y trabajaron hombro con hombro durante toda la campaña para ganar la elección. Así es como se gana.
La de Coahuila es otra historia. Entre rumores que apuntaban a una selección cupular del candidato, como sea se llevó a cabo una encuesta a cuyo resultado todos los precandidatos aceptaron someterse, los coahuilenses eligieron a Armando Guadiana para competir por Morena, en un Estado donde el control faccioso del PRI ha cooptado prácticamente a todas las estructuras, diluyendo incluso al PAN y donde si algo se requería para intentar competir con cierto grado de probabilidad de éxito, era justamente de la unidad.
Pero ahí los precandidatos perdedores de la encuesta se rebelaron, no reconocieron los resultados a pesar de haberse comprometido a hacerlo, e incluso, rompieron con Morena priorizando sus proyectos personales y se lanzaron por su lado; increíblemente, los partidos aliados de Morena, el PT y el Verde hicieron lo mismo y traicionando su acuerdo de alianza cobijaron a los rebeldes y decidieron competir por su lado contra Morena así como contra el PRI, sin ninguna posibilidad de ganar más que alguna canonjía política menor a nivel local, que solo logró desvelar su mezquindad.
Como era de esperarse, el PRI aliado con el PAN y el PRD arrasaron en esa elección obteniendo el 57% de los votos, dejando a Morena con el 22%, que fue perdiendo preferencia electoral en el proceso canibalizada por los demás participantes, al PT obteniendo el 13% y al Verde unido al partido local UDC con un 6%. Todos los perdedores seguramente ganarán algún diputado en el congreso local a costa de haber sacrificado la oportunidad de competir seriamente por la gubernatura y eso es lo que merecen, prácticamente nada, además del desprestigio por haber adoptado una estrategia política totalmente inadecuada. La lección es muy simple; así es como se pierde.
Como dijo el político estadounidense Patrick Henry: “Unidos resistimos, divididos caemos. No nos separemos en facciones que destruyen la unión de la que depende nuestra existencia”.