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El engaño del poderoso, es el verdadero opio del pueblo
El día, Nacional

El engaño del poderoso, es el verdadero opio del pueblo

Recordó frases hechas en otro tiempo, señalando que la religión o el televisor eran “el opio del pueblo”. Estas afirmaciones intentaban decir algo socialmente importante en ese momento. Pero se quedaban cortas.
Tanto religión como medios de comunicación, son vehículos para algo más profundo. La apuesta que hacen aquellos que ven oportunidad de medrar a costa del dolor y sufrimiento ajeno, está basada en dos características humanas fundamentales. El desconocimiento y el olvido.
Del matrimonio de estas dos insuficiencias en el Hombre, nace el servidor fiel en la defensa de los intereses de quienes ambicionan poder y riqueza: el engaño.

Probablemente habría sido más justo hablar de iglesia y no de religión, en cuanto a opio del pueblo. Cualquier creencia honesta es digna de respeto. No se puede decir lo mismo de la institución que se apropia y dice hablar en nombre de esa fe. A lo largo de la historia de las civilizaciones, las distintas iglesias han jugado un papel fundamental, en favor de los privilegios de la clase dominante. Las iglesias son ricas terrenalmente, aunque la mayoría de ellas hablen de la pobreza como camino para alcanzar la salvación del alma. Las iglesias carecen de alma, o han condenado la misma desde su origen, en su afán por disfrutar de los lujos que en el discurso condenan.
Los medios de comunicación por sí mismos, son solo herramientas creadas por el hombre para alcanzar una vida más llevadera y mejor informada. Sus creadores desarrollaron sistemas de radio y televisión, sin pensar demasiado en los contenidos que nutrirían la programación diaria de estas plataformas. Incluso pudieron haber trabajado con la confianza de que sus innovaciones significarían un avance cultural y educativo para las sociedades del mundo.

Al final, los propietarios y concesionarios de los nuevos medios de comunicación, asesinaron las ideas de progreso cultural y educativo. Convirtieron a la radio y la televisión en un monstruoso instrumento de control social, donde el engaño hizo las veces de verdad inobjetable.

Recordó todo esto sintiendo la rabia de siempre. El engaño estaba presente en nuestra vida cotidiana, como una suerte de neblina que empaña y ensucia todo. Y ese engaño prosperaba por la abrumadora ignorancia social que padece cualquier país en el mundo. No se difunde cultura de manera general. Hay que escarbar con uñas y dientes para hacerse de ella. La educación escolar es una especie de programación generalizada, para convertir en tornillos y tuercas a los ciudadanos. Deben embonar en el sitio que les corresponde para echar a andar la maquinaria productiva que enriquece a unos pocos y envilece y marchita prematuramente a millones.

Los jóvenes que se integran a la vida social, llegan desarmados para enfrentar a un poderoso enemigo que los ha engañado y manipulado desde la infancia. Se les dio mucha televisión, juegos y pasatiempos distractores. Todo con la finalidad de hacer de ellos futuros trabajadores de distintos niveles, incapaces de entender la realidad con una visión individual y activa.
La mayoría de los ciudadanos en cualquier nación, viven en razón de lo que otros dispusieron por adelantado, para lograr un control social efectivo. Seres pasivos, con una serie de valores educativos y culturales adulterados. Competencia permanente, necesidad de objetos y lujos innecesarios. Fama, poder y dinero. Para eso vive buena parte de la gente en cualquier pueblo de la Tierra.

Una vida de engaño, donde piensan que es posible encontrar la felicidad. Un tipo de felicidad semejante a la zanahoria que se ofrece a la mula que mueve la noria. Inalcanzable siempre, pero todo el tiempo a un paso del ansiado mordisco. Obligándolos a mover la pesada piedra a la que están atados.

Este tipo de pensamientos lo mortificaban de continuo. Sentía vivir en un mundo torcido, malformado, donde la sensación de ser extranjero era casi permanente.

Por extraño que parezca y a pesar de que sus relaciones sociales eran pobres, llevaba una vida feliz. Poco era lo que necesitaba para solventar lo necesario. Tenía suficiente para vivir decorosamente. Leía mucho, visitaba museos, escuchaba buena música, le apasionaba el cine.

Por eso no podía entender a quienes disponiendo de las mismas oportunidades, optaban por dejarse conducir por quienes manipulan y engañan.

Las “benditas redes sociales” y el internet, ponen a disposición de todos, lo mejor que ha creado la humanidad a lo largo de su Historia. Es gratuito. Es el mundo real que se nos oculta.

Los propietarios del capital brindan distractores que favorecen la ignorancia y mueven al olvido. Nada de lo que puede significar un despertar de conciencia está permitido. El ciudadano es un animal que produce bienes, tal y como la vaca produce leche a diario. No puede alterarse ese orden artificial que genera la monstruosa riqueza de unos cuantos.

Engañar permanentemente, es la misión de todo medio de comunicación controlado por el poder financiero.
Por eso el miedo a las redes sociales. Por eso el intento para callar a quienes hablan abiertamente en contra del engaño.
Hoy se sentía contento y afortunado. Estaba preparando un cuento, donde trataba estos temas y lo subiría a redes sociales, en un rato más.
Era partidario del cambio que vivía su país en ese momento y de la transformación impulsada desde la presidencia, para dar acceso a todos los ciudadanos a la red de internet.

Veía posible un futuro más sano para todos. Especialmente para quienes hoy son niños. Más cultura y educación de calidad. Un concepto de la vida fundamentalmente humanista.

Para ello era necesario librar la batalla diaria en contra del olvido, que niega los errores del pasado y apoyar toda vía que conduzca al desarrollo integral del ser humano. Pero sobre todo, batallar incansablemente en contra del engaño.
El verdadero opio del pueblo es éste.

En el pasado, la iglesia difundió la falsedad a manera de mandamiento. Privilegió a los ricos, olvidando al pobre.
Después, los medios masivos de comunicación, hicieron el trabajo sucio. De la creencia en la palabra Divina, se pasó a la credulidad en la voz de los medios masivos de comunicación.

Las redes sociales y gente limpia, ajena a la ambición obscena, son la oportunidad para romper la cadena de engaños que lo envuelve todo.
Respiró hondo, miró a quienes se movían a su alrededor en dirección a sus obligaciones preestablecidas. Los sintió lejanos, pero al mismo tiempo con el mismo anhelo por alcanzar un pequeño espacio de felicidad propia. Eso lo unía a ellos. Ese deseo simple nos hermana.
Caminó con decisión hacia su destino. Ese cuento debía aparecer hoy mismo en las “benditas redes sociales”.

Malthus Gamba

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