A partir de 2019 la palabra chayote, utilizada para describir las dádivas que siempre han recibido medios, periodistas y comentócratas que dicen o callan lo que se les ordena, se volvió de uso común, cuando antes era casi del dominio exclusivo de ciertos sectores cercanos a esa práctica.
El problema con el uso generalizado de ese término, es que se le otorgan significados que no le corresponden, ya que se utiliza muchas veces de manera incorrecta para describir el pago de honorarios de publicidad e incluso de propaganda política.
Por esta razón y en virtud de que el diccionario sólo lo describe como el fruto de la chayotera, es necesario que vayamos definiendo con claridad su significado en este contexto del periodismo, para aplicarlo en los casos que corresponde y no confundir actividades comerciales legítimas con prácticas de corrupción como la que representa el uso del chayote.
La contratación de medios e incluso de periodistas y comentócratas para difundir un mensaje comercial o de propaganda, es completamente lícita y legítima. No hay nada de qué avergonzarse cuando se presta un servicio con honestidad recibiendo a cambio un pago por él, mejor aún si este se realiza por medio de un contrato donde la transacción quede clara.
El problema comienza cuando el servicio que se contrata no es en realidad por el cual se paga, sino algún otro que va disfrazado de algo que no es. Así, cuando alguien contrata publicidad o propaganda pagada y el que es contratado la disfraza de información noticiosa que se configura al gusto del cliente, publicándola como una nota periodística sin prevenir al público sobre su origen comercial, entonces está en realidad recibiendo un chayote disfrazado de honorarios por concepto de publicidad.
En este caso se está utilizando el dinero que supuestamente se recibe por concepto de publicidad comercial para engañar al público que consume la publicación. En este mismo contexto se considera como chayote el pago que se recibe para inventar notas que proyecten una realidad inexistente, tergiversarlas para que distorsionen la verdad, e incluso para que se evite difundir alguna información que le resulte incómoda o perjudicial al que paga.
Como puede deducirse de lo anterior, el medio, el periodista o el comentarista, no necesariamente tienen una intención en la nota que publican motivada por el pago de un chayote, simplemente son conductos de la intención del que les paga. Aunque parte de su trabajo pudiera ser la actuación para que se interprete como información transmitida con toda la convicción de quien la difunde, en la enorme mayoría de los casos estos sujetos y medios solamente son personas físicas o morales sin escrúpulos, que se prestan como mercenarios de la información, para hacer lo que les digan, tratando de hacerlo lo mejor posible a cambio del dinero que se les paga por ello.
La intención para desorientar y hacer daño a la percepción del público que tiene acceso a esta información generalmente falsa, es toda de los que la contratan y la ordenan, procurando con esto proteger sus intereses o conseguir prebendas inmerecidas. Los que la transmiten, como hemos dicho, son sólo vehículos sin ningún otro valor que el de servir de replicadores, siendo solamente útiles en la medida que una parte del público pueda continuar creyendo lo que dicen.
La práctica de dar y recibir chayote continuará en la medida en que los medios, periodistas y comentarista cuenten, o no, con valores éticos y escrúpulos morales, en lugar de que usen su trabajo para alquilarse al mejor postor. Si los principios éticos existen, la solución es muy sencilla; sólo tendría que avisársele al público que lo que se está diciendo es patrocinado y no se trata de una nota periodística. Claro que, cuando se trata de engañar a los demás, este aviso demeritaría el precio de la nota que pretende hacerse pasar como algo que no es.
Como dice el proverbio judío: “Con una mentira suele irse muy lejos, pero sin esperanzas de volver”.