Nuestro territorio mide 2 millones de kilómetros cuadrados, o bien 200 millones de hectáreas. Durante el período neoliberal se entregó más de la mitad de esta extensión en concesiones a compañías mineras. Sí, aunque suene increíble, más del 50% del territorio de México, equivalente a 117 millones de hectáreas se le concesionó a empresas extranjeras y oligarcas mexicanos para que lo destruyeran y extrajeran minerales.
Salinas de Gortari comenzó la fiesta con 8.9 millones de hectáreas; Zedillo se despachó a lo grande entregando 34.6 millones; Fox cedió 24.9 millones; Calderón, caracterizado como el vende patrias más descarado no solo se conformó con entregar la industria eléctrica y destruir la petrolera, sino que solamente en concesiones mineras otorgó 35.5 millones de hectáreas a sus amigos y favoritos, más de lo que se concesionó durante los 30 años del porfiriato; a este le fue suficiente con estar 6 años de saqueo para lograrlo.
Peña Nieto que también se despachó a lo grande con las concesiones petroleras y eléctricas solamente cedió 9.9 millones de hectáreas a las empresas mineras durante su período, seguramente por estar más ocupado en lo que él y su banda de delincuentes consideraban más lucrativo.
Durante la administración del presidente López Obrador no se ha entregado ni una sola concesión, y muchas de las que otorgaron los sátrapas del pasado, han ido venciéndose sin que los terrenos hayan sido explotados, pero lo que sí existió fueron los moches recibidos a cambio de las concesiones, que seguramente estas empresas convirtieron en instrumentos financieros con los que obtuvieron deuda en el mercado internacional.
En México actualmente existen 25,267 concesiones mineras vigentes en una superficie de 21.3 millones de hectáreas, lo que equivale a 10.6% de la superficie del territorio nacional y el presidente ha dejado muy claro que en su administración no se van a cancelar las actuales concesiones, pero tampoco se entregaran nuevas, ya que es parte de su política de protección al medio ambiente.
Cualquiera que viera este tipo de negocios como algo que debe producir riqueza en el mercado y bienestar a las comunidades donde se instalan las minas, tendría que sentirse triste por la aparente desmotivación a la inversión, pero este tipo de concesiones, como todo lo que se manejó en los negocios neoliberales, han sido una simulación para saquear al país. En el caso de las minas que no se explotan y que por esa razón no pagan un centavo de impuestos, el daño está en que esos terrenos se encuentran bloqueados y no puede dárseles otro uso, como el de la agricultura, mientras sus concesionarios los usan para respaldar bonos por medio de los cuales adquieren deuda en los mercados financieros, la cual tampoco invierten en estos proyectos.
Por otro lado, en el caso de las minas que sí se explotan parece que el daño es aún mayor. Destruyen la ecología, desgastan y destruyen las reservas acuíferas y salvo el pago de una cuota mínima de impuestos por el mineral que extraen, no solamente no aportan nada a las comunidades cercanas, sino que las saquean y las contaminan, a cambio de algunos empleos similares a la esclavitud.
Por eso vemos casos como el del proyecto minero Cerro del Gallo de la empresa canadiense Argonaut Gold, a quien se le negó definitivamente el permiso de explotación por falta de factibilidad en el impacto ambiental y los habitantes de Dolores, Hidalgo que se encuentra cerca de ella celebraron como si se hubieran ganado la lotería, en vez de lamentar que esa empresa ya no vaya a trabajar en la zona. Ni modo que los habitantes de Dolores sean tontos; lo que pasa es que a nadie nos gustan los gandayas que destruyen nuestra casa.
Como dijo el filósofo español Jaime Balmes: “Cuando los abusos son grandes y arraigados, el empuje para arrancarlos ha de ser fuerte”.
Foto: CIO México