Estamos viendo una constante de comportamiento para los gobiernos estatales de oposición, que en la mayoría de ellos se caracteriza por básicamente 3 factores: Incremento en deuda pública, falta de aumento en la inversión para desarrollo y bienestar social, así como aversión a la disminución del gasto corriente del gobierno.
Este último es una de las causas principales que provocan la necesidad de endeudamiento de los gobiernos estatales; en pocas palabras no quieren dejar de gastar las cantidades exorbitantes que destinan en sueldos de funcionarios, parafernalia cortesana además de privilegios inmerecidos y absurdos para servidores públicos, como vehículos nuevos de lujo, guardaespaldas, banquetes personales, aeronaves especiales, etc.
Además de ser ineficientes en la recaudación de los impuestos estatales y locales, con lo cual sus ingresos no aumentan, e incluso en una buena cantidad de casos disminuyen de un año al otro y como no quieren dejar de gastar en asuntos superfluos, se tienen que endeudar para mantener el derroche al que están acostumbrados.
Se entendería un endeudamiento contraído para invertir en desarrollo social o económico de los estados, que pudiera ser retribuido mediante el aumento de ingresos derivado del pago de los impuestos, pero en la mayoría de los casos estos rubros de gasto o inversión se mantienen constantes a pesar de que los gobiernos de los estados se endeudan más cada año.
En esta dinámica establecida por el modelo neoliberal, que fundamentalmente depende de generar una deuda cada vez mayor aunque los ingresos no crezcan, los gobiernos estatales no aportan gran cosa al desarrollo y bienestar de los habitantes que viven ahí. Han tenido que ser los programas implementados por el gobierno federal, los que vengan a rescatar los miserables pellejos de estos gobierno corruptos, de una potencial protesta social que podría haber sido hasta violenta, de no haberse implementado las acciones de apoyo a quienes menos tienen directamente desde el gobierno de la República.
Solo así se entiende la tremenda tunda que se llevaron los partidos de oposición en las elecciones del pasado 6 de junio, en la que perdieron 12 de las 15 gubernaturas que estaban en disputa a manos de la coalición de izquierda que representa el modelo aplicado por la 4ª Transformación.
Salvo por el caso de 3 estados, uno de los cuales solo cambió de color pero no de programa de acción, las elecciones en este país parece que ya no las ganan con espejitos los proyectos oligárquicos, sino los partidos que son identificados por la ciudadanía con el proyecto de transformación que impulsa el gobierno federal, que ya está generando beneficios directos en 25 de los 34 millones de hogares que hay en el país.
El año que viene tendremos elecciones para gobernadores en 6 estados más; 4 gobernados hasta hoy por el PAN y 2 por el PRI y gracias a la forma en la que estos gobiernos neoliberales han hecho su trabajo de saqueo, la izquierda tiene una muy buena oportunidad de quedarse con 5 de ellas, dejando a la oposición temporalmente a cargo del gobierno de solamente 8 entidades federativas de las 32 que conforman el mapa político estatal, en espera de ver si en 2023 les puede arrebatar otras 2, para dejarlos con 6 o 7 cuando mucho antes del año de la elección presidencial de 2024.
Y así les seguirá sucediendo hasta que desaparezcan gradualmente del mapa, si es que estos gobernantes no comienzan a entender que las elecciones las están ganando los principios de austeridad en el gasto del gobierno, de no contraer deuda adicional, de ser eficientes en la recaudación y de pensar que por el bien de todos, primero los pobres.
Como dijo el filósofo alemán Arthur Schopenhauer: “El obstáculo principal para el progreso del género humano, es que la gente no escuche a quienes hablan con sensatez, sino a quienes hablan más alto”.