Por: @HectorAtarrabia
Hay algo que me maravilla de las redes. Debe ser por mi edad. Parece ser que, en general, son como amplificadores y bocinas del ego. Lo que puede ser una excelente herramienta para intercambiar opiniones, para expresar, para informarse, para subvertir, termina siendo una tribuna de egos lastimados e instalados en la autocompasión. Me dan una clara idea de cuáles son los problemas de fondo.
Cuando surgió el smartphone, andaba como perico con galleta con mi Palm en 2006, extasiado porque los datos, los documentos, los hechos, el acceso a fuentes remotas de información, de pronto los traía en la bolsa del pantalón. Parecía que la tan postergada revolución educativa, por fin llegaba al poner el conocimiento al alcance de todos. Bueno. No ocurrió; los mismos que jamás iban a una biblioteca, solo forzados a una librería y no tenían idea de lo que es una hemeroteca, llegaron en manada al ciberespacio a consumir lo mismo que estaba en el puesto de revistas, y no precisamente literatura científica, o política.
En esos momentos aparecieron las benditas redes (antes solo había Messenger de explorer, un chat en la pantalla de la PC), pero, frente a sus enormes implicaciones, la mayoría reaccionaron subiendo su comida del día, su estado de ánimo y, en fin, todo lo que, en realidad, a casi nadie, menos al que lo sube, le interesa.
Pero estaba el like. Una recompensa para la baja autoestima. Una galletita para la perra soledad. La gente, desde su dolor, desde su soledad, desde la mencionada autocompasión, comenzó a recibir algo que en persona se escatima, LIKE. Y comenzaron a coleccionarlo, a adicionarse. Y, el mensaje, el intercambio de información, las posibilidades enormes de comunicación y expresión cayeron ante la necesidad de LIKE.
Así que, verse a sí mismo acariciando al perrito, presumiendo unas vacaciones, haciendo una crónica de lo vacío, resultó más importante, por sus likes, que intercambiar información y pensamiento. O sentimientos verdaderos.
Facebook aparece en 2004, Twitter en 2006, Instagram en 2010, por mencionar las más populares en nuestro país, con 85 millones, 35 millones y 105 millones de usuarios respectivamente.
Pero lo más curioso es que, el acento ha recaído, ya no en los likes (que siguen siendo una adicción) sino en los “seguidores”. Por supuesto, para una marca consumible, los seguidores son una importante muestra de mercado, cuando son reales. Pero, para los particulares, pues, ni likes, ni seguidores les vana a comprar un coche, una casa, ni nada. Tenerlos o no, en esencia, no modifica su vida.
Y es justo ahí donde se vuelven interesantes por lo que dicen de los usuarios.
“Sígueme y te sigo” ¿Cómo para qué?
“Que ninguno de nuestro club tenga menos de 1000 seguidores” ¿Porque qué?
Al seguir a alguien, lo que quieres es ver lo que publica. Es el único sentido ¿Cuál es el interés en seguir a alguien que no publica, o bien, publica insultos o memeces? Y, si nadie te sigue, no va a pasar nada. Eso lo tienen muy claro los troles ¿para qué quieren seguidores? Pues para nada. Pero los que buscan desesperadamente seguidores solo para tenerlos, terminan en el absurdo.
Para toda necesidad surge un mercado. Y llegan los “seguidores” virtuales. Entes inexistentes, conocidos también como “botfollowers” que alimentan esta dudosa necesidad. Periodistas de quinta que los adquieren para abultar su cifra en pantalla, pero no sus lectores (las cuentas robot, no leen, no hay un usuario detrás) Sin pudor, recientemente, una “periodista” subió su número de seguidores a 120,000, cuando tiene una audiencia de menos de 4,000.
No solo ellos, montones de panistas de medio pelo también lo hacen en su obsesión de tenerla más grande (la cuenta de followers, claro). Entre ellos esto se volvió moda. Un troll que me sigue desde hace años, de un día para otro aumentó 6,000. Lo siguen leyendo su puñado de correligionarios y, quizás, algunos empleados medio obligados. Sus interacciones son casi cero, pero creo que se siente bien de que no se le vea tan chica (la cuenta de followers, insisto)
Miren; ni acariciar perritos, ni decirnos qué comieron, ni insultar, ni adquirir followers, ni intercambiarlos, va a mejorar su audiencia. Hacer reír, expresar ideas, pensamientos, reflexiones, críticas sustentadas, intercambiar información de calidad, hacer pensar, eso a lo mejor no atrae tantos seguidores ni tan rápido, pero al menos van a ser reales. Y un solo seguidor real es mucho más valioso que cien mil falsos. Ya de por sí, las cuentas se llenan de seguidores que solo quieren joder, como para completarlos con falsos. Sigan a quien les interese lo que diga, digan cosas interesantes y los seguirán. Y recuerden, no pasa nada si no lo siguen, por supuesto que surgen afectos en redes, pero es importante privilegiar los físicos que nos rodean. No vivan de cifras de likes ni de seguidores, a menos que los requieran para mercadear, pero incluso ahí, los falsos no compran. Ni marchan. Ni votan.