Foto: troll-Ilustracion-Jim-Cooke-Gizmodo
Por: @frentesdelsur
Dice Edgar Morín “El juicio ético sobre el otro debe tener en cuenta el error, que no es una falta moral, sino una falta intelectual…Entonces la autocrítica nos exige que evitemos la condena perentoria, irremediable, como si uno mismo no hubiera conocido nunca el desfallecimiento ni hubiera cometido errores…”
Desde una postura intelectual arropada por la soberbia y el egocentrismo, criticamos y no reconocemos al Otro (Touraine), adjudicándonos una razón que no considera otra(as) y perdiendo de vista que también estamos sujetos a equivocarnos y a cometer errores.
La autocrítica me exige auto-examinarme para evitar ocultarme a mí mismo; esconder mis negligencias, mis errores y mis estupideces.
De ahí que “La autocrítica me exige no disfrazar mi subjetividad en mis escritos, no presentarme como propietario de la verdad objetiva, sino dejarme ver por el lector, incluyendo las debilidades y pequeñeces, a riesgo de ofrecer a mis adversarios motivos para ridiculizarme. La estatua exterior, la que se muestra a los demás, procede de la estatua interior, la que esculpimos inconscientemente para nosotros” (E. Morín, Mis demonios)
Podemos discrepar de Morín desde luego, negar la necesidad de autocriticarnos y continuar buscando una justificación en las inconsistencias del Otro a nuestras propias inconsistencias; pero ¿eso nos hace ser poseedores de la verdad? Escondemos en la verdad que le reconocemos a otros nuestra propia incapacidad para buscar nuestra propia verdad; así descansamos nuestra necesidad de con-vencer a los otros que lo que planteamos es irrefutable; pero ¿esto significa que poseemos la verdad objetiva?; no podemos aceptar que lo que para cierta época histórica y para condiciones sociales específicas, distintas a las nuestras, aquello puede ser verdad; pero no necesariamente lo es para nuestra propia época.
Entonces, seamos intelectualmente modestos y derribemos nuestras estatuas, las externas y las internas y busquemos colectivamente una verdad que nos permita a todos avanzar en la perspectiva que nos tracemos. No es un problema de asumir o negar que tomamos la verdad de otros como cierta; sino de confrontar esa verdad con nuestra propia realidad como colectivo; no hacerlo puede conducirnos a la frustración, la desesperanza, al error, a descalificarnos mutuamente y, en última instancia ¿Quién tiene la razón? ¿Quién tiene la verdad objetiva?
Concluye Morín reconociendo que “la autocrítica es, en profundidad, el mejor auxiliar contra la ilusión egocéntrica y en favor de la apertura a los demás. Por ello, la autocrítica no sustituye la crítica del otro, la reclama –reclama un dialogo auto-hetéro-crítico. La consecuencia lógica es que la ética-para sí, sobre todo cuando comparte la autocrítica, acarrea necesariamente una ética para el otro”.
El compromiso ético intelectual; desde una concepción auténticamente de izquierda libertaria; tiene que acompañar toda manifestación de las ideas que buscan transformar una realidad que asumimos como indispensable trastocar; tiene que colocarse al servicio de las causas legítimas de una clase social que ha padecido la opresión históricamente y que expresa de muchas maneras su hartazgo y su necesidad de autodeterminarse como tal.
Si asumimos que la autodeterminación humana consiste en alcanzar la utopía de vivir una vida auténticamente humana, entonces tenemos que abandonar cualquier pretensión de imponer nuestro pensamiento al Otro y discutir de manera dialógica los caminos y las formas que han de asumir los cambios que nos conduzcan al gran objetivo planteado; lo otro nos aleja de la posibilidad de construir en y con plena libertad la autodeterminación humana.