La actitud hipócrita y cruel de los gobiernos estadounidenses en contra de cualquier extranjero, sea país o individuo, que no sea congruente con sus intereses económicos, es permanente y se reitera en forma constante.
Su estrategia de envío de armas a Ucrania para seguir atizando el fuego del conflicto armado en aquel país, hoy asciende a la cantidad de 16,200 millones de dólares y se espera que alcance los 35 mil. Fondos e insumos autorizados por su congreso en lo que va de febrero a octubre de este año.
Sin embargo el respaldo ofrecido por ese gobierno para que los países centroamericanos puedan crear suficientes empleos, evitando así que los flujos migratorios hacia su frontera con México sean masivos y motivados por la necesidad, no ha podido ser aprobado por sus legisladores en un plazo de 4 años, a pesar de que el monto es equivalente a una cuarta parte de lo que han decidido enviar a Ucrania hasta hoy.
Pero esto tiene una lógica económica de crueldad absoluta. Desde su óptica depredadora les conviene más seguir recibiendo mano de obra ilegal, a la que pueden tratar como basura, sin otorgarle ninguna garantía laboral o de derechos humanos, que les salga muy barata y a la que puedan deportar a su antojo cuando consideren que no la necesitan, creando un círculo vicioso de sufrimiento y explotación con el que se sienten bastante cómodos.
Su hipocresía profunda se manifiesta en los discursos sobre derechos humanos que tanto les gusta pronunciar y en los que muchas veces se escudan para realizar sus saqueos interminables contra otras naciones, como lo hemos visto constantemente en la historia de ese país.
Para muestra, un juez federal dictamina que no es culpa de los fabricantes estadounidenses de armas que los criminales mexicanos asesinen con ellas a ciudadanos, policías y soldados de este lado de la frontera, mientras sus legisladores y funcionarios pretenden hacer responsables a esos criminales por el consumo de drogas en su país; drogas que se trafican con el respaldo de las armas que ellos exportan ilegalmente y que consumen ciudadanos estadounidenses en forma voluntaria, sin que los gobiernos se preocupen por tener algún tipo de programa de rehabilitación que les ayude.
Así hoy se abre otro capítulo vergonzoso en el rubro de migración de ese país, que sigue desnudando la hipocresía, el desdén por los derechos humanos, la manipulación y la crueldad de los gobernantes estadunidenses. Desde la semana pasada se abandonó la política de otorgar libertad condicional humanitaria a los venezolanos que ingresan a Estados Unidos y comenzó la aplicación automática del Título 42, una disposición establecida por el ex presidente Donald Trump que permite (en violación flagrante de la legislación internacional sobre el derecho de asilo) expulsar a los migrantes que entren sin documentos a su territorio, con el pretexto del combate a la propagación del covid-19.
Con las nuevas disposiciones, cientos de venezolanos han sido expulsados a nuestro país en el transcurso de unas horas y se estima que alrededor de un millar sean enviados aquí cada día durante las próximas semanas. Washington anunció un nuevo plan migratorio que contempla recibir a un total de 24 mil venezolanos que cumplan estrictos requisitos.
Si el trato dispensado por Washington a todos los migrantes provenientes de naciones en desarrollo es deplorable e ilegal, el giro contra los venezolanos es doblemente condenable, cuando casi la totalidad de la clase política estadunidense coincide en denunciar al gobierno del presidente Nicolás Maduro como un régimen autoritario, represivo e ilegítimo y por tanto en colocar a los ciudadanos de la nación sudamericana como los candidatos idóneos al asilo humanitario. Ese es el tipo de buen vecino con el que los mexicanos tenemos que convivir todos los días.
Como dijo el filósofo latino Cicerón: “La sola idea de que una cosa cruel pueda ser útil, es ya de por sí inmoral”.