Ayotzinapa, confirmación de lo impensable
La lectura del informe presentado por la Comisión de la Verdad encabezada por Alejandro Encinas sobre el caso Ayotzinapa, es como llevar a cabo una visita al lado más oscuro de la realidad. No es solamente una historia de terror porque supera lo imaginable; lastima profundamente el alma e indigna la razón en cada párrafo.
En la parte central de la historia se colocan dos factores, el crimen de las fuerzas del orden del Estado, actuando bajo las órdenes del jefe de una banda del narcotráfico y el encubrimiento de los hechos para que no se pudiera conocer esta verdad.
En relación al primer factor teníamos una idea de lo que había sucedido, porque parte de los hechos fue revelada por distintos textos independientes durante estos años, pero faltaba conocer algunos que fueron encubiertos por la versión fabricada de la “Verdad Histórica”, que terminó convertida en la mentira absoluta y que acusaba a los normalistas de estar actuando para un grupo criminal, cuando las únicas llamadas detectadas con los narcotraficantes se hicieron desde los teléfonos de las autoridades, para recibir instrucciones y proporcionarles reportes de actuación. Los normalistas sólo hablaron entre ellos y con sus familiares.
También sabíamos que el ejército había tenido una participación en la coordinación de los eventos, pero la llamada verdad histórica negó dicha intervención. Hoy tenemos claro que no solamente ayudó a coordinar la operación, sino que un grupo de soldados al mando del Coronel José Rodríguez Pérez, comandante del 27 batallón de infantería ubicado en Iguala, no únicamente retuvo vivos a 6 estudiantes hasta 4 días después del 27 de septiembre, sino que posteriormente los ejecutó y desapareció sus restos. Ahora también sabemos que la orden de terminar con los estudiantes, la dio un sujeto identificado como el A1 que se infiere es José Luis Abarca, entonces presidente municipal de Iguala.
El segundo factor fue el encubrimiento de todo esto urdido como la verdad histórica por las instancias más altas del gobierno federal, construida a partir de la tortura de 77 personas civiles y narcotraficantes, a quienes se les obligó a declarar lo necesario para construirla, a fin de ocultar que las fuerzas del orden en México eran ya en realidad, el brazo armado del narcotráfico, actuando como dignos herederos de la estructura criminal del estado ensamblada por el gobierno de Calderón.
Esto es lo que hoy, a menos de 4 años de haber iniciado el trabajo de la Comisión de la Verdad sobre el caso Ayotzinapa, nos está permitiendo evitar vivir el futuro con los ojos vendados por otra patraña de encubrimiento desde las cúpulas del gobierno, como históricamente ha sucedido desde la matanza de estudiantes en 1968 en Tlatelolco, la del jueves de corpus de 1971 en el Zócalo, la de Aguas Blancas en época de Zedillo y entre otras, la de militantes políticos en 1988 que perpetraron De La Madrid y Salinas, para evitar que la izquierda ganara la presidencia en ese año, acontecimientos de los que ya no vamos a saber qué sucedió en realidad.
En estos últimos 40 años, el gobierno fue sufriendo un proceso constante de putrefacción que lo llevó a convertirse en el verdadero crimen organizado, llevado por estos sátrapas a sellar un compromiso con los delincuentes, no con la nación, que alcanzó su consolidación total en el sexenio de Felipe Calderón, en el de Peña Nieto funcionó solamente como un sistema bien aceitado, completamente putrefacto en contra de los habitantes que no eran parte del club de la impunidad.
Ahora ya sabemos la verdad de uno de los crímenes de Estado que no va a quedar enterrado para el porvenir, que desnuda la verdadera esencia de los gobiernos neoliberales del pasado. El siguiente paso es el castigo de los responsables, de todos sin excepción. A diferencia de lo que hacían ellos, hoy sólo se les va a aplicar la ley, no la ejecución sumaria, aunque la merezcan. A este infierno es a lo que la derecha nos quiere convencer que regresemos.
Como dijo el filósofo alemán Friedrich Nietzsche: “Todo el que ha construido alguna vez un cielo nuevo, ha encontrado el poder para ello solamente en su propio infierno”.