Cuando empieza la época navideña, aun en estos tiempos, parece que hay ingenuos que suponen que habrá una tregua; un borrón y cuenta nueva, y que, al iniciar el año siguiente, como por arte de magia las cosas serán distintas; incluso hubo muchos otros peor que ingenuos (¿cómo se les llama a los adultos que aún se cuentan cuentos de princesas con final feliz?) que tienen poquito más de tres años exigiendo un cambio radical, un giro de 180 grados de un país que estuvo “administrado” por un directorio con agenda de saqueo y como los milagros -tal como los reclamaron-, no se han dado, se han volcado contra el Presidente y la Cuarta Transformación.
Para ejemplos podemos citar muchos, tanto de la reacción opositodo, como de los que han desertado o están por renunciar a su convicción transformadora con la que se colgaron para subirse a la ola triunfadora desde 2015, en que morena ganó los primeros puestos de elección popular. Todos esos que atacan con sorna o con “crítica sana” no solo traicionan a México, sino que participan activa y entusiastamente en el golpe blando, pero continuo, al Presidente y la transformación que representa.
Nada hay peor que la traición de los que se tienen como “aliados” cuando se ha caminado con ellos o cuando se han leído defensas y escuchado discursos que se sustentan en la convicción que se gesta en un movimiento social y político como el que representa hoy, el partido en el poder, que es más movimiento que solo agrupación política. Esa traición es una puñalada y la primera impacta; las subsecuentes lastiman y las más nuevas ya ni siquiera eso porque nos han demostrado que la ingratitud es la verdadera cara de los que encuentran en el poder la razón de su ideología y que se acompaña con ese ingrediente que sirve para comprar dignidad y voluntades: el dinerito.
La lista de personajes que nos dijeron que estaban con la justicia, o AMLO y la 4T, pero que en realidad querían un lugar de privilegio, se ha ido abultando y vemos con el frenesí de un anestesiado, por ejemplo, cómo el joven Gibran aplaude a rabiar cuando se trata de apoyar a Monry y su decisión de decretar una desaparición de poderes contra el gobierno de Cuitláhuac García, de Veracruz; o el otro joven, don Porfi Muñoz Ledo que se ahoga con tantas descalificaciones que cualquiera se olvida que un día fue un hombre brillante y patriota.
Por otro lado, también tenemos un repertorio simpático de la parte opositora, que siguen intentando, con todas sus fuerzas, intentando convencer a la gente de que AMLO es ese monstruo con que tantos años se convencieron a sí mismos, y en esta primera semana laboral empezaron con supuestos gasolinazos (que no ha habido), de parte de la senadora Kenia, o el saco de pus, también conocido como Javier Lozano; o el senador Julen, que acusa falta de medicamentos, que se están surtiendo de casa en casa; o el chistín Quadri que anuncia la desaparición de la cuarta transformación cuando termine el sexenio.
Y tenemos aún un tercer frente que antes se decía a favor de la verdad, sin importar que en esa relación de hechos que, en otros tiempos se tenía como novedosa y valiente porque la turbiedad en la información que provenía de los poderes, permitía esa clase de manejos y lo que hoy nos parece choqueante y pernicioso, porque es la construcción de una postverdad sobre eso que los periodistas e intelectuales están impulsados a hacer, ya sea por dinero o por ideología y que difiere totalmente de la realidad.
A este tercer sector pertenecen, en la base, los personajes como Denisse Dresser o Sergio Aguayo, que en todo tiempo apelan a su intelectualidad para sobajar las acciones gubernamentales; luego están los pseudocientíficos como la dentista que en la semana apareció en todos los medios para seguir asustando al público sobre la nueva variante del bicho que nos ha tenido guardados dos años, prácticamente, cuando es especialista en dientes y los bichos propios de la estomatología; después está el grupo de periodistas-chayoteros de todos-todos-todos los días, que a veces es Loret, otras es Joaquín López, o los pasquines nacionales como reforma o el universal, que ya son clientes frecuentes de la sección de los miércoles y cualquier otro día, si es necesario.
Pero en el pináculo se encuentran los escritores periodistas que construyeron un prestigio por piezas que desvelaron los excesos de otros sexenios, sin importar a qué personajes les tocara el turno, aunque se rifaran en tómbola, porque ciertamente, todos tenían cola que les pisaran y sin duda, merecían ese descrédito, ya que se compraban estatus con el dinero que se robaban de erario. Lo malo es que trepados en esa vorágine, muchos creímos que las top del periodismo como la Aristegui o la Hernández, tenían intenciones de conservarse en esa tónica de información limpia, a favor del derecho a saber, de parte del público, pero nos equivocamos y claro que unos antes y otros apenas, nos fuimos desencantando de estas relatoras de historias que ya perdieron esa carnita con que acostumbraron al público.
Ejemplos, sobran: en el sexenio de Chente, los escándalos estuvieron a la orden del día. Es que no había nota chica, porque desde antes de que empezara su periodo, el escándalo de los amigos de Fox fueron materia de investigaciones -justas y necesarias-, y desde entonces, los excesos de Marthita y su manía de gobernar al presidente; o los negocios por los que benefició la presidencia a los vástagos de la primera damita y que hasta estos días, siguen sin ser resueltos. ¿les suena OCEANOGRAFÍA? Sí, esa empresa que generó contratos millonariamente vulgares que empobrecieron de manera inmensa a PEMEX y que obtuvieron dinerales también de bancos. El propio Vicente, que llegó al gobierno con una mano atrás y otra adelante, con unos cuantos pesos en la cuenta y más deudas que inteligencia; sin título universitario, aprendió muy rápido el negocito de los moches y el saqueo, pero lo peor de su sexenio, fue la manipulación banal sobre el INE y la Suprema Corte de Justicia de la Nación, además del Congreso de la Unión, para que se desaforara a Andrés Manuel, por una supuesta desobediencia a una orden judicial, con la finalidad de que el 2006 no fuera el año en que ganara la presidencia. Ah, y el detalle de que el amigo personal y particular de Marthita, García Luna, fuera la herencia maldita al siguiente titular.
De los años en que el usurpador “gobernó” también hubo mucha “información” que salió de las plumas mas reputadas; porque sí que había mucho que denunciar. Decir que fue el más controvertido es hacerle un favor al sujeto que le robó al pueblo de México, la decisión sobre un sexenio que marcó un antes y un después en el índice de desgobierno, de violencia, de permisividad al narco y a la continuación e incremento de la corrupción; a grado tal que ese monstruo heredado -García Luna-, que hoy está en la cárcel de Nueva York por sus nexos con el cartel de Sinaloa y su vecino de Corte, el propio Chapo Guzmán, fuera el flamante jefe de la seguridad pública. Sexenio marcado además, por el brutal número de periodistas y activistas por los derechos humanos que fueron reprimidos y silenciados por decenas, como las propias Anabel (exiliada) y Carmen (expulsada y vetada), pudieron experimentar. ¿Cuántos libros podemos enumerar ahorita mismo? por ejemplo, Felipe, el oscuro, de Olga Wornat; Los cómplices del presidente, de Anabel Hernández; Calderón de cuerpo entero, de Julio Scherer; El Licenciado, de Jesús Lemus; García Luna, el señor de la muerte, de Francisco Hernández, y seguro que hay muchos más, y seguro que ninguno es para alabarlo o para, por lo menos, reconocer algún triunfo, no. Todos ésos y muchos más, son documentos de denuncia, verdaderos tratados sobre la perdición que significó ese sexenio de muerte, desapariciones y terror puro.
En el telesexenio tampoco hubo nada bueno que decir, porque nadie ignora que ese candidato salió de la alianza entre los políticos del viejo cuño del pri con sus mejores aliados en el proceso de imbecilización del pueblo mexicano, televisa, para volver a las probadas prácticas de la fábrica de ilusiones donde la cenicienta encontraba su príncipe azul y era feliz para siempre; solo que en este caso, la gaviota se descasó del príncipe que tenía para casarse (por una módica cantidad de varios millones de pesos y una casa blanca en las lomas -para empezar-), con un viudito de pastillaje, a cambio de fungir como la primera dama que levantara el ánimo de una sociedad que, después del sexenio más infame, requería un tratamiento intensivo de terapia profunda a base de romanticismo barato y harrrto futbol; o sea, anestesia mental para que la gente no se enterara de los hurtos a manos llenas; de los gasolinazos mensuales; de la chatarrización y venta de las últimas joyas de la corona, además de la continuación de todas las prácticas más vejatorias contra periodistas y personas preocupadas por los derechos humanos violados impunemente por las “autoridades legítimas del país”.
¿Y con qué nos encontramos en este cambio de régimen? Con un presidente que no tiene un aparato de inteligencia que persigue a sus adversarios; con la garantía total de la protección a los derechos de los comunicadores, aún y cuando éstos se hayan convertido en voceros de la oposición, que mienten y engañan; con la protección a los opositores y la seguridad de que sus palabras no son clavos de su propio ataúd; con una transparencia nunca antes vivida dentro de ninguna instancia del gobierno y menos, en la Secretaría de Gobernación o la oficina de presidencia. A pesar de que las insidias y los ataques provienen de personajes que traen más cola que un cometa, como Fox y Calderón, siempre que pueden, tienen la osadía de escupir todo el veneno para ver si contaminan al público, para tratar de recapitalizar sus “triunfos” con cada tarascada.
Lo peor es que las antes víctimas de la censura, hoy, que son libres para publicar la verdad, eligen hablar de discordia, de descarrilamiento en la sucesión presidencial (cuando falta medio sexenio); de crisis y enojos, de dedazos, desilusiones e impudicia, de nexos con el narco (que en realidad son la fuente de información acreditable de la periodista) y de tanto chisme que, en serio, podríamos estar aprendiendo a hacer pronósticos si le hiciéramos al tarot o a la lectura de runas.
Con este bajísimo nivel periodístico de periodistas que no lo son; de analistas que antes eran comediantes o payasos y de catedráticos que no entienden qué es un golpe de estado, hay que procesar que el respeto a las audiencias, a nosotros mismos como pueblo, requiere que quienes salen a hacer análisis o a decir las noticias, debemos tener, en principio, ética, luego respeto y por último, la garantía de que el derecho humano a la información no se toma a la ligera.
Por ahí suena la consigna “más youtuberos, menos chayoteros” y aunque nosotros no somos youtuberos, sí usamos estos canales para compartir información; por ello es, al mismo tiempo, un acto por el que adquirimos la obligación de no caer en el mismo vicio de esos que se decían paladines de la información. Por sus hechos los conocereís, dice una antigua parábola, que se puede completar con “y si los conocen, rechacen a los que dicen mentiras”.