Por Melvin Cantarell Gamboa
Hace unas semanas Mr. Biden, presidente de los Estados Unidos sentenció: “Cuba está encabezada por un régimen fallido y represivo y el comunismo es una ideología universalmente fracasada”. ¿Es cierto lo que dice? Hagamos la siguiente reflexión como un ejercicio de libertad intelectual.
En principio habrá que adoptar una actitud escéptica, algo que no se les da a quienes son prisioneros de convicciones ni a los que se dejan llevar por valores y verdades irrevocables, es decir, que no quieren ver lo que se ve. Ser escéptico es saber ver libremente. Se trata de una actitud que invita a suspender el juicio para mirar con cuidado, a examinar antes de tomar una decisión o inclinarnos por alguna afirmación sin que ésta esté suficientemente justificada.
La sentencia de Biden, ¿Está perfectamente fundamentada, no hay en ella ninguna distorsión de lo real? Es evidente que obedece a intereses económicos, políticos y de dominación, y un pretexto para mantener el predominio geopolítico de Estados Unidos a nivel internacional. ¿Es todo? No. En un mundo dominado por las ideologías Norteamérica no puede ser una excepción. La mayoría de los norteamericanos piensan y están convencidos de que sus creencias, sus valores, la democracia que practican y su idea de la libertad están inspiradas y bendecidas por la gracia divina, si tienen a su favor a Dios cuyos designios son irrevocables, entonces hacen lo que hacen, en su relación con los otros, porque les ha sido asignada una misión histórica universal de convertirlos al género de sociedad y de vida que ellos han hecho suyo. Esto es una ideología más.
En consecuencia ¿expresa Joe Biden un juicio libre y fundamentado u obedece simplemente a una visión ideológica distinta de la que critica? ¿Y si las ideologías fuesen mitos y fábulas, emociones, creencias e ideas, meras representaciones, pues?
Es innegable que las ideologías permiten a las personas organizar multitud de creencias sociales acerca de lo que sucede y actuar en consecuencia. Las creencias y acciones que se derivan de ellas crean, primero, una identidad de grupo, después, sirven de catalizador, de aglutinante para juzgar y argumentar contra lo distinto y empuja a los creyentes a convertirla en consciencia general y colectiva, es decir, cambiar sus ideas y comportamientos, a metamorfosearse.
Quien adopta una ideología abdica a su individualidad, a su yo, su consciencia y su subjetividad para constituirse en sujeto. Ser sujeto se define en su relación con otro y con lo que nos es externo, podemos decir entonces que el individuo renuncia a lo que le es inherente para ser sujeto de una ideología, que restrinja su ser y lo haga dependiente de algo o de alguien.
Pero no sólo los individuos, las ideologías también impregnan las estructuras mentales de los pueblos y los dotan de convicciones a fin de que respalden a sus dirigentes a la hora de juzgar política y moralmente a otros países. Los dirigentes llegan a estar tan convencidos de la ideologización de sus conciudadanos que dan por sentado que estos no se preguntarán por la veracidad o no de lo que afirme el líder; no les interesa conocer los móviles, intereses y cálculos de todo tipo que los anima a decir y hacer lo que dicen.
Examinemos para una mayor comprensión los dos siguientes ejemplos. Uno: en Estados Unidos hay multitud de movimientos sociales que se oponen a la guerra, a la supresión del voto, al embargo contra Cuba, a la política antiinmigrante de su gobierno que viola los derechos humanos al expulsar sin juicio a quienes son detenidos al cruzar la frontera, que deporta a los residentes, que separa a los niños de sus padres, que en los procedimientos muestran odio racial, denigran y acusan a los extranjeros, sin pruebas, de asesinos y terroristas; sin embargo, mas de la mitad de la población tiene al fundamentalismo (una ideología religiosa) como rector de sus creencias y conductas; su influencia es tan poderosa y se le teme de tal manera que (según una encuesta citada por Sam Harris en su libro “El fin de la fe”) el 93% de los científicos norteamericanos no cree en Dios, pero el 70 por ciento de estos acepta su existencia por temor a perder su trabajo.
Dos: en 1917 la Revolución Rusa enterró al zarismo y colocó a los bolcheviques en el poder; Lenin hizo una personal interpretación de lo que sería el partido del proletariado y organizó el suyo, el Partido Comunista, con políticos profesionales que se invistieron como la cabeza pensante de los trabajadores y se proclamaron su vanguardia; lo que aquellos no se atrevieran a hacer lo harían ellos en su nombre. Fue así que un pueblo de 180 millones de habitantes fue dominado durante 72 años por una organización que en aquel momento tenía solo 23 mil miembros. El 21 de enero de 1924 muere Lenin. La Unión Soviética es gobernada por un triunvirato, Kamenev, Zinoyev y Stalin, éste último en poco tiempo se deshace de Kamenev y Zinoyev y de otros a quienes consideraba sus enemigos y toma el control total del aparato administrativo. Como sucede en toda sociedad escindida, quien detente el poder inventa una ideología. Si la condición del pueblo soviético no había mejorado mucho desde la caída del zarismo y había que mantenerlo sometido y sin rebelión, nada más efectivo que inventarle ideales, pues éstos obligan a los dominados a vivir contra sí mismos.
Estas ideas nulifican la materialidad del mundo y hacen de quienes las adoptan fanáticos capaces de hacerse matar con tal de justificar el ordenamiento social más injusto, sólo les interesa el fin último, los medios no importan; el sujeto mira y pone su atención en las alturas, hacia los ideales y hace abstracción de su propia condición.
En este contexto, Stalin llama a construir el socialismo en un solo país y en esa lógica de la dominación ideológica se sacrificaron generaciones, sin que en los hechos se construyera la esperada y luminosa sociedad comunista. Este mismo imaginario se instituyó en el campo socialista después de la Segunda Guerra Mundial. Por mucho tiempo se creyó en su efectividad.
En 1989 desapareció la URSS y poco a poco los líderes de los países con democracias socialistas fueron desapareciendo. Uno de los últimos fue Nicolas Ceausescu, presidente de Rumanía, la Historia fue cruel con él, su derrumbe fue una comedia. El 21 de diciembre de 1989 Ceausescu organizó una gran manifestación en Bucarest para mostrar que el pueblo estaba en favor de su gobierno y le daba todo el respaldo para seguir al frente del mismo; 80 mil personas se reunieron en la plaza principal de la ciudad. Ceausesco salió al balcón que daba a la plaza y empezó otro más de sus discursos impregnados de ideología, con abundantes loas al socialismo, la multitud aplaudía sin mucho entusiasmo de pronto se quedó muda. Alguien abucheó al orador, después otra persona, y otra, y otra, después la multitud entera gritó: ¡Timisoara! ¡timisoara! ¡timisoara! Timisoara es la sede del foro democrático de los alemanes; ahí se reunieron los participantes del mitin, los que protestaron masivamente en las calles y quienes se fueron sumando al levantamiento. En una semana la insurrección había consumado una revolución, se deshicieron del dictador y se enterró una ideología que nunca echó raíces en la psique del pueblo rumano. El mitin lo transmitió la televisión rumana y puede verse en YouTube.
Todas las ideologías de derecha e izquierda, de inspiración divina o terrenal son falsas y están, tarde que temprano, condenadas al fracaso. Son una acumulación de falsas representaciones, creaciones fantásticas de la mente que enmascaran, ocultan y son capaces de estructurar caprichosamente la realidad. El ejemplo de Rumanía nos muestra en vivo que a las ideologías no se les enfrenta con otra ilusión más fuerte, sino con el contrapoder.
Si la ideología hace un uso instrumental de la inteligencia para legitimarse, distorsiona la lógica, en favor de posiciones de voluntad, intereses e identificaciones premeditadas; la razón razonante debe enfrentarlas en función de necesidades vitales del cuerpo socia