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Los motivos del gigante (Primera parte)
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Los motivos del gigante (Primera parte)

PRIMERA PARTE

Por Melvin Cantarell

El poderío hace valer en todo tiempo y lugar una sola razón: la fuerza. Está en su naturaleza una voluntad de poder, el deseo de dominar, someter, controlar e imponer para alcanzar sus fines. En una época cínica, como la actual, la avidez del poderoso alcanza extremos inimaginables, sin importar que choque contra las estructuras más elementales de la consciencia moral con tal de que sus juicios, sin necesidad de fundamentarlos, se acomoden a sus cálculos e intereses.

En la coyuntura del momento, la desavenencia de los Estados Unidos contra el régimen cubano a raíz de la detención de algunos de los participantes en manifestaciones violentas que se dieron en la isla vuelve a incentivar añejas pugnas entre ambos gobiernos.

No es fácil determinar quién tiene a su favor los argumentos de mayor peso si nos atenemos exclusivamente a lo que difunden los medios de comunicación, ahí vemos que los norteamericanos apoyan a los manifestantes en nombre de la democracia, la libertad y los derechos humanos y la Habana acusa a los Estados Unidos de promover las inconformidades entrometiéndose en asuntos que sólo compete a los cubanos. El presente análisis intenta aportar algunos elementos para la comprensión de este asunto.

Los gobiernos, como todo individuo, no son lo que digan de sí mismos, pues esto será siempre palabras, sólo palabras para acomodarse a la situación que más convenga a sus propios objetivos. En rigor, tratándose de países, son lo que han hecho o dejado de hacer con sus acciones sobre las que la historia tiene un veredicto.

Los días 11 y 12 de julio pasado en varias ciudades de Cuba unos miles de cubanos inconformes con el gobierno de la Revolución se quejaron de escasez de medicinas, alimentos y atención a las necesidades más ingentes. Ninguna de sus reclamaciones anuncia un levantamiento espontáneo de grandes proporciones o que busque un cambio de fondo que ofrezca un modelo de sociedad superior al que hoy existe, es decir, nada que signifique un paso adelante en cuestiones de carácter social; esto parece estar totalmente fuera de sus perspectivas, más bien quieren aliviar su frustración ante la imposibilidad de acceder a un modo de vida que mejore su estado anímico con paliativos propios del dispositivo neoliberal de felicidad y consumo que se difunde por internet y otros medios de comunicación; los cubanos, como nosotros y la mayoría de los países en vías de desarrollo son víctimas de esta peculiar distracción.

El anhelo se explica, pero si se preguntaran en principio a quien culpar de su agobiante situación, la respuesta la encontrarían en su propia historia nacional. Durante el período que va de la independencia de Cuba a los años 50 del siglo pasado con el gobierno de Fulgencio Batista, el mercado obligó a Cuba al monocultivo de la caña de azúcar que tenía por único comprador a los Estados Unidos; al triunfo de la revolución la economía cubana toma derroteros no previstos por los norteamericanos, el gobierno nacionaliza ingenios, diversifica el mercado para sus productos y se declara socialista lo que provoca severas represalias: la banca internacional le cierra los créditos, Estados Unidos deja de venderle insumos estratégicos como el petróleo y otras materias primas básicas, le incauta sus reservas monetarias, le impone duras sanciones y consigue que los países miembros de la Organización de Estados Americanos (OEA) la expulsen de ese organismo (México se opuso a tal decisión), se le aisló, pues, de sus hermanos iberoamericanos. En 1962 Cuba se incorpora al campo socialista; con la caída del régimen soviético en 1989, queda a merced de sus hostiles adversarios que endurecieron sus represalias hasta ponerla en la situación presente.

Sí buscáramos una figura que ilustrara lo anterior diríamos que se asemeja a la de un trabajador al que su patrón dejara sin empleo, que lograra que ningún otro empleador lo ocupara, que convenciera al tendero de la esquina de no darle fiado y lograra retraerlo de todo lo necesario para su sustento y, para culminar su vindicta, lo llevara a tribunales por estar matando de hambre a sus hijos e incitara a la canalla a lincharlo por irresponsable.

El error de quienes condenan irreflexivamente sin conocimiento de los antecedentes descritos es ver la solución en la caída del régimen; el desatino de los desasosegados cubanos es ver el remedio y poner sus ilusiones y esperanzas (una promesa de felicidad que nunca llega) en una Cuba inspirada en el modo de vida americano; equivocación, ahí no van a encontrar lo que esperan, mucho menos en la actual etapa del capitalismo caracterizada por el despojo, el saqueo y la expoliación. Cuando los juicios se forman fuera de toda lógica y ajenos a la realidad resultan inexactos pues son rebasados por la complejidad, fluctuaciones e indeterminaciones de las cosas, con menor certeza si se trata de experiencias que se relacionan directamente con los pueblos y sus habitantes; en este terreno, antes de juzgar o tomar partido hay que diseccionar la biografía, el cuerpo y el espíritu de quien de antemano se adjudica la razón. No es prueba suficiente declarase adalid de la democracia, la libertad y defensor de los derechos humanos para tener razón.

Lo que argumento en favor de mi tesis no se apoya sólo en una perspectiva o punto de vista personal, gravita en las pruebas históricas bien documentadas que Howard Zinn expone en su sorprendente libro “La otra historia de los Estados Unidos, Desde 1492 hasta hoy”. Rafowich. 2015. Consumada su independencia de Inglaterra, Estados Unidos desarrolla dos formas efectivas de control social y crecimiento económico; la primera, para su utilización interna levanta entre las clases bajas y los muy ricos una barrera formada por la clase media para obtener de ella legitimación, permitir el uso despiadado de la represión contra huelguistas, rebeldes, inconformes e insumisos que en su historia son abundantes (la represión es opresión e imposición en la búsqueda de una relación de dominación de fuerza perpetua) y la aplicación de la ley con carácter nomocrático (la ley no es sinónimo de justicia, no pacifica ni “son en absoluto límites de poder, sino instrumentos de poder; no medios que tiene la justicia, sino herramientas para velar ciertos intereses”. M. Foucault), es decir, cuando se pone de lado el gobierno de los hombres y éste es substituido por la dictadura de la ley; la segunda es para uso externo: despliega una increíble habilidad para inmiscuirse en conflictos extranjeros con calculado oportunismo, espera el momento exacto para intervenir con el menor riesgo y quedarse con la mayor ganancia, los ejemplos son numerosos y pueden encontrarlos en el texto de Zinn.

Para ambos casos, la forma histórica más efectiva de control practicada por los Estados Unidos de América ha sido el predominio cultural, económico y educativo de las élites y valerse de abogados, gerentes, directores de empresas, dueños de medios de comunicación, científicos, intelectuales, catedráticos, etc., excluidos de los círculos dirigentes, para moldear la opinión de las clases trabajadoras, las minorías étnicas, los migrantes, las mismas clases intermedias y populares para dinamizar sus energías en favor de los políticos al servicio de la minoría dominante. Esto explica la afectividad fáctica y la cómplice neutralidad de la mayoría de los estadounidenses hacia los esclavistas, exterminadores de indios, la opresión de las mujeres, los promotores de odio racial, del menosprecio y el tutelaje sobre aquellos a quienes consideran de posición inferior, entre estos últimos hay que incluir a todos aquellos países que han sufrido el sometimiento o la conquista brutal y criminal de otras naciones.

Cuba misma es un ejemplo lamentable. Cuando los cubanos iniciaron la lucha por su independencia de España, los Estados Unidos vieron sus esfuerzos con ostensible desprecio, los juzgaba incapaces e imposibilitados para lograr por sí mismos su libertad sin la intervención de las fuerzas armadas norteamericanas. Ante el temor de intervención del gobierno del norte que había declarado la guerra a España, José Martí escribió el 18 de mayo de 1895 a su amigo mexicano Manuel Mercado, en una carta inconclusa considerada su testamento político (Martí murió en combate dos días después): “Yo estoy todos los días en peligro de dar mi vida por mí país, y por mi deber -puesto que lo entiendo y tengo ánimos de realizarlo- de impedir a tiempo con la independencia de Cuba, que los Estados Unidos se extiendan y caigan sobre las Antillas, con esa fuerza más, sobre las tierras de América…Viví en el monstruo y le conozco las entrañas”. (Diario Gramma. La Habana. 18 de mayo de 2010.).

Esta actitud de los norteamericanos ante el asunto cubano es una constante en su historia, como lo documenta Howard Zinn en su excepcional libro. No hay en la historia de Norteamérica práctica más socorrida en su relación con otros países que aprovechar atingentemente toda oportunidad que le favorezca y el momento a la hora de definir lo que conviene a sus intereses.
Veamos como describe Zinn la barrera racial que se expresa en sometimiento, dominación y odio hacia la raza de color. La relación amo-esclavo nunca fue una relación laboral, sino una institución construida sobre el paternalismo, menosprecio y opresión en el que no hubo una tendencia humana básica hacia el sometido; si éste no tenía nada que ofrecer recibía castigos brutales para matar todo espíritu de rebeldía. En el caso de la mayoría de los inmigrantes blancos que llegaron a las costas norteamericanas lo hicieron en condición de criados, animados por el mito de la oportunidad de hacerse a sí mismos que generalmente terminó en la agudización de la distinción entre pobres y ricos; los blancos pobres tenían que luchar por sobrevivir y evitar morir de frío en invierno. Además, la forma histórica más efectiva de mantener a las clases trabajadoras y marginales es mantener el predominio cultural, económico y educativo de los muy ricos.

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