Es muy divertido como aquellos que piensan ser individuos enterados y familiarizados con el primer mundo son los mismos que tienen opiniones contrarias a cualquier avance relevante que se intente aplicar en nuestro país.
Esos que te citan en el Starbucks y cuando llegas están con un gran vaso de café late con leche deslactosada y café especial cultivado cerca de la costa de Tanzania; esos que tienen sueños húmedos manejando un automóvil impulsado por aire, fabricado con sargazo y que creen que los campesinos pueden controlar sus cosechas a través de una Ipad conectada a la internet satelital de Musk, son precisamente quienes están en contra, por ejemplo, de las consultas ciudadanas.
Ninguno de estos émulos del neoliberalismo global tropicalizado se ha enterado que en países como Suiza, las consultas son una forma de gobierno desde la ciudadanía y que no solamente eligen a sus gobernantes mediante el voto popular, sino que toman las decisiones más detalladas que tienen relación con su vida cotidiana.
Los suizos, por mencionar alguno de los países más desarrollados del planeta, deciden en consultas públicas si están o no de acuerdo con la construcción de una tubería municipal para llevar agua de un lugar a otro, o la conveniencia de hacer o no hacer un puente o un ferrocarril, por ejemplo.
Sin embargo, nuestros demócratas de ocasión, políticos de derecha, intelectuales asintomáticos, líderes empresariales y demás fauna reaccionaria piensan que México puede llegar a convertirse en un país de primer mundo, sin necesidad de que se aplique la democracia plena para que la mayoría de los ciudadanos sean quienes decidan lo que les conviene y no sólo para elegir a aquellos que deben ocupar cargos públicos.
El nivel de decisión que se ejerce en la democracia participativa es mucho más profundo que solamente colocar funcionarios en cargos de elección popular, para tenerlos que aguantar durante un período determinado en caso de que no funcionen; significa darles instrucciones a esos funcionarios sobre qué es lo que deben hacer en los casos de decisiones que se consideran importantes.
Es darles una orden directa sobre cómo actuar en un momento dado y en relación con una situación que se debe resolver, es también compartir la responsabilidad de estas decisiones tomadas entre todos.
Renunciar al ejercicio de la democracia participativa, es admitir que las decisiones importantes no nos competen y que preferimos dejarlas en manos de los funcionarios; es declinar nuestro derecho de expresar la forma en la que queremos vivir, para dejar esta decisión en manos de unos cuantos que la toman valorando fundamentalmente su punto de vista o adivinando lo que la mayoría desea que hagan.
En un régimen autoritario, como por lo general son los de derecha que ejercen el autoritarismo simulando lo contrario, la democracia participativa no cabe porque los negocios que se hacen desde el poder están diseñados para beneficiar sólo a unos pocos y no se busca el bien común. Sin importar que el gobierno sea de derecha, izquierda, centro o combinaciones raras de estos tres, la única forma de asegurarnos de que la mayoría manda y de que los funcionarios tienen que gobernar obedeciendo es ejercerla plenamente, aunque ladren los perros.
Como dijo el dramaturgo español Antonio Gala: “La dictadura se presenta acorazada porque ha de vencer. La democracia se presenta desnuda porque ha de convencer”.