Ese martes quedamos de vernos temprano. Yo me levanté a las 7 para bañarme, apenas salí de la regadera desperté a Carlos. Tuve que hacerlo tres veces, porque el día anterior nos acostamos de madrugada y materialmente no podía abrir los ojos.
A las 8 de la mañana estábamos listos, el primero en llegar a la casa fue Andoni, un joven de 17 años amigo de mi hijo. Un muchacho encantador, educado, siempre sonriente, que se había ganado el cariño de la familia. Nos sentamos en la mesa de la cocina para esperar a los demás, unos minutos mas tarde entraron Lucía y Raúl, amigos nuestros. Había mucha excitación entre nosotros porque Lucía nos llevaría con una amiga suya que era vidente, que a decir de ella, era muy atinada y podría encontrar la causa de una serie de eventos que Andoni había experimentado recientemente.
El llevaba un tiempo padeciendo un extraño dolor en el pecho que se extendía hasta el brazo; tenía mareos, dolores de cabeza casi todos los días, se sentía inquieto e irritable. Los doctores no pudieron encontrar una razón médica para esos síntomas.
Durante las últimas semanas, en las noches, cuando ya se quedaba sólo en su habitación, el muchacho había escuchado risitas, como si un grupo de niños estuvieran jugando alrededor de su cama, un día llegó a sentir unas manos que le rozaban la cara. A pesar de lo extraña de la sensación, al principio pensó que su imaginación le había jugado una broma, pero con el paso de los días, esa actividad se fue acrecentando, hasta volverse inquietante.
Un evento en particular lo había trastornado y había sido el motivo por lo que decidimos ese día, hacer un viaje de más de tres horas para ver a una vidente. Dos días antes Andoni tuvo una experiencia aterradora; esa noche se encontraba recostado en su cama, no había logrado conciliar el sueño durante horas, cuando de pronto, como si le hubieran inyectado curare, se fue sintiendo paulatinamente paralizado mientras la maldad del veneno se adueñaba de su cuerpo. Primero los dedos de los pies, luego fue subiendo lentamente hasta sus rodillas, mientras simultáneamente sus manos comenzaron a hormiguearle. Sus músculos iban perdiendo poco a poco el tono, mientras su cerebro enviaba desesperado, impulsos para que se movieran, pero por más que se esforzaba, la sensación iba ocupando su cuerpo.
Una angustia histérica lo atenazó repentinamente, trató de gritar, pero de su garganta no salió ningún sonido. Cuando ya no fue capaz de controlar su propia maquinaria, sintió que unos dedos helados arañaban su cara, mientras una voz indescriptible pronunciaba una letanía en una lengua desconocida. Aterrorizado intentó escapar, pero su cerebro no lograba conectarse a su cuerpo. El pecho le dolía, sudaba copiosamente y sus pulmones apenas lograban hacer su función.
Siguió debatiéndose frenéticamente para recuperar el control de un cuerpo que sentía que ya no le pertenecía, pero la fuerza de la juventud logró hacer el milagro. Invadido de un pánico indescriptible se incorporó de golpe. Haciendo respiraciones profundas fue regularizando la arritmia que hacía brincar el pecho. Intentó incorporarse, pero sus extremidades languidecían como varas secas. Pasaron minutos eternos hasta que la sabia roja volvió a conquistar los caminos enjutos de sus venas.
Cuando sintió que la vida había regresado a su cuerpo, trató de asimilar la horrible experiencia, pero sus esfuerzos lo llevaban una y otra vez a callejones oscuros. Todavía con miedo, prendió todas las luces, la pantalla de su computadora, la música, solo para que hubiera ruido. Le esperaba una noche larga en medio de un cruce de caminos. Cuando por fin los primeros rayos entraron tímidamente hasta su cama, se recostó cayendo rendido en un sueño pesado pero superficial, que no le trajo ningún reparo.
Ese martes Andoni se sentía cobijado por sus cuatro amigos, mientras apurábamos un café, comentando sobre nuestras expectativas en relación con el viaje de ese día.
Agotada la conversación, nos subimos en el pequeño compacto, para unos minutos después tomar la autopista a buena velocidad. En silencio, cada quien entretenido en sus propias conjeturas, el viaje se hizo corto. Cuando pasamos la caseta de cobro y entramos a la ciudad, los autos empezaron a reducir la velocidad hasta embotellarse en una larga fila. Circular en la Ciudad de México siempre era una moneda al aire, nunca había certeza del tráfico. Por suerte, doscientos metros mas adelante, comenzamos a avanzar a mejor velocidad y tomamos algunos atajos para evitar el cúmulo de autos de las vías principales, hasta adentrarnos en una colonia popular al oriente de la ciudad.
Por fin nos estacionamos frente al portón de una casa pequeña de color gris. Lucía bajó del auto y tocó el timbre, pero después de varios minutos, optó por llamar por teléfono a la dueña, quien le informó que tendríamos que esperar un poco porque estaba ocupada en una consulta.
El fresco de la mañana nos calaba sin piedad a pesar de las chamarras. Todos menos Raúl que llevaba sólo una camiseta, nos quejamos de que era extraño que a finales de octubre hiciera un frío como de invierno.
Quince minutos mas tarde se abrió la puerta. Aurora, era una mujer joven de unos cuarenta y cinco años, de aspecto relajado, que nos invitó a pasar con una sonrisa. Un perro Border Collie nos miró con desinterés mientras cruzábamos el patio. En el interior de la vivienda faltaba ventilación y tenía un ligero olor a orines de gato.
Nos sentamos en tres sillones cafés abrillantados por el tiempo que hacían las veces de sala, dos largos y uno individual, dejando un espacio amplio al centro sin ningún otro mueble. Frente a nosotros había un comedor corriente pero pretencioso, a un lado había un auto eléctrico color rosa chillante, evidentemente de alguna niña. Debajo de la escalera un número indeterminable de cajas de cartón ocupaban todo el espacio.
Lucía entró con Aurora a la cocina, estuvieron hablando en voz baja y unos minutos después, salieron indicándole a Andoni que pasara. Un gato joven se asomó por las escaleras, salto sobre las cajas y comenzó a jugar con una bolsa de plástico vacía.
Carlos estiró las piernas, cerró los ojos y un minuto después estaba roncando. No pude evitar sentir envidia, pues a pesar de que me encontraba agotada, sabía que no podría dormir ni una pequeña siesta. Resignada saqué mi libro y me dispuse a leer.
Raúl salió de la casa para fumar y comprar algo de comer en una tienda de abarrotes que se encontraba a unas casas. Lucía se entretuvo con su celular. El gato se acercó con desconfianza impulsado por su curiosidad, se acomodó en el respaldo de uno de los sillones y nos observo sin recato. El silencio se interrumpía de repente por un ronquido de Carlos o un comentario en voz baja.
Después de una hora que nos pareció mucho muy larga, Andoni salió de la cocina muy serio y con los ojos muy abiertos, Aurora lo seguía con una sonrisa tranquila. Carlos se despertó mientras todos expectantes mirábamos a ambos. Ella con voz suave explicó que de acuerdo a lo que le había contado el muchacho y ayudada por la baraja española, había encontrado que una mujer estaba empeñada en hacerle daño.
Carlos y yo cruzamos una mirada escéptica, mientras Lucía la animaba a continuar. La mujer describió que todos éstos eventos desagradables, eran producto de las malas artes de una mujer que trabajaba desde hacía algunos años en casa de la abuela de Andoni, donde él y su madre vivían.
La abuela maltrataba constantemente a su hija y a su nieto, aprovechando que dependían económicamente de ella. La empleada, una especie de entenada de la anciana, se había convertido en su favorita y no perdía oportunidad de causar problemas entre la familia.
Aurora había descubierto a través de sus facultades adivinatorias, que esa mujer practicaba la magia negra y su oscuro objetivo era acceder no solo a los favores de su patrona, sino también a su fortuna, siendo la madre del joven y su hijo los únicos obstáculos para lograrlo.
Por su parte, la madre de Andoni había sufrido durante varios meses, diversos malestares sin lograr identificar la causa, a pesar de haber consultado a varios médicos. Pero a decir de Aurora, quien realmente estaba absorbiendo toda esa maldad era su hijo. La desagradable experiencia sufrida dos días atrás, era parte de los intentos de la mujer cada vez más violentos, para lograr su plan, valiéndose de un demonio y algunas prácticas de vudú. No podían perder más tiempo.
Le pidió al muchacho que se quitara el reloj y los zapatos y se colocara al centro de la habitación, hizo un manojo grande con ruda, romero, pirul, salvia, albahaca, un clavel rojo y los ató con un listón también rojo, después lo sumergió en una cubeta con agua, a la que le añadió un chorro de una loción de olor intenso. Tomó un frasco grande de alcohol con hierbas, vertió un poco en sus manos y comenzó a untarlo sobre los brazos, espalda, piernas y pies de Andoni. Luego de pedirle que cerrara los ojos, tomó un buche de una botella de aguardiente y lo comenzó a escupir por el frente del muchacho, repitiendo la operación por la espalda, mientras en voz baja repetía una especie de rezo.
Después sacó de la cubeta el manojo de hierbas, lo sacudió con fuerza y comenzó a pasarlo por todo su cuerpo, mientras pedía protección a alguna virgen. Por último lo rodeó con un círculo amplio de alcohol y le prendió fuego. En ese momento me sentí un poco preocupada, porque las llamas se elevaban unos 40 centímetros del piso y pensé que era muy fácil que alcanzaran la ropa de Andoni.
Cuando por fin se apagó, guardó en una bolsa negra el ramo de hierbas y nos dijo que lo tiráramos en un lugar donde no hubiera otras personas, la carretera era perfecto.
Preparó con polvos y especias tres veladoras, una negra que debía prender primero, cuando se terminara ésta sería el turno de la roja y por último el de la blanca. Después de unas últimas indicaciones, salimos todos de ahí.
En el trayecto de regreso, Andoni estuvo muy callado, se veía asustado, casi todo el tiempo contestaba con monosílabos. A medio camino paramos para deshacernos de la bolsa negra, cuidando que no nos viera nadie.
Pasaron tres semanas y Andoni no volvió a buscarnos. Un buen día apareció por la casa, se veía extraño, un poco más delgado, ojeroso, y serio. Repuestos de la primera impresión que nos causó su aspecto, le preguntamos cómo se había sentido y sin mostrar ninguna emoción, nos dijo que ya todo estaba bien, que se había dado cuenta, que la supuestas experiencias fueron producto de sus nervios.
Nos pareció muy extraña su actitud, pero no quisimos ser imprudentes y no insistimos en el asunto. Tratamos de enfocar la conversación hacia otros temas sin conseguir que Andoni se animara; repentinamente se paró y se despidió. Fue la última vez que lo vimos.
Pasaron los días y no tuvimos noticias del muchacho. Mi hijo se preocupó y decidió buscarlo en su casa; tuvo que insistir varias veces con el timbre, hasta que la abuela le abrió muy sonriente y después de escucharlo con atención, le dijo que su hija y su nieto se habían ido a vivir a Guatemala con unos familiares lejanos, pero que no tenía de momento ni el teléfono, ni la dirección.
Un mes después la casa de la abuela se puso a la venta, supimos que ella había fallecido y que su fortuna la había heredado su empleada que era como su hija.