2 de Octubre, la barbarie de la derecha
Por Miguel Ángel Lizama @Migueliz8
El 2 de octubre ha quedado en México como fecha perenne.Para algunos es invocativa, para otros que la sitúan en 1968 es evocativa.
Para las nuevas generaciones es referencial, reiterada en algunos acontecimientos relacionados con avances sociales o movimientos políticos o inscripciones en muros del Congreso.
Pocos saben la realidad de esa fecha y por qué sigue siendo destacada, sin caer en la comunidad de las demás fechas.
En pocas palabras, el 2 de octubre de 1968 fue el día -la tarde y noche, más bien- de una alevosa matanza de estudiantes encerrados en la Plaza de las Tres Culturas de Tlatelolco, en la Ciudad de México.
Fue una traicionera y desproporcionada muestra del avasallador y anticonstitucional poder gubernamental del PRI, imperante en México de entonces.
La mayoría de la población no se horrorizó porque el noticiero televisivo más popular de aquella época, se encargó de deformar la realidad y desinformar lo que las autoridades deseaban, ocultando el artero ametrallamiento del fuego cruzado de tiradores del Estado Mayor Presidencial y la tropa común, contra jóvenes (hombres y mujeres) y sus padres y madres, completamente inermes, sólo blandiendo letreros y mantas de protesta contra la barbarie oficial.
Las pocas voces que pudieron testimoniar lo ocurrido fueron acalladas por los altavoces mediáticos pagados por el gobierno, o confinadas a testificar en libros o reportajes extranjeros lo vivido esa tarde aciaga. No muchos conocieron su génesis ni los personajes que intervinieron y el alcance que tuvieron sus participaciones.
Los supuestos informadores de entonces, con Jacobo Zabludovsky al frente, se plegaron a las disposiciones e informaciones del avasallador poder político del PRI, con muy escasas y honrosas excepciones, como Elena Poniatowska (polaca de nacimiento, de sangre más mexicana que el pulque, el tequila o el mezcal), Julio Scherer García (entonces Director General de Excélsior, periódico formador de periodistas únicos) y Carlos Monsiváis, una de las mentes más brillantes, lúcidas y sapientes que ha tenido México.
Fue en “Parte de guerra – Tlatelolco 1968”, escrito al alimón por Scherer García y Monsiváis, donde se narran “los hechos y la historia” de esa fecha, con base en documentos personales del General Marcelino García Barragán, entonces Secretario de la Defensa Nacional, quien debió vivir de primera mano los acontecimientos que desembocaron en el fatídico 2 de octubre de 1968.
Quienes vivimos de refilón esa fecha, podemos constatar la riqueza testimonial del libro y los partes de guerra del general García Barragán, en el vicioso entramado tejido por el alto mando del Estado Mayor Presidencial (EMP) para complacer la esquizofrenia anticomunista del Presidente Gustavo Díaz Ordaz, ultraconservador poblano, crecido y educado en la mentalidad medieval de los encomenderos acostumbrados a la máxima católica de “Obedecer y callar”.
Vale escarbar en la memoria para empezar por el principio. Cómo, dónde y cuándo se gestó el 2 de Octubre de 1968 que no se olvida.
En la plaza de La Ciudadela confluían, en 1968, dos escuelas vocacionales del Instituto Politécnico Nacional: la 5 (de Ciencias Sociales) sobre la calle de Emilio Dondé y la 2 (de Ingeniería Mecánica y Eléctrica) sobre la calle Tresguerras. Cerca de ahí, atravesando la avenida Bucareli, sobre la calle Lucerna, se encuentra la preparatoria “Isaac Ochoterena”, donde guapas jovencitas eran un imán especial para los estudiantes politécnicos.
El 22 de julio de 1968 los celos por una chica propiciaron un pleito en que los preparatorianos expulsaron a un pretendiente politécnico, quien fue por refuerzos a su escuela y sus compañeros convocaron a la otra vocacional para hacer frente a la afrenta de los Pumas y se fueron a apedrear la Isaac Ochoterena, luego de lo cual regresaron a sus escuelas.
Al día siguiente, los preparatorianos quisieron cobrar la afrenta y fueron a buscar a los politécnicos. Ahí se armó otra trifulca en la que según reportes oficiales intervinieron pandilleros en apoyo de los preparatorianos. Los directores de los planteles solicitaron el auxilio de la policía que desplegó a 200 granaderos, quienes a toletazos y bombas de gas lacrimógeno se enfrascaron en una lucha desigual con los estudiantes, que respondían a la violencia policial arrojando lo que pudieran encontrar a su paso.
Ya reforzados con personal de Servicios Generales del DDF, a cargo del coronel Manuel Díaz Escobar, organizador de grupos porriles o de choque con pandilleros reclutados en diversas colonias y en tiraderos de basura, los granaderos persiguieron con ferocidad a los estudiantes hasta sus escuelas, donde se refugiaron, y los granaderos irrumpieron para emprenderla a toletazos contra maestros, empleados y alumnos por igual, sin importarles si eran hombres o mujeres.
Eso encendió la indignación en el Politécnico donde corrió como reguero de pólvora este exceso de fuerza de la policía capitalina dentro de un plantel (la Vocacional 5) con mayor número de población femenil. Las profesoras que se interpusieron para defender al alumnado, fueron repelidas a culatazos de los fusiles lanzagranadas. Por fin los granaderos recibieron la orden de replegarse y quedó una tensa calma.
Pleitos como ése no eran nada extraño entre escuelas del IPN y planteles incorporados a la UNAM, donde el género femenino abundaba más que en los politécnicos. Pero fuera de algunos golpes y gritos de las muchachas, los amagos no pasaban a más. Esa vez, la barbarie policial ocasionó que las autoridades del Politécnico se vieran rebasadas por los acontecimientos subsecuentes.
¿Cómo es que un simple pleito entre estudiantes degeneró en una salvaje represión que fue escalando hasta la bestial matanza del 2 de octubre?
Una de las vertientes explicativas es el control militar en las estructuras del gobierno desde la época de la Revolución, donde abundan generales y coroneles al mando de fuerzas públicas, militares que por formación no admiten razones, sino la imposición de órdenes indiscutibles. Y el mando militar se impone siempre por la fuerza, sin mando civil en el trato con ciudadanos.
Otra explicación del comportamiento autoritario oficial fue la ubicación del pleito, en una arteria política. A una cuadra de La Ciudadela está la Secretaría de Gobernación, encargada de la seguridad interior del país, que pronto sería sede de los Juegos Olímpicos y requería paz y tranquilidad para mostrar al mundo.
Enfrente del Palacio de Covián (sede de Gobernación) en la esquina de Bucareli y General Prim estaba el edificio de la Dirección General de Investigaciones Políticas y Sociales, espionaje civil encargado del orden político y social. Que no se enterara de este conflicto social que ameritó la intervención brutal de la fuerza pública del Distrito Federal, le restaba puntos a su buena reputación y eficacia, pero lo peor, socavaba la candidatura presidencial del entonces titular Luis Echeverría Álvarez quien, como secretario de Gobernación, estaba en la antesala del puesto cumbre de la política mexicana. Que sus servicios de espionaje hayan sido rebasados era inadmisible.
Pero la mayor relevancia la tiene el perfil autoritario de quien estaba en el vértice de la pirámide gubernamental de entonces: el presidente Gustavo Díaz Ordaz, católico ultraconservador con la paranoia de la Guerra Fría, alimentada por su clericalismo fanático y por su Jefe de Estado Mayor Presidencial, general Luis Gutiérrez Oropeza.
En el libro Parte de Guerra, de Julio Scherer y Carlos Monsiváis, periodista y escritor desmenuzan el entorno y la entraña del entramado que originó la matanza del 2 de Octubre de 1968, especialmente relevante por los papeles personales del general Marcelino García Barragán, ex-secretario de la Defensa Nacional y testigo presencial de primera mano, donde consta la intervención paranoide del aparato militar adscrito a la Presidencia de México, por encima de los cuadros castrenses formalmente responsables de la defensa del país. El fanatismo católico prevaleció sobre el raciocinio político y militar.
Mientras el libro de Elena Poniatowska (La noche de Tlatelolco, Testimonios de historia oral) alude a la matanza misma, el de Scherer y Monsiváis desglosa la trama urdida para llevarla a cabo, con el fin de dar “un escarmiento a los agitadores que seguían las órdenes del comunismo internacional” para desestabilizar al gobierno del “patriota presidente Díaz Ordaz”.
Después de 50 años, en la remembranza de esa brutal matanza de estudiantes, maestros y madres-padres de familia originada en el fanatismo, persiste la evidencia de la paranoia de la oligarquía mexicana que siente amenazado su modo de vida y su futuro, sin entender el país donde está insertada y ha prosperado gracias a la Corrupción y la Impunidad. Cuando entienda que no se pretende quitarle bienes ni estilo de vida, sino que se ajusten a las expectativas y necesidades del resto de la población, podrá existir una convivencia civilizada sin pleitos, maniqueísmos ni fantasmas doctrinales.