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Mujeres transformadoras
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Mujeres transformadoras

Los autores Acemoglu y Robinson, en su libro Porqué Fracasan Los Países, hacen una revisión del proceso que han seguido las naciones para que sus instituciones logren transformarse en instituciones incluyentes, que promuevan el desarrollo y el bienestar de la mayoría de los ciudadanos, en lugar de permanecer  como instituciones extractivas, diseñadas para llevar a cabo el saqueo de las riquezas a favor de unos cuantos.

En todos los casos donde los países han podido llevar a cabo este cambio, se han encontrado dos factores que son detonadores de esa transformación. El primero es que tenga lugar algún hecho histórico trascendente, que ponga en disposición de cambiar a la sociedad y el segundo es que este hecho histórico coincida con un avance importante de la tecnología disponible.

En México ese hecho histórico relevante se dio a partir de la mal llamada guerra contra el narcotráfico desatada por Calderón, así como del avance de la corrupción rampante en su sexenio y en el de Peña Nieto.

Pero fueron dos acontecimientos específicos los que prendieron la chispa para que la sociedad tuviera un despertar de consciencia que impulsara su voluntad colectiva hacia un cambio radical. El primero fue el caso Ayotzinapa, donde todas las fuerzas coercitivas del Estado, se coordinaron para recuperar la droga de un narcotraficante, desapareciendo a 43 estudiantes de una normal rural y el segundo, fue el asunto de la casa blanca de Peña Nieto, que terminó de desvirtuar la figura del presidente de la república como representante de una institución respetable.

Por otro lado, el avance de la tecnología que coincidió con este hecho histórico relevante y coadyuvó en que la transformación fuera posible, fue el desarrollo de las redes sociales, que experimentaron un crecimiento exponencial, especialmente durante los últimos 8 años y que permiten a cualquier persona difundir información y acceder a ella con los recursos básicos a los que prácticamente todos tenemos acceso.

Estos acontecimientos, difundidos ampliamente a través de las redes sociales, nos ubicaron como sociedad en relación con el concepto que los gobernantes tenían de nosotros, provocaron una revulsión de la consciencia colectiva en la mayoría, que derivó en un despertar súbito de la voluntad ciudadana, motivándola para tomar acción a través de la vía electoral en torno a un proyecto de transformación del país.

En esta nación y en este tiempo coincidieron tres factores: el despertar de la consciencia colectiva con una alternativa aceptable representada por este proyecto, con la posibilidad de comunicación y de organización entre los ciudadanos a través de una tecnología avanzada, que nos permitió sumar nuestras convicciones individuales en una fuerza común orientada hacia el cambio pacífico y ordenado.

En este sentido las redes sociales fueron tan importantes, que evitaron la necesidad de que el cambio se tuviera que llevar a cabo a través del uso de las armas y de la violencia extrema. Convirtieron a cada ciudadano que tuviera acceso a un dispositivo conectado a la Internet, en un medio alternativo de comunicación por medio del cual fue posible la difusión de las ideas, la discusión pública y la organización colectiva, elementos fundamentales de la democracia.

En este proceso de lucha contra la sinrazón que representan los privilegios de unos cuantos y la corrupción, convertidas en el modelo de gobierno aplicado durante 40 años en México y contra todos los instrumentos contaminantes de la información, que operaron como mercenarios contratados por los privilegiados del régimen, participamos todos; hombres y mujeres por igual.

Sin embargo, la participación de las mujeres en esta ocasión fue distinta a la que tuvimos en otras transformaciones, donde mayormente se limitó a las actividades logísticas que permitían a los hombres mantenerse peleando en la línea de fuego.

Hay que recordar las palabras del escritor uruguayo Eduardo Galeano evocando el papel de las mujeres en la Revolución mexicana, como aquellas que seguían a los soldados, preparaban la comida, llevaban las municiones al hombro, cargaban las armas y cuando el hombre caía empuñaban el fusil para luchar.

Hoy las mujeres empuñamos desde el principio el fusil para luchar. El fusil de las ideas, de las protestas, de la discusión pública y de la organización de la sociedad orientada en un sentido con decisión, inteligencia y valentía, no solamente apoyando a los hombres en la lucha, sino peleando con ellos hombro con hombro.

No podemos asegurar que la participación de las mujeres en las batallas políticas de este proceso esté siendo más relevante que la de los hombres, aunque el mismo Napoleón reconociera que “Las batallas contra las mujeres son las únicas que se ganan huyendo”.

Aunque nuestra participación puede ser equivalente a la de los hombres, no puede ser igual porque somos diferentes. Por nuestra naturaleza las mujeres aportamos insumos distintos para alcanzar la transformación de la sociedad, insumos que los hombres no pueden poner sobre la mesa, porque no forman parte de su inventario natural, como lo expresó el biólogo francés Alexis Carrel: “El papel de las mujeres en el progreso de la civilización es mucho mayor que el del hombre, por lo que deberían desarrollar sus aptitudes de acuerdo con su naturaleza, sin imitar a los hombres”.

Nuestra concepción cosmogónica es diferente, nuestro enfoque de los problemas es distinto y nuestra forma de darles solución, deriva de un punto de vista más integrador y más intuitivo, teniendo en cuenta que la intuición es la inteligencia del espíritu.

La visión del mismo García Márquez lo describió así: “En todo momento de mi vida hay una mujer que me lleva de la mano en las tinieblas de una realidad que las mujeres conocen mejor que los hombres y en las cuales se orientan mejor con menos luces”.

Para ser más claros, podríamos citar también a Montesquieu cuando decía que “las costumbres hacen las leyes, las mujeres hacen las costumbres; las mujeres pues, hacen las leyes”.

Nuestra participación en la política y en la vida misma es tan fundamental como la describe el poeta nicaragüense Rubén Darío: “Sin la mujer, la vida es pura prosa”.

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