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Los que defienden a Aristegui…
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Los que defienden a Aristegui…

Para defender a Víctor Trujillo y a Carmen Aristegui, hay que tener un estómago fuerte.

Y hay muchos que muestran tenerlo, al afirmar que ese respaldo obedece a convicciones firmes. Sobre todo en lo que respecta a la defensa de la democracia.
La libertad de prensa. El derecho a la información. Las garantías a quienes ejercen “el noble oficio del periodismo”. En fin, todos los lugares comunes que se manejan como argumentos en estos casos.

En realidad, si existiera una prensa democrática en México, hechos tan vergonzosos como el “chayote” institucionalizado, como forma corrupta para manipular la conciencia social, no hubiera sido aceptada por la mayor parte de los periodistas del país.

La formación de los periodistas durante los 36 años de neoliberalismo, estuvo sujeta a esa regla no escrita, que regulaba la conducta de la prensa. Recibir línea y aceptarla, a cambio de una remuneración económica. La piedra de toque que soportó a los medios de comunicación durante décadas, fue precisamente ese acuerdo generalizado, para escribir a sueldo y bajo las condiciones que impone quien paga.

El chayote llegaba directamente del gobierno.

Desde el gobierno federal, hasta el Municipal. Y por conducto también de los poderes fácticos que gobernaban al país detrás de bambalinas. No hubo periodismo independiente en realidad. La mayor parte de los comunicadores conocidos, estaban atrapados en esa de gran red de “pago por servicios”.

Ese fenómeno es de dominio público. No se trata de una interpretación, o una teoría “conspiracionista”. En México existe una prensa vendida que produce noticias en base a las necesidades del cliente, o del patrón que tiene intereses económicos y políticos definidos.

Las audiencias han sido por años, rehenes de ese tipo de informadores. No había opciones. No había otra forma de acercarse a la realidad del país y del mundo, sino acudiendo a los espacios donde se daba cuenta de las noticias del día.

El control social que mantenían el gobierno y los grandes traficantes de influencias, fue casi total.
Esa realidad artificial, fue calificada como un espacio de “vida democrática” por intelectuales reaccionarios de la talla de Aguilar Camín y Enrique Krauze. Por prestigiosos escritores extranjeros, como Vargas Llosa.

La gente, el ciudadano de a pie, solo veía la parte de realidad que le presentaban los periodistas al servicio de un sistema corrupto y voraz.

El Cuarto Poder existía entonces y su fuerza de penetración social, era inmensa. Se pensó (como piensan siempre los reaccionarios), que esta forma de control social sería eterna, o que su existencia estaba asegurada para el futuro inmediato.

Pero la llegada de las redes sociales y la revolución que trajeron consigo en el terreno de la comunicación, acabaron con el monopolio informativo, concentrado íntegramente en manos del periodismo.

Las redes sociales están en todas partes y dan cuenta de hechos y sucesos, en forma inmediata. Antes de que la prensa tradicional difunda una noticia, narrada por sus reporteros, hay imágenes y comentarios subidos a la red, por ciudadanos de a pie. Lo que antes escondía, maquillaba, o deformaba el periodista “chayotero”, ahora llega a las audiencias en forma limpia y clara.
Por eso la pérdida de credibilidad en todos esos viejos “paladines de la información”.
Descubrimos que nos engañaron durante décadas. Hoy sabemos que hay voces importantes dentro de la misma sociedad, a las que no les interesa ser parte de ese corrompido “Cuarto Poder” y en ellas se confía más que en los profesionales de la mentira.

Defender a los periodistas que pierden la máscara de “imparcialidad”, es ponerse del lado equivocado, justificando la falta de valores y ética de gente que cobra por engañar al pueblo.
¿Quién puede defender a Carlos Loret de Mola, después de la serie de montajes informativos que le han sido comprobados? Sí como sostiene, “siempre actuó de buena fe y fue engañado”, estamos entonces ante uno de los periodistas más estúpidos del planeta.

Tener posiciones conservadoras es respetable. Hay libertad absoluta. Pero mentir y participar en campañas de guerra sucia, ya no lo tolera la sociedad mexicana.
Al faltar el “chayote” pagado en ventanilla oficial, los viejos medios de comunicación tienen como fuente de ingreso adicional, a los poderes económicos neoliberales. Empresarios y políticos acaudalados, cubren las cuotas que exige la nómina de ese corrupto periodismo.

Y es precisamente en ese nuevo “espacio de oportunidad”, donde vemos como los veteranos comunicadores y los periodistas jóvenes que recibieron una formación neoliberal, se ponen incondicionalmente de parte de los intereses reaccionarios y en contra del gobierno en turno. Ahí no se encuentra objetividad ni por asomo. No hay crítica y análisis independiente. Es el golpeteo permanente en contra de un Proyecto Nacional que estorba al neoliberalismo y a la prensa que lo respalda.
No es que se esté en desacuerdo con algunas medidas, o políticas en específico. Se trata de atacar cada acción de gobierno, sin importar la calidad particular de la medida. Es guerra sucia. Intento de engaño y manipulación.

Cuando Carmen Aristegui sale a dar difusión a un nuevo montaje de Loret de Mola, señalando que es información periodística, sin tomarse la molestia de confirmar la fuente. Cuando agrega que “la información es la información” y que como tal debe correr, intenta en realidad manipular a su ya muy pobre audiencia, con datos engañosos. Su intención es golpear al presidente, dañando la imagen de uno de sus hijos. Sin pruebas reales y basándose en la “investigación” que hace la gente de Claudio X González.

Ya lo había hecho antes, señalando que el programa Sembrando Vida en el sur del país, beneficiaba a una fábrica de chocolates de los hijos del primer mandatario. Lo cual resultó ser falso.
Lo mismo hace Víctor Trujillo, utilizando a su vapuleado payaso “Brozo”. Nada más que este vulgar personaje, está en la lona, pues queda claro para la gente, que la plataforma para la que trabaja, es propiedad de la familia priista Madrazo y ha recibido recursos de opositores de la talla de Silvano Aureoles y Cabeza de Vaca.

Carmen Aristegui acusa al presidente de “dañar su imagen y trayectoria”, como si López Obrador fuera el culpable de la falta de ética de la señora.
El presidente ha descalificado su trabajo como profesional de la noticia. Pero nunca ha tocado su vida personal, ni la vida de sus familiares. Nadie atenta, en este momento, contra su libertad de expresión. Ella puede publicar lo que guste. Pero lo que no puede exigir es respeto a su deficiente trabajo.

Defender el periodismo que practican Loret de Mola, Víctor Trujillo y Carmen Aristegui, es defender el modelo de control social establecido por el conservadurismo. Es el método distorsionador de la realidad, que nos vendieron por décadas.

Ese periodismo nada tiene que ver con la libertad de expresión, ni con los derechos de la visión opositora, ni con el ejercicio libre de la profesión. Es una abierta acción de engaño. De manipulación. De calumnia.

Cuando afirmas sin pruebas. Cuando das por buena la “investigación” de alguien poco o nada confiable. Cuando sistemáticamente golpeas a quien te ordenan golpear. Cuando haces todo eso a diario, dejaste de ser periodista, para convertirte en un mentiroso bien pagado.
Parece increíble, pero es verdad:

La bandera del verdadero periodismo, la han tomado nuevos personajes nacidos en redes sociales. Gente que da clases de honestidad y objetividad a los periodistas salidos de escuelas especializadas.

Y lo que los hace ganar el favor de una audiencia en constante aumento, es que en la mayoría de los casos, no cobran un solo centavo por el trabajo que realizan.
Su compromiso es genuinamente con la democracia. Con la transformación del país, con la sociedad a la que pertenecen y con el futuro de las generaciones que llegarán.
Ese periodismo, está en vías de constituirse en un verdadero Cuarto Poder, ajeno a la voluntad de los poderes económicos y políticos, acostumbrados a comprar voluntades.

Malthus Gamba

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