Por Akire Lincho
El exagente del Mossad, el instituto de inteligencia y operaciones especiales de Israel, Benjamin Yeshurun Sutchi, quien controló una organización criminal de 2003 a 2005 dedicada a la extorsión, al secuestro, al manejo de casinos, al cobro de derecho de piso y a la distribución de droga en las colonias de Polanco y Tecamachalco de la Ciudad de México; pasó 14 años en una prisión de Israel donde tuvo contacto con una organización de hackers, quienes habían estafado al sistema bancario europeo sustrayendo 23 millones de Euros que enviaron a México. Sutchi fue contratado por ellos para cobrar ese dinero y recibir una comisión de 5 millones de Euros al recuperarlo. En Febrero de 2019, una vez compurgada su condena, regresó a México con esa encomienda.
Con este propósito él y Alon Azulay, su socio, habían hecho contacto con “la Güera”. Se reunieron dos veces con ella en el área de fumar del restaurante del Hotel Royal, ubicado en la entrada del fraccionamiento Jardines de la Montaña, con quien entre cigarrillos y bebidas discutieron sobre la devolución del dinero que “La Güera” había recibido de los hackers europeos y que debería entregar a Sutchi; una de estas reuniones fue grabada por los mismos israelíes como evidencia, probablemente por desconfianza hacia la mujer.
Vanessa Linette Ballar Fallas, rubia de 54 años, vicepresidenta de Business Capital Corporation, registrada en Palm Beach, Miami, en el estado norteamericano de Florida, vecina del Pedregal, propietaria de una casa en las colonia Narvarte y otra en avenida Chapultepec de la capital del país y con 7 domicilios registrados a su nombre ante distintas compañías de servicios de telefonía, decidió deshacerse de los cobradores en vez de devolver el dinero. Hizo contacto con sus conocidos del cártel para “resolver” el asunto de los israelíes; planearon el “trabajo” y volvió a citar a los cobradores para el Martes 23, pero luego cambió la reunión para el día siguiente.
El 24 de Julio “La Güera” reservó, a nombre de Vanessa Bayer, la primera mesa en la terraza de fumar del restaurante Hunan de Plaza Artz Pedregal, para tres personas.
Esa mañana, mientras se colocaba una peluca rubia y se arreglaba frente al espejo en su vestidor de la casa del Pedregal, Vanessa repasó varias veces la ruta de escape a través de la cocina del restaurante, hasta el lugar donde la esperaría su chofer para llevarla al aeropuerto. Antes de salir volvió a revisar su pasaporte y sus documentos de viaje, los metió en la bolsa, se colocó un abrigo/gabardina negro, subió a la camioneta, hizo la llamada para confirmar instrucciones a la gente ya venía en camino y, sin prisas, el chofer enfiló hacia Plaza Artz por las calles de Nubes del Sur y Picacho, para dejarla en la bahía de la plaza diez minutos antes de la hora de la reunión, estacionándose después en el sitio justo que le permitiera alejarse de ahí por la subida del segundo piso del periférico.
Al llegar al restaurante, la recepcionista la condujo a través de la puerta de cristal, hacia la primera mesa en la terraza de fumar, donde ya la esperaban los israelíes, a quienes saludó de mano con una sonrisa discreta; se sentó de frente a la puerta de cristal; mientras el capitán de meseros tomaba la orden, comenzó a hablar con los dos hombres sobre el pago pendiente en forma más casual que de costumbre.
Unos minutos después entró al restaurante Esperanza Gutiérrez, enfundada en una chamarra café claro, con peluca de pelo castaño oscuro, la escuadra disimulada en la cintura y el manos libres colocado en los oídos con el teléfono enlazado, acompañada de uno de los tres hombres con quienes había llegado a la plaza desde su casa en la colonia Selene de Tláhuac, en un automóvil Kía Forte de color azul. A ellos los pusieron en la mesa 4, muy cerca de la entrada principal del restaurante y a corta distancia de la puerta de cristal por la que se accede a la terraza de fumar, donde se encontraban “los objetivos”.
Unos minutos después se oyó un desorden lejano en las afueras de la plaza, provocado para atraer la atención de los guardias del centro comercial, con una balacera desatada por los otros dos hombres que la trajeron en el coche y, en esos momentos, Esperanza recibió la orden: “Ahora, ¡¡VAS!!”. Esperanza y su acompañante tomaron las servilletas de tela de la mesa, desenfundaron las escuadras y las cubrieron con las servilletas mientras se levantaban; caminaron 16 pasos con toda naturalidad, cruzando la puerta de cristal de la terraza de fumar se dirigieron a la mesa donde “la Güera” los observaba acercándose, vieron de lado a los objetivos, levantaron sus armas y dispararon cinco tiros cada uno a sus cabezas, frente a la mirada fría de Vanessa.
Mientras los dos israelíes caían al piso sin vida y todos los presentes en el restaurante se tiraban pecho a tierra para protegerse, entre gritos y confusión general, Esperanza y su acompañante corrían hacia la salida principal del restaurante; Vanessa empujaba la silla hacia atrás, se levantaba con rapidez y se dirigía hacia la cocina del Hunan para escapar por ahí.
Cuando “la Güera” caminaba rápidamente por el pasillo de la cocina se encontró de frente a un joven, que según testigos despedía olor a pólvora, y que le preguntó a Vanessa si ya habían matado a los objetivos; la mujer le dijo “Sí, vámonos hijo”; ambos salieron ágilmente por una puerta lateral de la plaza; en la huida “la Güera” se deshacía de la peluca y del abrigo, olvidando un celular en la bolsa derecha de la gabardina; subieron a la camioneta que los esperaba con el motor en marcha y salieron del centro comercial por el periférico hacia el segundo piso con rumbo desconocido.
El cómplice de Esperanza la rebasaba rápidamente en su huida y aunque ella le gritaba que la esperara, éste no lo hizo escapando por su lado; ella salió por la parte trasera de la plaza y caminando lo más rápido que podía, cruzó un baldío mientras se deshacía de la peluca y de la chamarra, quedando en ropa interior de la cintura para arriba. Así llegó a la calle de Picacho donde la interceptó un guardia y la rodeó la policía, subiéndola esposada a una camioneta-patrulla que se dirigió al “Bunker” de la Fiscalía capitalina ubicado en la colonia de los Doctores.
A partir de ese momento Esperanza “N”, de 33 años, madre soltera con un hijo, quien había trabajado como mesera en el Bar KM Snacks & Beer, ligado al cártel de Tláhuac, y después como sicaria, fue interrogada por los policías en uno de los separos del Bunker. En su primera declaración dijo que los había matado porque rechazaron tener una relación sentimental con ella, en la segunda confesó que le habían pagado 5 mil pesos para matar a los dos y le habían perdonado una deuda por tres armas que le entregaron; después declaró que el pago por el “trabajo” había sido de 25 mil pesos.
Ahí pasó la noche y antes de ser trasladada al penal femenil de Santa Martha Acatitla recibió la visita de sus familiares; después la subieron a un vehículo escoltado fuertemente y la llevaron al penal; entró por la aduana, donde la desnudaron, le revisaron la boca y la pusieron a hacer 15 sentadillas desnuda y volteada contra la pared; le dieron un uniforme beige, camisa y pantalón hechos de fibras sintéticas (que ahí llaman “el monstruo”) y, junto con dos custodias, la policía encargada del traslado la llevó al servicio médico, donde la revisaron antes de pasarla al edificio de Ingreso de la prisión.
La sentaron en una silla frente al escritorio del Técnico Penitenciario, en una pequeña oficina con las paredes de cemento sin pintar; la hicieron escribir sus datos en un formato (nombre, domicilio, grado de estudios, actividad a la que se dedica y familiares que autoriza para visitarla); el Técnico le asignó una celda, que ahí llaman “estancia”, en el área de Alfa, como se le conoce al corredor de celdas de alta seguridad del penal. Una custodia le ordenó que se levantara y la llevó a su estancia de 8 metros cuadrados con paredes verdes, escusado, lavabo, regadera (todo de acero inoxidable), 4 literas de cemento sin colchón ni almohada, en el último piso del edificio; la pusieron sola en una celda por considerar que su vida podría correr peligro; la lámpara de neón permaneció encendida en el techo de la estancia día y noche.
Ahí pasó dos días encerrada en solitario, recibiendo solamente a las custodias que le llevaban el rancho, como se le conoce a la comida del penal y respondiendo con su nombre al pase de lista desde el interior de su estancia a las 6 am, a las 2 y a las 5 pm. Sólo pudo salir de noche una hora al patio, junto con los demás internos del área de Alfa, para hablar por uno de los teléfonos fijos y para caminar un poco. En la madrugada del segundo día la levantaron dos custodias para ponerle un chaleco azul antibalas, esposarla y subirla a una camioneta cerrada con destino al Reclusorio Oriente, donde se llevaría a cabo su audiencia a las 12 de la mañana del día siguiente. Por seguridad no la llevaron junto con los demás presos que ese día tendrían audiencia, sino sola en un vehículo con 4 custodias armadas.
En el reclusorio Oriente la bajaron al túnel que conecta las instalaciones del penal con los juzgados; eran las 5 am y aún no había más presos ahí. La metieron en una de las jaulas subterráneas del túnel, en espera de que comenzara su audiencia en el juzgado 6º. Desde ahí, en su jaula semioscura de paredes amarillas, Esperanza “N” fue viendo cómo empezaban a formar a los demás internos que venían llegando en traslado de otros reclusorios y, después, como iban pasando los del Oriente que se registraban a unos metros para asistir a sus audiencias. Podía observar como los custodios los maltrataban y les quitaban el dinero, como se asaltaban los internos unos a otros y, de vez en cuando, dirigían miradas curiosas, agresivas, lujuriosas y demás hacia el interior de su jaula.
A las 12 am, dos custodias la presentaron frente a la rejilla de prácticas del juzgado 6º penal en una audiencia que se realizó en privado, a solicitud del abogado de Esperanza. Los familiares de los israelíes no pudieron llegar, pues hasta las 10 am les avisaron que a las 12 sería la comparecencia. Durante la audiencia se le preguntó si entendía de qué se le acusaba y ella asintió con voz entrecortada; se le vinculó a proceso por el delito de homicidio calificado y el juez estableció un plazo de 3 meses para que se desahogara la investigación por parte de la fiscalía; al final de la audiencia las custodias la regresaron a la jaula mientras hacían el papeleo; terminando la volvieron a subir a la camioneta cerrada y la regresaron a su celda solitaria en Santa Martha.
A media noche del día siguiente la despertaron los dos golpes fuertes que provoca el cerrojo de la celda cuando se abre; entraron dos custodias, la levantaron, le colocaron el chaleco antibalas azul, la esposaron y la bajaron hasta el estacionamiento de la aduana del penal para subirse, las tres, a otra camioneta cerrada que se enfiló por la calzada Ermita Iztapalapa tomando el periférico y, después, la autopista México – Cuernavaca. En el trayecto, observando la lamparita de neón encendida en el techo de la camioneta, Esperanza se enteró de que se la llevaban al penal federal de alta seguridad ubicado en Tetecala, Morelos, porque la fiscalía consideraba que en Santa Martha era más fácil que “le dieran piso”, como se dice ahí dentro cuando matan a un interno.
Hoy, mientras la policía revisa las “sábanas” de llamadas de los 4 celulares, Esperanza “N” mira a través de la reja, como probablemente lo hará durante los próximos 40 o 50 años, en otra celda con paredes de cemento dentro del penal federal femenil de alta seguridad en Tetecala, Morelos, a la espera de su siguiente audiencia en el juzgado 6º penal; por su lado, “la Güera” está escondida en algún lugar desconocido, con un pasaporte en el que aparece la foto de su nueva identidad y un nombre que no es el de ella, esperando que Interpol tire la puerta en cualquier momento.