En varias partes del mundo, se promovió que el 8 de marzo se llevaran a cabo manifestaciones para conmemorar el día internacional de las mujeres, exigiendo públicamente la defensa de sus derechos.
La libre manifestación de las ideas, la discusión pública y la protesta, son en sí mismas derechos y actividades necesarias en la construcción y mantenimiento de cualquier democracia. No hay nada más sano que la libertad de hacerlo para que las sociedades avancen hacia su madurez política.
En nuestro país antes de diciembre de 2018, estas actividades no solamente no eran promovidas por el gobierno, sino que servían de excusa para que las autoridades llevaran a cabo todo tipo de acciones represivas en contra de quienes se atrevían a ejercerlas.
Adicionalmente, el cambio intempestivo que sufrió la vida pública de México a partir de las elecciones de ese año, provocó un movimiento de reacción irracional en contra de cualquier decisión gubernamental de parte de los grupos que mantenían secuestrado el poder.
De repente, el gobierno federal decidió que en México debería existir libertad absoluta y que cualquiera podría manifestarse libremente en las calles, en los medios y en las redes sociales. Esta nueva política, abrió la puerta para que los despojados del control del gobierno armaran todo tipo de montajes, utilizando a grupos pagados que se han dedicado a manifestarse en forma violenta.
Así en las manifestaciones callejeras, hemos visto monumentos dañados, comercios destruidos, puertas quemadas, bombas molotov lanzadas contra las fuerzas del orden, agresiones contra ciudadanos y policías y todo tipo de acciones propias de bestias más que de personas. Sin duda, la mayoría de ellas detonadas por gente que recibe dinero para llevarlas a cabo y para motivar a otros en ese sentido.
En las marchas feministas hemos presenciado cientos de personas con la cara cubierta, escondiendo su identidad para cometer delitos; desde hombres encapuchados infiltrados en las marchas, hasta mujeres con martillos y armas blancas amenazando a quienes están alrededor y en ocasiones lesionando personas sin motivo alguno.
Si hoy no hay represión, la única justificación que existe para cubrirse el rostro, es la intención de generar violencia y de cometer delitos a cambio de dinero. Estas actitudes nada tienen que ver con las causas que dicen abanderar; de hecho, las desvirtúan y las dañan.
¿Qué tienen que ver los derechos de las mujeres con golpear y lesionar a policías que son mujeres?
Después de la indignación que han ocasionado con sus atropellos estos grupos de salvajes financiados entre la población civil, el gobierno de la Ciudad decidió proteger los edificios y monumentos que se ubican en la ruta de las manifestaciones con vallas metálicas, para evitar que los mercenarios de la violencia puedan dañarlos. Medida que la mayoría de los ciudadanos celebramos porque lo que se está protegiendo es nuestro patrimonio.
Pero como era de esperarse, los grupos de mercenarios de la comunicación, incluidos presentadores de programas, opinadores profesionales, bots, trolles y medios convencionales, criticaron la medida airadamente envueltos en banderas fabricadas de chayote y dinero sucio.
Esta reacción de nado sincronizado ya no sorprende ni extraña a nadie. Es el único juego que sabe jugar la oposición moralmente derrotada, que hoy vive sin pies ni cabeza, desperdiciando dinero mal habido en una estrategia fracasada de origen.
Como dijo el escritor británico Graham Green: “El fracaso es también una forma de muerte”.