Por: Rafael Redondo
@redondo_rafa
Luego del Amlofest en el Zócalo se desataron todo tipo de reacciones viscerales por parte de la oposición. Desde los berrinches de Muñoz Ledo y Cuauhtémoc Cárdenas, uno coqueteando ahora con Movimiento Ciudadano y el otro dando un diagnóstico de los tres primeros años de la presidencia de López Obrador, en la que se pasó por las pelotas los efectos de la pandemia. Ambos en sus reproches proyectando sus propios intereses para estar en la política: acumular y disfrutar del poder. El león cree que todos son de su condición. No terminan de entender que López Obrador tiene mucho poder, porque no lo está buscando.
La FIL de Guadalajara convertida en refugio ideológico opositor. La lerda necedad de Denisse Dresser por figurar a toda costa y tratando de hallar un dejo de dictadura en López Obrador (proyectándose en sus planteamientos, ahogada en su propio veneno). Los insultos de Fox hacia los seguidores de López Obrador. Los que armaron alharaca por reunir gente en el Zócalo con la amenaza epidémica (críticas que no mostraron una sola evidencia científica del riesgo. Ya sabemos que la “opinología” en México es de lengua, no de sesos), pero se callaron cuando la “high society” y sus rémoras wannabe, se reunieron en el Autódromo Hermanos Rodríguez para disfrutar de la Fórmula 1. Ese es un evento “nice” y supongo, creen que, por ser o sólo sentirse “gente bien”, el SARS-CoV-2, los respeta. Yo creo que eso es.
Finalmente, el ridículo monumental de Calderón y López Dóriga quienes pareciera qu,e bajo el influjo del peyote, salieron a decir que el tren en el que López Obrador y una comitiva recorrió las instalaciones del nuevo aeropuerto de la Ciudad de México, era un simulador. ¿Cuál sería la intención de fingir una visita si es muy común que el Presidente viaje de un lado a otro del país supervisando a toda su administración? Resulta tan absurda esta historia.
Entre estas personas hay algunos con bastante inteligencia como Muñoz Ledo o Cuauhtémoc Cárdenas y otros con un nivel de raciocinio bastante menguado como Fox o Dresser; pero todos, tienen un denominador común: una desesperada necesidad, casi enfermiza por pertenecer a las élites y alejarse lo más posible del resto de los mexicanos, del mexicano promedio. Padecen el síndrome del wannabe. En Español mexicano, trepador.
Para la gente que odia a López Obrador, quienes lo apoyan son nacos, “indios”, prietos, iletrados, “jodidos”. Estos calificativos y otros peores llovían en Twitter el día del evento desde la oposición, que como es evidente, sí posee un nivel de cultura bastante refinado.
El comentario que me llamó la atención fue el que salió de la candidez intelectual de Leo Zuckermann. Dijo algo como: “las cifras de López Obrador no me dan (ya sabemos que para su óptica todo lo que suene a López Obrador es fracaso). Yo soy tecnócrata y si las cifras no me salen, yo no logro entender por qué los niveles de aprobación del Presidente. Debe haber algo más”.
Desde luego que hay algo más; pero para ellos, los que se aferran con los dientes a las élites, los que pretenden entender a López Obrador analizándolo desde sus propios intereses, proyectando sus propios defectos, ese “algo más”, está vedado.
De entrada, un tecnócrata tiene una visión tan estrecha como la del médico que sólo dice, tienes reumas tómate esto. Fin de la consulta. Este médico está perdiendo de vista el entorno cotidiano del paciente, el cual ayudaría a realizar no sólo un buen diagnóstico, sino ofrecer un tratamiento lo más adecuado posible a ese paciente con un problema reumático; ese paciente es una situación peculiar, diferente a otro paciente con una enfermedad similar. Los tecnócratas repelen el detalle, la visión periférica.
Aunque el problema de estas personas es aún mayor que su afición tecnócrata por los manuales y las hojas de Excel. Su problema para lograr análisis certeros no tiene nada que ver con su capacidad de raciocinio, o experiencia profesional o algunos flamantes títulos “en el extranjero”. El problema, es su obsesión por pertenecer a alguna élite, por sobresalir de los demás de la forma más mezquina, más frívola. Padecen de una confusión con el concepto de éxito. Éxito para ellos, es ascenso social para no tener nada que ver con el México que les aterra, el México común y corriente porque lo tienen asociado con miseria.
El éxito es muy relativo; es diferente para cada persona y la mayoría de las veces un éxito genuino, no tiene nada que ver con dinero, con codearse con “la high society”, con un título profesional, etc. El éxito es una experiencia emocional provocada por millones de posibilidades de estímulos distintos; pero, la mayoría de los detractores de López Obrador tienen una filia por huir del montón, “del populacho”, y en ese momento, pierden el contacto con la realidad. Ya no importan cifras, evidencias, nivel de raciocinio. Sólo queda la obsesión “wannabe”, el deseo de huir. La plena frivolidad. Y entonces en López Obrador sólo ven a un ambicioso de poder y tonto. Tan tonto que los tiene rechinando los dientes, no sólo por su incuestionable éxito, sino porque no logran entenderlo.
Es imposible entender a López Obrador cuando repudian a un connacional llamándolo “indio”, aunque muy probablemente quien insulta es genéticamente más indígena que el otro, la única diferencia es que quien odia al Presidente, vive en La Condesa o es amigo de un famoso. Tiene una visión totalmente superficial y hueca del mundo, pero, cree que La Condesa o su amigo famoso lo catapultaron hacia el éxito, ya pertenece a una élite. En síntesis: no quieren parecer mexicanos.
En esta visión distorsionada, pero con pretensiones, ninguno de ellos quiere ver al México real: el México indígena, el México pobre, el México mestizo, el México “naco”. Por muy letrado que sea el analista, lo arrastra al pozo su odio al México de verdad. Ahí tuerce el rabo la marrana. Para ellos, una persona cualquiera que viaja en metro o que barre las calles es un naco, iletrado, “indio” y por tanto, no existe, no tiene derecho a participar, sino a que lo guíen. La experiencia de vida de un comerciante de algún tianguis o un mecánico no vale, porque un moreno, o pobre, o ambos, no piensa, no sabe nada (como si la vida misma no fuera un gran aprendizaje y fuente de acumulación de sabiduría). Para ellos, vale un buen coche, una buena casa, valen los títulos universitarios o tener mil “likes”, aunque muchos de ellos lleguen a los cincuenta años coleccionando títulos improductivos y terminen convertidos en parásitos de academia o su único talento sea hacer payasadas en TikTok. Para ellos, un ciudadano promedio mexicano es un muerto, no existe. Para que cobre vida y piense, necesita de ellos, los de “arriba”. Por eso, se burlan tanto cuando el Presidente se refiere al “pueblo bueno y sabio”, porque en su visión tan corta no comprenden que el grueso de la población mexicana, piensa, está viva, tiene conocimiento acumulado.
¿Cómo tener una visión correcta de un país que no conocen y peor aún, lo repudian? Imposible.
Muñoz Ledo y Cuauhtémoc Cárdenas son políticos hechos a la vieja usanza: el político príncipe, el virrey deseoso de colgarse la medalla, aunque ninguna acción relevante la sustente. Lo que les interesa, es la medalla, la corona, regodearse en el poder. Los gobernados no importan, sólo son súbditos. Ambos, con una envidia velada contra López Obrador porque logró lo que ellos, ya no lograrán. Ambos, en este momento, no pertenecen a la élite política; pero, creen que sí.
La FIL de Guadalajara atrae a quiénes considera intelectuales (muchos bastante medianos y hasta cuestionables), cuando una feria editorial tiene como propósito atraer lectores, no hacer proselitismo político. Su negocio es la venta de libros y debería actuar en consecuencia: atraer gente para vender los libros. Un libro que nadie lee simplemente, no existe. Pero, los organizadores creen que la lectura es sólo privilegio de una élite, no del “populacho” y llevan a los círculos de discusión a los “intelectuales” que son afines a ellos, los elitistas y claro, los que detestan a López Obrador.
Calderón cree que todavía es presidente y López Dóriga ya no dicta la agenda como lo hizo durante años. Ya no son parte de sus respectivas élites, pero creen que sí.
Así como López Dóriga, sin tener idea del Inglés, se atrevió a hablarlo en su inmortal “Juay de rito”, creyendo que sabía y podía, el wannabe o trepador, sigue la misma doctrina: fingir, simular ser. Hacer lo que sea con tal de no pertenecer al México “corriente”, al México de los que ellos consideran, perdedores.
Si tomamos en cuenta los muy altos niveles de aprobación del Presidente pese a la pandemia, entender a López Obrador es entender mejor a México. Ya no es un asunto de simpatizar o no con él. Sin embargo, se limitan a decir: ¡Ah, López es populista! Fin del análisis.
Un ejemplo muy revelador de esta pobreza intelectual ha sido la forma en que han tratado de entender la pandemia, desde el repudio y la descalificación, pero nula capacidad cognitiva: como odian a López Obrador se llevan a Gatell entre las patas, así que les vale gorro hacer el ridículo al cometer el error metodológico descomunal de mezclar política con salud (materia que está muy lejos de su campo de acción) y claro, el resultado es funesto; su análisis de la pandemia se limita a decir: ¡Es el doctor muerte! Fin del análisis.
En medio de este odio hacia López Obrador y al final, su desprecio por el grueso de la población del país, se están hundiendo carreras, derrumbando nombres, muchos están terminando sus vidas haciendo el ridículo y hasta perdiendo oportunidades de crecer en sus oficios. En serio, los adjetivos de iletrados y, además frívolos, deberían colgarlos ustedes en su saco y no escupirlo contra el prójimo.
En conclusión, quienes detestan ciegamente a López Obrador padecen el síndrome del wannabe, del trepador: se aferran a la élite y por irracional, su visión tiene como única doctrina, la Doctrina “Juay de rito”: no sé hacerlo, pero como buen trepador creo que sí puedo hacerlo y lo que hago, es el ridículo proyectando en los otros, sus propias miserias.