La interconexión económica, el blindaje contra la guerra entre Rusia y la OTAN
Textos y Contextos
Por: Miguel Alejandro Rivera
@MiguelAleRivera
A lo largo de la historia, la relación entre Rusia y Europa ha sido complicada: basta con citar la Guerra Fría para ejemplificar de forma clara esta situación; sin embargo, desde épocas anteriores a dicha confrontación, los rusos siempre han guardado cierto resquemor en contra de occidente.
Desde el momento en el que Rusia se debate entre pertenecer a oriente o al mundo occidental, queda de manifiesto que existen dificultades en el país que preside Vladimir Putin, para con el resto del mundo. Luego entonces, no es sorpresa que, en días recientes, se mantenga la tensión entre la Organización del Tratado Atlántico Nore (OTAN), y la nación que alguna vez dirigiese los territorios que comprendió la extinta Unión Soviética de Repúblicas Socialistas.
Lo que ha detonado nuevamente las tensiones entre Rusia y varias potencias mundiales, como Francia, Alemania y Estados Unidos, entre otros países, es la situación de Ucrania, un Estado tapón que sirve de contención geográfica entre Europa y los exsoviéticos; mientras la OTAN reclama “libertades” para los ucranianos, los rusos creen que es un territorio que debería pertenecerles, debido a las similitudes culturales e incluso demográficas que guardan ambos países.
Luego de los conflictos internos entre ucranianos pro-rusos y ucranianos pro-occidentales en 2013, el gobierno de Putin aprovechó para anexarse la península de Crimea, en un acto condenado por la OTAN y sus aliados, siendo que, Ucrania es un estado socio de dicha organización, es decir, no pertenece a ella, pero estaría en camino de serlo; en varias ocasiones, el gobierno de Rusia le ha pedido a occidente que esta acción no se ejecute, aunque nunca ha existido una respuesta oficial.
Hasta aquel 2014, Rusia y la Unión Europea habían sido socios estratégicos en temas políticos y comerciales, hasta que el gobierno de Putin decidió ejecutar la anexión de la península de forma unilateral, presuntamente violando el Acuerdo de Asociación y Cooperación que entró en vigor en 1997 y pretendía servir de marco legal al desarrollo de relaciones basadas en “el respeto por los principios democráticos y derechos humanos” y el apoyo a los “esfuerzos de Rusia para consolidar su democracia, desarrollar su economía y completar la transición a la economía de mercado”.
Entonces, fue en agosto de 2021 que el presidente ucraniano, Volodimir Zelenski, advirtió ante los 46 Estados de la OTAN y organizaciones que han firmado junto con Kiev la creación de la Plataforma de Crimea: “Era una garantía de estabilidad para la región, ahora se ha convertido en un polvorín. De un centro turístico, a una cabeza de puente militar para la expansión de la influencia de la Federación de Rusia (…) Somos conscientes de que nuestro país nunca podrá recuperar Crimea por sí solo, necesitamos el apoyo internacional a un nuevo nivel”, y aseguró la que sinergia de las naciones involucradas, “debería obligar a Rusia a sentarse a la mesa de negociaciones”.
Ante esto, las reacciones desde Rusia no se hicieron esperar. Serguéi Lavrov, determinó entonces que, con el evento, occidente quería “seguir alimentando los sentimientos neonazis y racistas del actual Gobierno ucraniano”. En adhesión, el portavoz de la Presidencia rusa, Dmitri Peskov, declaró: “Consideramos que este evento es extremadamente inamistoso con nuestro país. (…) Nuestra percepción es absolutamente inequívoca, lo tratamos como un acto antirruso”.
Pero, la gran pregunta que destaca en el actual escenario geopolítico: ¿estamos ante un posible conflicto armado? Podríamos decir que es muy difícil que suceda. La globalización y el comercio internacional fueron la clave para que, por ejemplo, Europa frenara siglos de guerras intestinas en su territorio. Con la fundación de la Unión Europea, cuyos antecedentes se encuentran en la década de los cincuentas del Siglo XX, después de la Segunda Guerra Mundial, las relaciones entre países que históricamente se encontraban en conflicto, debieron estabilizarse, como es el caso de Francia y Alemania.
El nuevo sistema occidental, formado a partir del Plan Marshall, enseñó a las naciones que la cooperación resulta más rentable que la guerra, dejando los conflictos armados exclusivamente para asediar a naciones que no tienen el poder o los recursos para sentarse en la mesa del gran concierto internacional. Rusia, siendo una potencia, tiene mucho que dar y recibir.
Según el portal Santander Trade Markets, Alemania, Estados Unidos, Turquía, Italia, Reino Unido, Francia y Países Bajos, están en el top diez de los países con los que Rusia mantiene relaciones de importación y/o exportación, todos ellos, por cierto, pertenecientes a la OTAN, sobre todo en materia petrolera, farmacéutica, automotriz y de tecnología en telefonía móvil; sólo China y Corea del Sur son potencias que no están en occidente, pero sí generan dinámicas importantes para las finanzas rusas.
La interconexión económica es una especie de blindaje contra la guerra, más en un contexto pandémico que a muchas naciones les ha costado soportar en cuanto a estabilidad financiera y comercial se refiere; si en 2014, que la misma OTAN acusó de “ilegal” la anexión de Crimea no se desató el conflicto, ¿sucederá ahora que todos tienen mucho más que perder? Muy probablemente no.