La farsa estadounidense y el juicio
La visión estadounidense en relación con el tráfico de drogas y armas es muy singular. Según ellos, la responsabilidad de que tengan 40 millones de adictos a las drogas en ese país, es de un puñado de narcotraficantes mexicanos; como si el esfuerzo de un proveedor fuera suficiente para envenenar a toda una sociedad.
Sin embargo, cuando se trata de armas la cosa cambia para su razonamiento. Como allá son legales, el tráfico de armas que permite a estos grupos de delincuentes ser violentos y presentar fuerte resistencia para ser detenidos, no es responsabilidad más que de quienes compran las armas ilegalmente de este lado de la frontera; ninguna culpa puede señalarse a quienes las fabrican y las trafican fuera de la ley.
El proceso legal que lleva México para responsabilizar a las empresas de armas sobre el delito de traficar ilegalmente con ellas, ni siquiera ha sido formalmente admitida por el poder judicial estadounidense, porque aparentemente es ilegal demandar a esas armerías. El colmo.
La situación en este intercambio de temas ilegales es tan absurda, que para estar en igualdad de circunstancias México tendría que legalizar las drogas y declarar ilegal que se puedan presentar demandas contra narcotraficantes. Esto pondría la balanza en equilibrio.
Si algo quedó claro en el juicio de García Luna, es que los estadounidenses no están interesados en limpiar su casa. Todo se concentró en el entorno mexicano, sin tomar en cuenta las ligas de estos narcos y de su cómplice en el gobierno mexicano, con los funcionarios corruptos de aquel país, ni con los brokers que reciben, re-empaquetan y distribuyen la droga a lo largo y ancho de los Estados Unidos diariamente.
Un bróker de droga en los Estados Unidos se surte con todos los cárteles mexicanos, colombianos y de cualquier parte con quien pueda cerrar un trato lucrativo. No discriminan entre narcos, para ellos el de Sinaloa, Jalisco, Michoacán o el de Tamaulipas son lo mismo. Reciben drogas de todas partes, las segmentan y empaquetan en dosis individuales y la distribuyen en cada pueblo de la Unión Americana, intoxicando a decenas de millones de adictos, sin que nadie haga nada allá para evitarlo.
Pero para la percepción de aquel país, la culpa es de los delincuentes mexicanos que venden lo que los brokers les piden. ¡Qué forma de meter la cabeza en la tierra!
Así, en la forma que fue manejado el escándalo desatado por el juicio García Luna, les ayuda a mantenerse en la fantasía de que ellos no tienen la culpa de nada, que su gobierno no debe hacer nada distinto a lo que ya hace, cuando la realidad es que su sociedad se está pudriendo rápidamente gracias a esa actitud infantiloide e irresponsable que los caracteriza.
Aunque en México nos falta mucho por arreglar, después de 40 años de gobiernos dedicados a todo menos a gobernar, estamos conscientes de nuestra responsabilidad en la reparación del tejido social que debemos hacer para no terminar como ellos. Por fortuna ya se están dando los primeros pasos concretos para lograrlo, con los programas de apoyo a jóvenes abandonados por el sistema, la integración de la guardia nacional, el combate a la corrupción y la impunidad, así como a las campañas de difusión para informar sobre los daños que provoca la droga, aunque esta debe ser mucha más intensa.
De hecho y para que quede claro, son los estadounidenses los culpables de que existan narcotraficantes armados en México, surtiendo las demandas de sus brokers y de sus adictos. Si ellos se hicieran cargo de su problema de adicción general y detuvieran a quienes promueven que esto suceda, en México no tendríamos que lidiar con la enorme violencia e inseguridad de los cárteles de la droga en la medida en que estamos obligados hoy a hacerlo. Su actitud farsante y pueril no ayuda a resolver el problema de ninguno de los dos países, sólo lo agrava.
Como dijo el filósofo argentino José Ingenieros: “Rezan con los mismos labios que usan para mentir”.