En febrero de este año podíamos imaginarnos al Comandante Borolas vencido por el mareo, dejándose caer pesadamente sobre la silla de alguna mesa de cantina con una cuba en una mano y una servilleta en la otra, donde se puso a garrapatear las cuentas que según su cerebro inflamado, calculaba sobre el tiempo que tomaría al Gobierno de México en vacunar a todos los mexicanos contra el COVID.
El producto final de sus ecuaciones etílicas de segundo grado, revelaba que las autoridades de salud terminarían de hacerlo en el año 2155. A partir de los números medio ilegibles estampados en el papelito, debe haber solicitado el apoyo de algún cantinero para ayudarle a redactar el mensaje de Twitter donde nos dio a conocer tan relevante información, salpicada de su acostumbrada jocosidad envinada.
Hoy seguramente su desubicación temporal debe estarlo trasladando al año 2155 con el 83% de la población mexicana mayor de 17 años vacunada contra el virus, a pesar de que las encuestas señalaban que únicamente el 62% de la población aceptaría ser inmunizada. Solamente en la ciudad donde reside este peculiar borrachín, se ha logrado inmunizar a toda la población adulta, superando las cifras alcanzadas en prácticamente todas las capitales importantes del mundo y colocando a México como el 4º país que más dosis ha aplicado en el planeta.
Y mientras el Carnicero de Morelia intoxicado en grado Gay Lussac, juega a burlarse del trabajo del gobierno inventando realidades hipotéticas que solamente suceden en su cabeza enferma, los mexicanos nos enteramos que este angelito se gastó 300 mil millones de pesos mientras estaba en el poder, para construir 8 reclusorios privados, cuya construcción y administración por décadas concesionó a 6 empresas de sus cómplices sin licitación, que con o sin reclusos, le cobran al Estado una cuota superior a la que se pagaría en un hotel de lujo de la Ciudad de México por hospedarlos.
Estamos hablando de haber dilapidado una cantidad equivalente a la que costaría desarrollar dos trenes maya, 4 aeropuertos de Santa Lucía o 2 refinerías de Dos Bocas. Con ese dinero se podrían pagar todas las pensiones a los 9 millones de adultos mayores durante un año completo, o las becas a 11 millones de estudiantes y a casi 2 millones de niños discapacitados, o incluso, haber pagado la cantidad total que los neoliberales decían que costaría el aeropuerto submarino de Texcoco.
A cambio de todo esto, el gobierno de Borolas nos dejó con 8 hermosos reclusorios privados que debemos mantener durante los próximos 30 años, haya o no presos suficientes para ocuparlos. Vaya, ni siquiera le alcanzó para terminar de construir la barda de una refinería en Tula, que por supuesto prometió pero nunca hizo.
Y este es sólo uno de los elaborados proyectos financieros que logó diseñar el multicitado gusano, en alguna de sus servilletas húmedas para presumir los grandes proyectos de infraestructura que nos legó, junto a la estela de luz, a los cientos de cascarones hospitalarios que nunca terminó, a cientos de miles de muertos, desaparecidos y desplazados que fueron consecuencia de su política de inseguridad y a los 3.5 billones de pesos que contrató como deuda adicional, dinero que nadie sabe en los bolsillos de cuál de sus cómplices terminaron.
Ese túnel del tiempo que traslada al cerebro de Borolas entre un futuro delirante, un pasado borroso que se inventa al gusto de sus ilusiones y un presente distorsionado, esperamos que algún día no muy lejano lo coloque físicamente en alguno de los reclusorios privados que administran sus amigos, para que despierte en 2155 ya vacunado, caminando engrilletado a recibir un trasplante en el banco de neuronas del penal.
Como dijo el rapero Rapsusklei: “Mi dolor es continuo, mi fracaso evidente y mi delirio constante”.