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El rugido del tigre
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El rugido del tigre

La llamada Marcha del Pueblo que tuvo lugar el domingo en la ciudad de México reunió a por lo menos un millón 200 mil personas en la avenida Reforma, colocando ahí a uno de cada 100 mexicanos de todo el país. Aunque parezca increíble, el 1% de la población total de México se dio cita para apoyar la 4ª transformación del presidente López Obrador y para caminar con él.

Para los que hemos marchado desde hace décadas, esto es muy sorprendente, pero nos admira más el hecho de ser la primera vez que una movilización de esta magnitud tiene lugar con tanto entusiasmo y alegría, como apoyo a un proyecto.

Prácticamente todas las marchas, plantones y movilizaciones multitudinarias que se han dado en el país, fueron para oponerse a alguna decisión o conducta del gobierno en turno; ninguna se hizo para apoyarlo, siempre había una exigencia, a veces con furia, siempre con firmeza y dignidad, pero nunca antes con alegría y gratitud.

Hace algunos años vivimos en México otra marcha, la segunda más grande de la historia, donde también se apoyó a este mismo hombre, con alrededor de un millón de ciudadanos que salieron a Reforma para oponerse al desafuero del entonces jefe de gobierno, orquestado por el mafioso y putrefacto Fox. En esa ocasión también se escuchó el rugido del tigre, que salió con coraje a exigir justicia.

En estos días veremos una derecha que desesperada buscará y encontrará supuesta evidencia de que Morena o los gobiernos de los Estados, facilitaron y hasta promovieron la participación ciudadana y se van a quedar con esto, sin voltear a ver que la enorme mayoría de los asistentes lo hicieron sin coacción, con libertad, pero sobre todo con entusiasmo y amor a México.

Publicarán sus patrañas siguiendo el principio de Goebbels, que sostiene la repetición de una mentira para que esta mute en verdad en el inconsciente colectivo, sin entender que un principio de este tipo aplicado con éxito en 1933, ya no es eficaz en las condiciones actuales y mucho menos en la consciencia de un pueblo que trascendió la ceguera impuesta a fuerza de sangre y de pobreza.

Y no está nada mal que insistan en su necedad, porque en su disfunción perceptiva se encuentra su destino irrelevante dentro del proceso de cambio social, político y económico de México, que están discapacitados para entender.

Esta manifestación del domingo fue atípica por la naturaleza de sus causas y por el ambiente festivo en su devenir. Parecía más bien un carnaval que una movilización política; desbordó la capacidad de albergue del Zócalo, obligó al presidente a caminar durante 6 horas para recorrer 4 kilómetros a lo largo de los cuales todos lo querían saludar, lo abrazaban, se tomaban fotos con él y le externaban todo tipo de expresiones de cariño y gratitud; una verdadera fiesta del pueblo que difícilmente volveremos a ver pronto y por su etiología probablemente no lo podamos presenciar nunca otra vez.

En todo este escenario ajetreado, nos quedamos con las ganas de ver fotografías de los ríos de defensores del INE vestidos de rosa, en Polanco, Las Lomas o Santa Fe, respondiendo enjundiosos al llamado de su líder el pequeño Claudio X. Pero parece que su convocatoria no fue escuchada por sus entusiastas seguidores, que seguramente estaban ocupados comparando fotos de su marcha con las de la nuestra, mientras intentaban hacer las cuentas de asistentes con esa metodología tan especial que aplicaron para celebrar sus 600 mil participantes imaginarios.

Hoy el rugido del tigre se escuchó en más de un millón de gargantas en las calles y en muchas más que desde sus hogares celebraron un proyecto y un liderazgo, como no se había visto en México por más de 150 años.

Como dijo el político indio Mahatma Gandhi: “El hombre se vuelve grande en la medida que trabaja por el bienestar de sus semejantes”.

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