21 Dic 2024

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El mito del crecimiento
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El mito del crecimiento

Hace unos días se publicaron las conclusiones de un centro de investigación económica británico, afirmando que México había desbancado a España como la economía principal entre los países donde se habla español, pasando del lugar 16 al lugar 15 del mundo por el tamaño de su producto interno bruto. Ese mismo estudio concluye que esto va a continuar así hasta 2037.

Aunque esta noticia puede alegrar a unos y darle coraje a muchos de los simpatizantes del neoliberalismo que están ansiosos por poder pregonar desgracias para el país, dado su trauma natural por el clasismo irracional, en realidad no tiene una gran relevancia para la enorme mayoría de los mexicanos a quienes esta variable por sí misma no les representa beneficio alguno.

¿En qué cambia la vida diaria de los habitantes de México que nuestro PIB se ubique en el lugar 15 o en el 16 de las economías más grandes? En lo mismo que beneficia a los Alemanes que el suyo ocupe el 4º lugar mundial, mientras ellos no pueden calentar sus casas durante el invierno; o igual que sucede para los 120 millones de pobres en los Estados Unidos, muchos de ellos viviendo en las calles, el hecho de que su país se ubique en el primer lugar del planeta, en nada, en absolutamente nada.

La obsesión por el crecimiento de las economías que se puso de moda durante el neoliberalismo, como si se tratara de una carrera de caballos que había que ganar a toda costa, es un despropósito inservible cuando se considera como la variable económica más importante. Es una característica de la desorientación cerebral de los gobernantes, oligarcas y tecnócratas que no entienden cuáles son las cosas relevantes para los seres humanos.

Cuando el crecimiento económico se busca a cualquier costo, sucede lo que ha venido pasando en casi todos los países que se metieron en la licuadora neoliberal globalista del financierismo, se crece aunque la mayor parte de ese producto interno bruto en expansión, se acumule en unos cuantos individuos privilegiados por el sistema, dejando al resto de los habitantes en la miseria, la pobreza o el aspiracionismo perene, con ingresos que no les permiten sobrevivir dignamente.

El crecimiento es inútil si no beneficia a todos los habitantes, si otros indicadores como el de la disminución de pobreza, de la desigualdad, del incremento en los empleos, en los salarios y en el poder adquisitivo, no van de la mano con una expansión del producto interno bruto; esas son las cosas que sí cambian la vida diaria de la gente, como lo hace la atención en el sistema de salud pública, la educación para todos y los programas de apoyo social que distribuyen ese crecimiento entre todos a través del presupuesto del gobierno.

Haber desbancado a España en el monto de PIB no es importante, pero que esa expansión económica esté disminuyendo los índices de pobreza y desigualdad, vaya aumentando sustancialmente el empleo, el salario y el poder adquisitivo de las personas, sirva para mejorar rápidamente la atención médica y la entrega de medicamentos en el sistema de salud, o se utilice para crear universidades y mejorar las escuelas en todos los niveles, como está sucediendo hoy en México, es muy buena noticia.

Otra muy buena noticia es que ese crecimiento por primera vez no esté impulsado por la contratación descabellada de deuda pública, que era como se venía logrando durante los últimos 6 gobiernos, engañándonos con el cuento de que crecíamos, mientras nuestra deuda aumentaba en la misma cantidad que lo hacía el PIB.

Así que a todos los que antes solo podían festejar el crecimiento truqueado, que hoy su clasismo los hace sufrir el desplazamiento de España al lugar 16 del PIB mundial, hay que decirles que no se preocupen por eso, que no desperdicien su odio cuando pueden canalizarlo más eficientemente. Sería más justificado su berrinche si lo hacen porque más mexicanos tienen empleo, porque los trabajos están mejor remunerados y porque 30 millones de familias reciben hoy un apoyo derivado de ese crecimiento que desplazó a España.

Como dijo el escritor estadounidense Dale Carnegie: “No calientes tanto el horno de odio que te quemes tú mismo”.

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