@_BarbaraCabrera
“La tecnología ha cambiado dramáticamente el modo en que aprendemos, trabajamos, vivimos y pensamos”
Masquardt y Kearsley
En tiempos actuales, el contrato social a que hacía alusión Juan Jacobo Rousseau, va más allá de la reflexión que se resume, a grandes rasgos, como un contrato por el cual los ciudadanos pagamos unos impuestos para dotarnos de un gobierno, unas instituciones y unos servicios públicos que nos pertenecen a todos. Sin detrimento de estos servicios públicos, todo aquel que quiera puede poner en marcha sus propios servicios, formar su propio negocio y hacer de él su modo de vida. Referencia a la que hoy en día, es ineludible agregar la incorporación y utilización de las diversas herramientas tecnológicas, con todo lo que ello implica; entre ello, el uso de la libertad de expresión y el derecho de manifestación pública. Derechos consagrados en los artículos 6º, 7º y 9º de la Constitución Política de los Estados Unidos mexicanos, así como algunos otros derechos adyacentes.
En esta tesitura, surge lo que he denominado el contrato social digital, entendiendo por tal, la aproximación del factor humano con el mundo de posibilidades brindadas por el conocimiento, reconocimiento y manejo de las TIC. Un tipo de contrato que parece no quedarles claro a aquellos que violentan, propagan noticias falsas y crean caos a través de las redes sociales, protagonistas de los servicios que circundan Internet.
Esta era digital caracterizada por la sociedad de la información; la comunicación y la conversación, implican una forma de organización horizontal cuya relación recíproca es instantánea, asincrónica, libre y gratuita. Donde hablar de ésta implica referir la Web 2.0, conocida como aquella tecnología Web que permite la interacción avanzada del usuario con Internet.
Es un hecho, los paradigmas han cambiado, hoy los usuarios somos creadores y productores de contenidos, es decir, somos prosumidores. Asociado a ello, en esta era digital, el uso de las redes sociales se han convertido en un catalizador, que hace posible interactuar, crear comunidad, divulgar contenidos, informarse, preguntar al gobierno, reconvenir a nuestros representantes; sin que por el momento exista filtro alguno; es decir, cualquiera con acceso a Internet puede publicar, opinar, debatir, increpar. La cuestión es, hacerlo informados y respetando los derechos de los demás.
En este orden de ideas, cuando decidimos participar en asuntos públicos, seguramente no siempre se cuenta con el tiempo y la economía para desplazarse hasta el lugar de alguna manifestación, evento, protesta o movilización;
afortunadamente en estos tiempos interesantes que nos está tocando vivir, donde estamos interconectados es posible intervenir, informarse e influir en la vida socio-política de una manera distinta a la tradicional;
es así que surgen los activistas digitales, esas personas que apoyan y se solidarizan a una causa en unos cuantos clickeos, dando enter, likes, retweets y recompartiendo de manera responsable la información.
Y en toda esta vorágine tenemos el otro lado de la moneda, la presencia de aquellos que conocemos como bots y trolls, los encapuchados de las redes sociales, término otorgado a quienes no se les conoce su origen y/o identidad. Son una especie de nocivos para la democracia ya que buscan desestabilizar propagando noticias falsas y causando alarma de temas que regularmente son creados artificialmente para lograr su cometido.
Esto es, en la galaxia Internet, en específico en las redes sociales, confluimos –además de migrantes y nativos digitales, lo cual de por sí tiene su grado de complicación-; quienes ejercen de manera informada su poder ciudadano a partir de la incorporación de la tecnología, así como aquellos que por su toxicidad los conoceréis, es decir me refiero a los bots y trolls a sueldo; de ellos ya les hablé hace algunas Nornilandia; así que prosigamos.
Leandro Zanoni, manifiesta lo que hoy confirmamos quienes nos dedicamos al análisis de tópicos relacionados con las TIC: el protagonista absoluto de Internet es el usuario, quien está en posibilidad de crear comunidades e interactuar a través de las redes sociales y, como lo expresé, es capaz de influir en el curso de la escena socio-política.
En este orden de ideas: ¿De qué manera es oportuno configurar ese tipo de contrato? ¿Cuáles serían sus características? ¿Será necesario regular Internet y las redes sociales para dar vida a ese contrato social digital? ¿Cuáles son los rasgos que deben poseer los ciudadanos del mundo digital? ¿De que manera los gobernantes y los ciudadanos deben actuar a partir de la construcción de un contrato social digital? ¿Qué tanto cambiaría la escena socio-política tradicional? ¿Estamos preparados para ello? Estás, son algunas de las preguntas para la reflexión y la provocación.
Lo que es un hecho es la impostergable necesidad de continuar pugnando por una alfabetización digital crítica que haga de la tecnología apropiada y apropiable, solo así conseguiremos instaurar de manera óptima el contrato social digital.
Por hoy es todo.
¡Hasta la próxima Nornilandia!