22 Dic 2024

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Con Paco Ignacio Taibo II en el FCE, finalmente la lectura llegó al pueblo
Columnas, El día

Con Paco Ignacio Taibo II en el FCE, finalmente la lectura llegó al pueblo

Con el amanecer de octubre de 2018, en plena transición al nuevo gobierno, Paco Ignacio Taibo II reveló públicamente que Andrés Manuel López Obrador le encomendaba la dirección del Fondo de Cultura Económica.

Editorial emblemática, prestigiosa, fundada por Daniel Cosío Villegas. No había sido Taibo II la primera carta para ocupar el cargo, ofrecida primeramente a Margo Glantz, quien la rechazó por razones personales.

Quizá el autor mexicano más vendido en el extranjero e incansable promotor de la lectura en ciudades capitales como en localidades marginales, las credenciales del nuevo candidato se combinaban en su oficio de escritor probado y en su militancia como organizador de ferias de libro. Frente a una cámara, Taibo II anunciaba la noticia y reconocía de inmediato que la tarea implicaría un verdadero reto. Debía ponerse a estudiar desde cero la estructura del libro en relación al aparato de estado, la política editorial del Fondo y el estado financiero de la empresa, así como las condiciones laborales de los trabajadores y el impacto de las publicaciones del Fondo entre la gente.

El abc para Taibo II. Su condición de español de nacimiento le imposibilitaba asumir el puesto, pero su doble nacionalidad, la mexicana adoptada en la temprana juventud, le abriría el candado si se aprobaba en el congreso una reforma a la ley de los organismos paraestatales, que, entre otras cosas, reserva los puestos de dirección a mexicanos por nacimiento. Una expresión populachera en el marco de la presentación de sus más recientes novelas en la Feria del Libro de Guadalajara no sólo obnubiló el sentido de la reforma, que beneficiaría a todos los mexicanos naturalizados, sino que causó revuelo. Y senadores de la oposición quisieron anular la candidatura. En aquella Feria, la verdad sea dicha, Taibo II se expuso en calidad de escritor.

No lo hizo como futuro funcionario, ni mucho menos en funciones, y acompañaba la frase a una respuesta de un cuestionamiento político del público. Debió disculparse en lo inmediato porque fue atacado con ahínco de promover el lenguaje misógino y variantes de esta variante. ¿Qué significa “se las metimos doblada, camaradas”? El lenguaje popular es rasposo, subido de tono, ambivalente.

Taibo II se ha hallado en su elemento en este tipo de lenguaje. Áspero, picante, crudo. Yo lamenté su disculpa, dicho sea de paso, me parecía incongruente con respecto al uso sistemático del albur que lo caracteriza. ¿Qué clase de funcionarios queremos en la 4T? ¿Tipos que hablan bonito pero ambiciosos y corruptos?

Fue un acto, en suma, políticamente correcto. La llamada “ley Taibo” estuvo un tiempo en la congeladora, pero no le impidió entrar en funciones en calidad de la extraña figura de “encargado de despacho”.

Según la Encuesta Nacional de Lectura y Escritura 2015, en México se leen en promedio poco más de 5 libros y se leen 3 por gusto al año. ¿Son cifras optimistas para un país como el nuestro o son números rojos? No ocupa México un lugar destacado como país lector. India, China, Suecia o Francia, por ejemplo, se encuentran en el top 10 con cerca de 10 horas de lectura semanales. El gusto por la revista, el libro o el periódico varía si se trata de hombres o mujeres en México.

Los primeros prefieren los periódicos y los sitios web, mientras las revistas y los libros los prefieren las mujeres. Así las cosas, transcurridos más de cuatro meses, ¿qué ha ofrecido la 4T en materia de libros y edición de libros? Dicho de otra manera, ¿cuál ha sido el abc que Taibo II ha aprendido estos cuatro meses en funciones? Al inicio de la llegada del director de facto, hubo un diagnóstico urgente, preliminar. Había 5 millones de libros embodegados, como las memorias de Miguel de la Madrid, los discursos políticos de Vicente Fox o textos académicos sobre las reformas estructurales de Enrique Peña Nieto.

El FCE controlaba el mercado de libro infantil y juvenil. Libros muy bien editados pero muy caros. ¿Cuánto cuesta un libro editado por el FCE que se encuentra en las novedades? No menos de 300 pesos. Los ensayos que Kari Polanyi dedicó a su padre, el historiador Karl Polanyi considerado el autor del mejor libro del siglo XX, editado por el FCE el año pasado, arañaban los 400 pesos. Un gran texto de Kari Polanyi Levitt que muchas veces se afilia a la historia intelectual (De la gran transformación a la gran financiarización. Sobre Karl Polanyi y otros ensayos). Previamente a la nueva administración, el FCE ha sido el editor que surte libros para los sectores de la clase media urbana. Profesionales, estudiantes, profesores, universitarios. ¿Es inevitable? Fuera de las grandes ciudades, el FCE no llega. Fuera de la capacidad de compra de la clase media urbana, el FCE no existe.

Así el diagnóstico, la agenda era ambiciosa pero clara: colocar libros en rancherías, pueblos, zonas metropolitanas y circuitos suburbanos. Conectar mucho mejor la red de librerías y afiliados. Reducir o abaratar los precios del libro. Editar mucho más los géneros literarios, como el cómic o la historieta, no solamente los textos académicos, muy relevantes, desde luego, y revivir colecciones realmente populares o crear nuevas colecciones. Y editar autores interesados en la divulgación, porque la divulgación exigente toca las fibras de las audiencias más amplias.
Fue en la presentación oficial del Plan Nacional de Lectura, celebrado el 27 de enero, en Mocorito, Sinaloa, donde Taibo II habló expresamente sobre la necesidad de la reducción de los precios del libro. Y en efecto, los precios altos del libro son obstáculos importantes para los que ya son lectores. ¿Y es esta suerte de “subsidio al consumo” de libros lo que desencadenaría la República de lectores? La oposición sin neuronas se obstinó en repetirlo.

Incluso especialistas del calibre de Fernando Escalante Gonzalbo, que le pareció mala idea la reducción de los precios del libro y aludía a la actualización o modernización del circuito las bibliotecas públicas (“¿Comprar o leer?”, en Milenio, 13 de febrero, 2018). Desde luego, si alguien se obstina en no leer nada, no leerá nunca. Es casi imposible remover la idea de un individuo obstinado acerca que la lectura es pérdida de tiempo. Es una población inmune. Los libros no forman parte de su tradición, ni de su cultura, ni de su espina dorsal. El lector formado, empero, se encarga de incidir en los no lectores. Sugiere, conversa, persuade, incita, provoca. Hay pleno sentido en las medidas de reducción de los precios de libro. En su justa proporción, contribuirá en la anhelada República de lectores.

Borges especuló que el paraíso celestial era una biblioteca infinita. La convicción de Borges sobre la imposibilidad física de leerlo todo. Las bibliotecas en casa favorecen el contacto íntimo con la cultura impresa. Un adulto que lee en el sofá es un modelo imitativo. Son los maestros de escuela y los padres los que inculcan fundamentalmente el gusto por leer. Según la encuesta ya citada del CONACULTA, la influencia de los primeros se da en un 60.5 % y los segundos contribuyen con un 40.8 %. El sociólogo británico Herbert Spencer creía que la imitación era un patrón importante de acción social. Actos que se reproducen y se vuelven costumbre. La adquisición de libros, atesorarlos, transmitirlos. Muy a menudo se cree que un escritor nace, la irrupción mágica de un artista. Pero lo que subyace a una opinión semejante es el efecto de la cercanía con las páginas impresas. Es el contacto doméstico con los libros. Es la transmisión cotidiana por el gusto de leer las historias.

Lectores precoces que demandarán libros; lectores que investigarán los derroteros de su gusto literario o su propia voz narrativa. La inversión de libros en los hogares semeja al cultivo en los terrenos agrícolas. La variable que importa es el tiempo. ¿Son útiles las medidas que inciden en la reducción de los precios de los libros? Los que impugnan las ofertas o las rebajas de los precios de los libros son los que defienden el privilegio de aquellos pocos que pueden adquirirlos. El libro y la cultura del libro van asociados al privilegio y a la distinción de clase. Quien vaya en contra del acceso mayoritario a los libros defiende una posición elitista de la cultura; con sus dudas, arrojan un grito incómodo en defensa del status quo. Dichas medidas, por lo demás, no son, ni pueden ser, el atajo fácil hacia la República de los lectores. Sin embargo, favorecer que otro libro llegue a los espacios íntimos es fortalecer el pase directo al mundo de las historias y las historias del mundo.

Fernando Beltrán-Nieves
efebve@gmail.com

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