Por: Javier Cravioto Padilla
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Hay mucho ruido en las redes sociales porque Carmen padece de “síndrome de Estocolmo”.
Estamos hablando de aquella periodista que fue censurada y despedida de su trabajo por exhibir la corruptela de la Casa Blanca de Enrique Peña Nieto y la actriz “Gaviota”; que en otra ocasión había sido despedida, aunque después reinstalada, cuando habló en su programa del alcoholismo de Felipe Calderón; aquella que ante tales situaciones y en esos años argumentaba que “Este país está viviendo un vendaval autoritario” y que aceptó gustosa el apoyo de medios de comunicación, sociedad civil, figuras políticas –de izquierda- que se alzaron en defensa de su persona y de la libertad de expresión.
En julio del año pasado en que el Sr. Carlos Loret, rapaz y soez periodista patrocinado por otros iguales a él, pero que tienen a su disposición recursos públicos de sus estados (Michoacán, Tamaulipas por lo menos), tuvo que asistir por vía remota a la comparecencia para responder sobre el montaje de la detención de Florence Cassez e Israel Vallarta que tiene en la cárcel al primero y que ocasionó un conflicto diplomático con Francia por la segunda; Carmen le pidió que respondiera ante ese montaje y el que éste realizaba ante los medios en busca de su exculpación.
Pero algo sucedió…
Los programas y las mesas redondas de Carmen en un inicio parecían tener cierta neutralidad política, sin embargo, con el paso de las semanas y meses fueron decantándose por participantes y mensajes cada vez más contrarios al gobierno actual y más proclives a la defensa del prianato y en general del modelo neoliberal. La participación de una mayoría de analistas abiertamente opositores al proyecto 4T fueron confirmando que su programa “salía del closet” de imparcialidad para convertirse en transmisor de las ideas y mensajes con que los partidos políticos y élites opositoras querían posicionar su realidad acerca del país.
Y lo que sucedió es que muy pronto, ante la caída de rating (se acabó el chayote) de los periodistas, programas y medios tradicionales, léase López Doriga, Loret, Cárdenas, Micha, Arreola, Ruiz Healy, Pagés, Alemán, Riva Palacio, Beteta etc., se abrió el espacio para ser la mandamás de la opinión, la guía, la gurú, la nueva mensajera de los poderes fácticos. A cambio del reconocimiento público, del afecto de la ciudadanía, del equilibrio en el que se mantuvo durante su carrera (es un decir); qué mejor que posicionarse como la nueva figura, que en vez de enfrentarse al poder de las élites, se confronta con quien desde la presidencia intenta transformar al país.
Y el cambio es súbito, de la investigación de los asuntos pasó al chisme sin sustento, al copypaste de los dichos de Loret (al que unos meses atrás acusaba de hacer montajes), a la acusación agraviante –pero que tizna- sobre la familia del presidente, que si sembrando vida, que si la tienda de chocolates, que si la casa de la esposa, que si… Porque una cosa es ejercer el periodismo con verdad y ética y otra diferente es ejercerlo sin investigación detallada, exhaustiva, con pruebas fehacientes apegada a la verdad. Hacer uso de eso para después sentirse ofendida no es válido, jugar a la democracia y a la libertad de expresión para servirle a “la mano que mece la cuna”, nunca será aceptable ante un movimiento que busca romper con los moldes del pasado.
Si Carmen fue “secuestrada” cuando peleó por la libertad que las empresas privadas le quisieron quitar y se apoyó en una sociedad que creyó en ella; su benevolencia y comprensión –que es lo que muestra al atacar a quien enfrenta a esas empresas y élites- ante sus secuestradores las debería resolver con un psicólogo y no manchando con mentiras y juegos de palabra la rebelión social que se está llevando a cabo.
Hay tanto por hacer a favor de las libertades (de todo tipo), pero no nos sorprendamos, Carmen tiene razón, lo suyo lo suyo, no es la libertad de expresión, lo suyo lo suyo, es mero narcisismo y conveniencia para decirles a los que se fueron que ella es quien se quedó con su pastel.