A 50 años del golpe de Estado contra Allende, el presidente socialista
Por: Miguel Alejandro Rivera
@MiguelAleRivera
Los Estados Unidos de América se han autoproclamado, desde su independencia a finales del Siglo XVIII, como la nación que enarbola los principios de la democracia a nivel mundial. A través de los tiempos, mediante postulados como la Doctrina Monroe o el método del “Gran Garrote”, América, esa que sólo vive en el norte del continente, se adueño del sistema y determinó cómo es que deben vivir los otros pueblos del mundo.
Así fue como Estados Unidos determinó en los tiempos de la guerra fría que debía eliminar a uno de los movimientos sociales más importantes del Siglo XX, que fue el encabezado por Salvador Allende, quien en 1970, logró instaurar en Chile el primer gobierno de carácter socialista que llegaba al poder mediante elecciones democráticas sin el uso de las armas.
Allende siempre tuvo en sus ideales los principios del comunismo; médico de formación, las diferentes oportunidades que tuvo en la administración pública realizó críticas al sistema de salud chileno. En 1943, se convirtió en Secretario General del Partido Socialista de Chile, lo cual le permitió preparar su camino para postularse como presidente en las elecciones de 1952, 1958, 1964 y finalmente en 1970, cuando por fin salió triunfador.
Las primeras acciones de Salvador Allende en la presidencia denotaron claramente la línea de su gobierno: nacionalizó la industria del cobre (uno de los principales motores de la economía chilena), aceleró la reforma agraria, congeló los precios de las mercancías, aumentó el salario de los obreros, y estatizó algunas empresas claves en su país. “Ser joven y no ser revolucionario es una contradicción hasta biológica”, decía.
Sin embargo, Chile es parte de una sociedad internacional, y aunque esta parece una obviedad, en ese mundo de los setentas existía una peculiaridad: todas las naciones vivían bajo el helado cobijo de la Guerra Fría. Capitalismo y Comunismo se peleaban el sistema para dominar la dinámica económica del planeta. Y por ello Estados Unidos no podía permitir que luego del triunfo de la revolución cubana en 1959, otro Estado del continente se diera el gusto de impulsar políticas socialistas.
Así que luego de tres años en los que la sociedad chilena se polarizó gracias a la opinión pública mundial, siempre influida por los Estados Unidos, el 11 de septiembre de 1973, se concretó el golpe de Estado que terminaría con el sueño de Allende y daría inicio a la dictadura de Augusto Pinochet, un régimen que dejó miles de personas desaparecidas, ejecutadas y el trauma de una nación que aceptó el neoliberalismo más por miedo que por convicción, gracias también a un Nobel sistémico como Milton Friedman.
Aquel fatídico día, del cual este lunes se conmemoran 50 años, Salvador Allende, aquel que se autodenominaba como un hombre intérprete de grandes anhelos de justicia, utilizó a Radio Magallanes para dar un mensaje, el último de su vida: “No se detienen los procesos sociales, ni con el crimen ni con la fuerza. La historia es nuestra y la hacen los pueblos (…) Trabajadores de mi Patria, tengo fe en Chile y su destino. Superarán otros hombres este momento gris y amargo en el que la traición pretende imponerse. Sigan ustedes sabiendo que, mucho más temprano que tarde, de nuevo se abrirán las grandes alamedas por donde pase el hombre libre, para construir una sociedad mejor”, dijo.
Al término de esas palabras, las cuales transmitió desde el Palacio de la Moneda, anunció deponer las armas ante los golpistas. Él y quienes le acompañaban enfilaron hacia la salida; de pronto, según los testimonios, Allende pretextó volver por su mascarilla antigás; sin embargo, dejó que todos se adelantaran para tomar el arma con la que se daría un tiro en la barbilla: prefirió terminar con su vida y no entregarse al enemigo.
“Una gran nube negra se eleva desde el palacio en llamas. El presidente Allende muere en su sitio. Los militares matan de a miles por todo Chile. El Registro Civil no anota las defunciones, porque no caben en los libros, pero el general Tomás Opazo Santander afirma que las víctimas no suman más que el 0,01 por 100 de la población, lo que no es un alto costo social, y el director de la CIA, William Colby, explica en Washington que gracias a los fusilamientos Chile está evitando una guerra civil. La señora Pinochet declara que el llanto de las madres redimirá al país”, escribió sobre el golpe en Chile el periodista Eduardo Galeano.