Por: @marionnest
La migración es un fenómeno ancestral, los nómadas iban de un lado a otro cuando la tierra dejaba de ser productiva o se acababa el agua o llegaban las plagas; actualmente sucede lo mismo pero en versión capitalista con pobreza y explotación/esclavización laboral, sin dejar de lado la muerte como política de terror llevada a cabo por grandes corporaciones coludidas con las autoridades para desplazar poblaciones enteras y adueñarse de sus recursos naturales dejando a miles de personas desprotegidas a la deriva cuya única posesión son sus cuerpos, también vistos como mercancías; por lo tanto la migración es la manifestación del instinto de conservación.
México, como país expulsor lleva tiempo enfrentando dicho fenómeno, su paulatino desmantelamiento resultante del neoliberalismo ha forzado a buscar en Estados Unidos mejores condiciones de vida, al mismo tiempo que refuerzan la economía nacional con constantes remesas, lo cual parece coadyuvar al discurso de “hoy por ti mañana por mí” con respecto a los migrantes que transitan o pretendan quedarse, sin objeción salvo que no quiere compartirse lo poco que hay, de ahí que la llegada de más pobres sea percibida como el arrebato del territorio al que pertenecen chiapanecos, oaxaqueños, guerrerenses, veracruzanos, tamaulipecos, y se constata con el trato que empleados de migración prodigan a guatemaltecos, hondureños, salvadoreños.
En ese sentido, los efectos de las caravanas que vienen del sur están siendo explicados según intereses y fines particulares; por ejemplo la CNDH que dicho sea de paso no hizo mucho por la sociedad durante la guerra contra el narcotráfico -de Felipe Calderón como corolario de la desatención de Vicente Fox a las fronteras y sus respectivos trasiegos [Zavala, O. (2018). Los cárteles no existen. Narcotráfico y cultura en México. México: Malpaso]- se limitó a dar sus famosas recomendaciones sin vigilar su cumplimiento, ahora se preocupa por la seguridad de los centroamericanos cuando calló en casos como Atenco, Tlatlaya o la “verdad histórica” acerca de los 43 estudiantes desaparecidos en Ayotzinapa; más bien parece molesta porque AMLO no asistió personalmente a recibir su informe o que privilegia los derechos de los ajenos, lo cual no ha gustado a quienes tienen que soportar las hordas enojadas, exigentes y despóticas que no buscan el “mexican” sino el “american dream”.
Por su parte la oposición, sobre todo de derecha, también está muy preocupada por el devenir de los intrusos mientras la suerte de los hambrientos, morenos, indígenas, mugrosos, chairos, no sólo no le interesa sino que le estorba; recurren al discurso humanitario para que el electorado crea que son empáticos y luego entonces vuelva a votar por ellos, se valen de la lástima y la guerra sucia.
El discurso común está entre la espada y la pared; entre ayudar al prójimo y aplicar la mano dura que exigen muchas personas; entre la tolerancia y la xenofobia; entre lo civilizado que requieren las circunstancias y lo primitivo inherente al ser humano como animal evolucionado que lucha constantemente contra sus impulsos filogenéticos, entre los que destaca la territorialidad, la mayoría de los mamíferos son territoriales, es decir, marcan y defienden su espacio vital, su manada y su comida; si esto lo ponemos en términos del siglo XXI sería la tierra, el trabajo, la familia y la comida lo que se tiene que defender del intruso.
A los migrantes se les tiene compasión y empatía pero de ahí a desear compartir la tierra, el país o la nación aunque sea momentáneamente resulta intolerable no sólo porque apenas alcanza para los propios sino porque privan los vestigios del instinto de territorialidad latente; en el aire flota un discurso políticamente correcto a nivel público que los acoge paralelo a uno más honesto a nivel íntimo-privado que rechaza a los forasteros por considerarlos una amenaza, lo que indica que dicho instinto no muere con la represión civilizatoria ni se disfraza con buenas acciones, y que se exacerba en condiciones precarias como las actuales.