Reduflación: la nueva estafa de las grandes empresas
Textos y Contextos
Por: Miguel Alejandro Rivera
@MiguelAleRivera
La gente se queja, o de plano no permite, que, en el tianguis, el mercado o la tienda de la esquina le den gramos de menos. Cuando uno compra quiere kilos de a kilo o litros de a litro, ya se trate de un alimento, o hasta de la gasolina. Existe incluso una sección en la conferencia matutina del presidente de México, el Quién es quién, donde se exhibe a las gasolineras y gaseras cuyas bombas no despachan litros completos o venden a precios excesivos.
Ante la inflación que sigue incomodando al mundo, nuestro país incluido, algunas empresas han utilizado una estrategia llamada reduflación, que en síntesis es vender menos, pero al mismo precio de antes. Si antes, por ejemplo, comprabas una caja de 30 chocolates a 50 pesos, ahora trae 25… a los mismos 50 pesos.
Esto, dicen empresarios, es una forma “creativa” de no aumentar los costos para el consumidor y así paliar la inflación. Entonces en el súper, el kilo de avena, de frijol, de arroz, de cacao en polvo ya no va a traer, en algunos casos, el kilo completo.
Según BBVA, se ha encontrado algo extraño: “la investigación académica ha demostrado que los consumidores son muy reticentes a aceptar aumentos de precios explícitos, pero, en cambio, tienden a asumir de manera pasiva las reducciones de volumen, tamaño o cantidad que no implican un cambio de precio incluso cuando les resultan perceptibles a simple vista”.
Ricardo Salinas Pliego, dueño de Grupo Salinas, que incluye a TV Azteca, Elektra, Banco Azteca y de más marcas, defendió en Twitter esta forma de manejar la venta de productos. “A veces no suben los precios pero baja la cantidad de producto y se mantiene el precio… hay que buscar estrategias para mantener sanas y productivas las empresas.
Los #Gobiernicolas no le ayudan a los clientes, ni a los empresarios y menos a los trabajadores”, escribió en perfil de la red social.
En contraste, el mismo Salinas Pliego, también publicó hace unos días en su cuenta de Twitter su opinión sore la demanda que perdió contra uno de sus extrabajadores: “Felicidades a cualquiera que vaya a juicio y gane… bien merecido, me va a llevar 1.3 minutos de mi vida recuperar esos $750,000 pesos, posiblemente en lo que termine de escribir este tweet”.
Así la incongruencia, si acaso cinismo, de una clase empresarial que no está dispuesta a perder ni un centavo, pese a que sus empresas dominan el mercado y general diariamente millones de pesos. Se sabe además, por ejemplo, que Elektra lucra con la necesidad de un sector que aprovecha los abonos para poder acceder a electrodomésticos y línea blanca.
Claro, suena seductor, por ejemplo, pagar sólo 112 pesos a la semana para tener un refrigerador, aunque tenga que ser durante casi dos años y termine uno pagando casi el doble del costo real.
A la larga, esto debería reducir la confianza en las marcas y causar que el consumidor busque alternativas. Pasó en los 90 con el famoso “viernes de Malboro”, cundo Philip Morris decidió reducir los costos, poniendo en peligro el prestigio de la marca a fin de competir con otras de más bajo precio.
Muchas marcas decidieron entonces invertir más en publicidad, para convencer a la gente de que compran prestigio, experiencias o estatus, no mercancías.
En este caso, ante un escenario donde el consumidor parece más informado, debiera entonces darse cuenta de que, al comprar menos cantidad por el mismo precio, pero manteniendo la marca, simplemente está siendo estafado, pues, las industrias multimillonarias tienen rangos de ganancia enormes.
Nestlé, por ejemplo, reportó en 2021, tanto en Brasil como México un crecimiento sostenido en categorías de chocolate, café soluble y helado, así como más del 20% en alimento para mascotas. En la zona de las Américas esto se traduce en ganancias por 409 mil 640 millones de pesos. Es decir, las grandes empresas no es que no quieran perder o quebrar, simplemente no quieren generar menos, y eso le cuesta al consumidor, siempre y cuándo éste siga respetando
a las marcas más por razones psicológicas que por la mercancía misma.
En su libro “Elogio a la Anarquía”, James C. Scott cuenta que, en una de sus visitas a Alemania, comprendió la gran importancia de la “pequeña burguesía” (negocios modestos de emprendedores locales), debido a que muchas personas, sobre todo de la tercera edad, sacrificaban los precios bajos de algunos supermercados a cambio del trato humano y cercano que les brindaban las tiendas de sus vecinos. “La pequeña burguesía realiza en este contexto una especie de servicio social diario, fiable y gratis que difícilmente ninguna agencia o funcionario público podría reproducir”.
Es decir, los capitalistas son necesarios para nuestra sociedad, pero cuando éstos realizan sus actividades con ética y justicia, no con cinismo, hambre y desesperación. En México se aplica al revés, al pequeño empresario se le exige de más, mientras que a la enorme corporación se le respeta y casi que se le rinde culto.